domingo, 5 de marzo de 2023

"EL SECRETO DE DOS ALMAS". Al amor de la lumbre. Norberto Torcal

Esta edición se ha realizado a partir de la edición impresa de 1910, que forma parte de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

Al lento andar de la vaca robusta, cuyas rosadas ubres casi tocaban en el suelo Ramuncho volvía, ya puesto el sol, a su pobre casería siguiendo el estrecho sendero que, entre frondosos manzanos y maizales, serpentea por la montaña.

En el rostro del viejo vascongado leíase el desaliento y la tristeza. Muy de madrugada había bajado á la villa con intención de vender la vaca; pero los pocos compradores que á él se habían acercado, como si comprendieran lo apremiante de su necesidad, habían sido tan parcos en sus ofertas, que Ramonchu vió llegar las últimas horas de la tarde sin poder realizar sus deseos, teniendo que volverse á casa con el manso animal que ya de nada podía servir á la familia para sacarla de su situación angustiosa.

Porque la usura no tiene entrañas y sus amenazas se cumplen fatalmente; ó Ramuncho pagaba antes de tres días los cien duros que, confiado en la abundancia de la próxima cosecha, había tomado á un interés harto crecido, para pagar la contribución y saldar algunas cuentecillas atrasadas, ó sería inmediatamente echado de su casa y desposeído de la mísera hacienda, la cual, á fuerza de sudores y trabajos, daba para ir viviendo. El dilema no admitía término medio: ó lo uno ó lo otro.

Y el viejo aldeano, sintiendo en su alma toda la inmensa pesadumbre y amargura de verse arrojado de aquel amable rinconcito de la montaña en que anidaban todos sus santos amores, recuerdos y esperanzas, inclinaba al suelo la cabeza, y con el revés de su áspera y rugosa mano limpiaba la lágrima próxima á resbalar por su tostada mejilla, mientras fatigosamente remontaba el estrecho sendero que á la blanca casería conduce.

—¿Vender no pudiste?—fué el primer saludo que, al verlo, le dirigió Ramuncha, su mujer.

—El mercado está flojo: se conoce que hay poco dinero... nadie tiene ganas de comprar—respondió el aldeano, poniendo en cada una de sus frases, cortadas y concisas, toda la tristeza de su corazón.

—¿Y señor Juan?—volvió á interrogar la mujer, hablando como en cifra.

—¿Señor Juan?... Lo mismo que una piedra. He ido á su casa, le he dicho nuestra situación, le he pedido un mes de espera... ¡que si quieres!... Que él necesita su dinero, que no puede aguardar, que tire por donde quiera...

—¡Ay, santa Madre de Dios! ¡qué cristianos hay en el mundo, qué cristianos!—gimió Ramuncha llevándose la punta del delantal á los ojos y conduciendo la vaca al pobre establo, del que se escapaba un agradable olor de heno seco.

La hora de la cena transcurrió aquella noche silenciosa y triste. Ni los viejos esposos, ni Joshe Mari, el robusto y gallardo mocetón, hijo del hasta entonces feliz matrimonio, probaron casi bocado. Un mismo pensamiento atormentaba a los tres, quitándoles las ganas de comer y sellando sus bocas. ¿Cómo resolver el tremendo conflicto? ¿A dónde recurrir y echar mano para salir de tan grande apuro? CONTINUAR LEYENDO

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