Ilustración de Asun Balzola |
Una mañana me levanto y salgo al jardín de mi casa. Ando un poco distraída, apartada del tiempo, de cualquier intención que no responda a los caprichos del sol entre las plantas, al rumbo de pasos que me llevan —sin darme cuenta cómo— debajo del roble.
Hay junto a mi pie un cuenco diminuto, perfecto.
Es la capucha que hasta hace poco alojaba una bellota. La levanto, la miro.
Así me quedo con el cuerpo entero preso de ese instante de extrañeza y captura.
De belleza.
Es un momento de intimidad profunda, de misterio. Si alguien me viera, si alguien interrumpiera esa liturgia me sentiría descubierta con la violencia que comporta la rasgadura de un velo que me resguardaba de la desnudez.
Es un momento poético, la sustancia nutricia antes de las palabras, antes de todo. Tiene algo de obsceno, de lo que no quiero mostrar, de lo previo. Es primitivo ese momento y puede dar origen o no a otro asunto: la escritura. Tiene forma de pregunta, de algo que me aparta del mundo y me devuelve distinta, interrogada.
Un resplandor. La presencia rotunda de una cosa.
Es un tiempo mudo de palabras. [...]
Fuente: Fundación Cuatro Gatos
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