La voz que menos se oye en el libro es la de la propia Svetlana Aleksiévich, que se limita a trascribir los dramáticos testimonios de sus entrevistados, sin apenas plantearles preguntas. No trata de elaborar una interpretación histórica, sino de dar la palabra a unos seres humanos. "A la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas [...] Pero yo observo el mundo con ojos de escritora". Ahora bien ¿se puede entender la historia si se prescinde de las emociones de quienes la vivieron?
En El fin del "Homo sovieticus" la periodista bielorrusa, aunque quizá será mejor definirla como exsoviética (padre bielorruso, madre ucraniana, formada en la gran cultura rusa, ciudadana soviética durante sus primeros cuarenta años), se enfrenta a uno de los cambios de entorno social más rápidos e intensos de los últimos tiempos: la desaparición de las instituciones y los modos de vida propios de la Unión Soviética, que dejados atrás los horrores del estalinismo ofrecía a sus ciudadanos una vida gris, pero segura, tanto en el terreno económico (empleos estables, vivienda, seguridad social) como en el emocional (adhesión unánime a la gran patria socialista, con la válvula de escape de las críticas al gobierno en el reducido marco de la cocina familiar).
El "Homo sovieticus", un término sarcástico difundido a partir de los años 70 para aludir al peculiar tipo humano generado por la implacable y prolongada tiranía soviética, se vio enfrentado, a partir de las reformas de Gorbachov y sobre todo de la disolución de la Unión Soviética, a un entorno drásticamente nuevo, el de la libertad, al que no parece que le haya resultado fácil adaptarse. No faltan entre los testimonios recogidos por Svetlana Aleksiévich los de quienes en un determinado momento de su vida creyeron en la libertad y estuvieron dispuestos a arriesgarse por ella.
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