jueves, 11 de noviembre de 2021

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL. Un poema de la periodista, escritora y diplomática mexicana Rosario Castellanos (1925-1974)

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

lunes, 8 de noviembre de 2021

RETRATO DE UNA PRINCESA DESCONOCIDA. Un poema de Sophia de Mello Breyner

Para que ella tuviera un cuello tan fino
para que sus muñecas tuvieran un curvar de tallo
para que sus ojos fueran tan frontales y limpios
para que su columna fuera tan recta
y ella llevara su cabeza tan erguida
con un brillo tan natural sobre la frente
fueron necesarias sucesivas generaciones de esclavos
de cuerpo doblado y rudas manos pacientes
sirviendo a sucesivas generaciones de príncipes
aún un poco toscos y groseros
ávidos crueles y fraudulentos.

Fue un desperdicio inmenso de gentefue un desperdicio inmenso de gente
para que ella fuera aquella perfección
solitaria exiliada sin destino 

(Traducción de Carlos Clementson)
….

Retrato de uma princesa desconhecida

Para que ela tivesse um pescoço tão fino
Para que os seus pulsos tivessem um quebrar de caule
Para que os seus olhos fossem tão frontais e limpos
Para que a sua espinha fosse tão direita
E ela usasse a cabeça tão erguida
Com uma tão simples claridade sobre a testa
Foram necessárias sucessivas gerações de escravos
De corpo dobrado e grossas mãos pacientes
Servindo sucessivas gerações de príncipes
Ainda um pouco toscos e grosseiros
Ávidos cruéis e fraudulentos

Foi um imenso desperdiçar de gente
Para que ela fosse aquela perfeição
Solitária exilada sem destino

domingo, 7 de noviembre de 2021

LOS CUENTOS DE CANTERBURY. El zorro pagado con su misma moneda (Cuento narrado por el cura)

Erase una vez una pobre viuda que vivía en una casa en cuyo reducido patio tenia un arrogante gallo llamado Chantecler. Una mañana despertó éste sobresaltado y contó a su compañera Pertelot la horrible pesadilla que había tenido, y en la que un animal parecido a un perro de caza le había estado amenazando continuamente. La señora Pertelot rióse de los imaginarios temores de su señor Chantecler.

-Eso es -dijo- resultado de una indigestión, y para combatirla debes tomar alguna medicina.

Mientras Chantecler iba enumerando historias de pesadillas, que luego habían resultado verdad, miraba fijamente a la cara de la señora Pertelot, y viéndola palidecer, convinieron en cambiar de conversación. Como había ya salido el sol, bajó Chantecler de su percha y dio varias vueltas alrededor del patio, como haría un león en su jaula, cloqueando cada vez que encontraba un grano de maíz.

Pero un día, mientras se paseaba arrogantemente e iba cantando por el patio bañado de sol, quedóse pasmado al contemplar un zorro que se había metido allí la noche anterior y se había escondido en un lecho de hierbas. Recordó entonces Chantecler su pesadilla y quiso huir, pero el zorro, dirigiéndose a él, dijole:

-¡Ay, gentil señor!; ¿por qué querías marcharte? No temas, que soy tu amigo. Vine solamente para oirte cantar, pues posees una voz tan dulce como la de los propios ángeles. Tu padre y tu madre han estado en mi casa y jamás oí a nadie, excepto a ti, cantar tan admirablemente como tu padre. Oigamos, pues, ahora si ores capaz de imitarlo.

Orgulloso Chantecler por las observaciones del astuto zorro, irguióse cuanto pudo, alargó el cuello, cerró los ojos y comenzó a cantar con toda la fuerza de sus pulmones.

En ese momento, el zorro, dando un salto, lo asió por el cuello y huyó con su presa hacia el bosque. La alarma que produjeron los gritos de la señora Pertelot y las demás gallinas, hizo que la viuda y sus hijas saliesen de la casa para enterarse de lo que ocurría, y viendo que el caso era grave, llamaron a los vecinos, quienes se unieron a ellas para dar caza al zorro. Jamás había aquella buena gente trabajado tanto como el rato que dedicaron a la caza del zorro y de Chantecler. Y mientras iba éste tendido y sin amparo en el lomo del zorro, ocurriósele al gallo un plan para fugarse.

-Querido señor mío -dijo a su raptor-, si yo estuviese en su lugar me volvería hacia aquellos orgullosos de allá abajo y les diría: “Ahora estoy cerca del bosque, el gallo se quedará en él, y yo me lo podré comer cuando se me antoje, por más que hagáis para impedirlo”.

-Razón tienes que te sobra -contestó el zorro-; eso haré.

Y mientras hablaba, escapóse el gallo, yendo de un rápido vuelo a posarse en la rama de un árbol, fuera del alcance del zorro. Púsose éste a gritar diciendo que sentía muchísimo haber asustado al pobre gallo.

-Lo hice -decía- con la más sana intención; y si Chantecler tuviese la bondad de bajar del árbol, le contaría por qué he obrado de esa suerte.

Replicóle Chantecler que ya lo había engañado una vez. y que no lograría engañarlo de nuevo. Y así el astuto zorro fue pagado con su misma moneda: con adulación.

FIN

viernes, 5 de noviembre de 2021

ASFALTO. Un cuento de Carlos Buiza.

El intenso brillo del sol reverberaba en las calles y en las blancas fachadas de las casas; el hombre deambulaba, sudando, bajo el calor del verano.

—¡Dios, debe hacer mil grados!

Debía andar, sin embargo; el médico le había dicho que cinco o seis kilómetros diarios, por lo menos. Era, quizá, la primera vez que lamentara la corta distancia entre su casa y el trabajo. Veía de vez en cuando algunas personas apresuradas que huían del calor de la calle, visiones fugaces que desaparecían por cualquier esquina. La goma del bastón y la guarda metálica de su pierna derecha, escayolada, establecían un ritmo de percusión, lleno también de calor y abotargamiento. El sombrero de esterilla le protegía, pero hacía bajar por su frente gotas de sudor que él enjugaba de vez en cuando, deteniéndose.

«Es un día agobiante…, un día de infierno», pensaba el hombre.

Después de haber recorrido algunas manzanas procurando mantenerse siempre al resguardo de la sombra, emprendió, como todos los días, el regreso a su casa.

Un perro sin collar, vulgar y feo, le asustó al salir inesperadamente de una esquina. Alargó el bastón para ahuyentarle, y el perro cambió de dirección, cruzando la calle. A su vez, el hombre se dispuso a cruzarla. Miró a ambos lados, inútilmente, pues no pasaba ningún vehículo. Apoyó el bastón en el caliente asfalto y adelantó una pierna; pero el bastón permaneció rígido en el mismo punto y casi le hizo perder el equilibrio. El hombre juró entre dientes. Tiró de él. Estaba bien fijo en el reblandecido alquitrán. Bajó de la acera, sintiendo cómo la guarda metálica de la pierna se hundía también en la pastosa mezcla.

—¡Maldita sea, debo ser imbécil! —dijo en voz alta.

Apoyándose en su pierna sana hizo presión con el pie. Pero el hierro se había clavado rígidamente y parecía no querer salir de allí. Se ayudó con las manos, tirando de la escayola y, a cada intento, la cara se le ponía más colorada; después se dio cuenta que el zapato también se había hundido un poco, privando a la pierna sana de movimiento.

Comprendió que se había clavado en el asfalto, sin posibilidad de salir, a no ser que recibiese ayuda.

Miró a ambos lados de la calle, pero no pasaba nadie.

—Tendré que esperar…

Había transcurrido una hora y el hombre continuaba en su prisión. La calle seguía solitaria. En una ocasión creyó ver a alguien; después comprobó que se trataba del perro que él mismo había espantado momentos antes.

Había hecho algunos intentos para desasirse de la negra pasta, sin resultados. Ahora esperaba, simplemente. «Esto, pensaba, me pasa por estúpido; ¿quién me manda pasear a estas horas?… Aunque la culpa no es mía…, el alquitrán no debería derretirse por mucho calor que haga. Por lo menos no de esta forma.» Pero, fuese como fuese, estaba allí encerrado y tenía que salir. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 3 de noviembre de 2021

¿Que cuántos años tengo? Un poema de José Saramago.




 ¿Qué cuántos años tengo? 

¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido...
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo otros "que estoy en el apogeo".
Pero no es la edad que tengo,
 ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero,
para reconocer yerros viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!...
¡Estás muy viejo, ya no podrás!...
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
y otras... es un remanso de paz,
como el atardecer en la playa..
¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas...
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!... ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo
y hacer lo que quiero y siento!
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!