
En el mundo de la vida, son precisamente las cosas que no entendemos del todo las que más nos subyugan, las que más nos incitan a preguntar e indagar.
Y lo dañino de ese prejuicio son las oportunidades desaprovechadas, quizá para siempre, de ofrecer a los niños experiencias irrepetibles, motivos para poder pensar junto a los adultos sobre las cosas que importan y les importan. Porque con la misma frecuencia con que he escuchado esas prevenciones —"esto no es apropiado para los niños"—, he escuchado también las manifestaciones de incredulidad que siguen al júbilo de una representación, un concierto o una lectura: «ni por asomo podía imaginar que los niños reaccionarían así de bien». Pero ¿acaso qué tipo de resistencia esperaban de ellos? ¿Qué insensibilidad les presuponían? ¿Qué escasa inteligencia les asignaban?
A propósito de ciertos libros infantiles percibo idéntica desconfianza. Sus argumentos, su lenguaje o sus ilustraciones resucitan con frecuencia el consabido dictamen. Y cuanto más valiente es el libro, es decir, cuanto más delicada es la cuestión que aborda o más arriesgado es su planteamiento visual, más insistentes son esos comentarios. Lo cierto es que muchos álbumes y libros para niños evidencian una hondura y una ambición difíciles de encontrar en tantos libros escritos para los adultos. Dos de esos peliagudos asuntos, la humillación y el perdón, que bien podrían encuadrarse en la categoría de «impropio de niños», tienen, sin embargo, en la literatura infantil ejemplos admirables que hacen que las historias que cuentan puedan equipararse a la más grande literatura. CONTINUAR LEYENDO
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