sábado, 8 de abril de 2023

"LECTURA Y DEMOCRACIA". Columna de Yolanda Reyes en El Tiempo (19 de febrero 2023)

Se repite, con ese tono de “todo tiempo pasado fue mejor”, que los estudiantes “de ahora” no entienden lo que leen, que no escriben párrafos coherentes –por no decir ensayos–, que su pobreza de vocabulario es alarmante –ni hablar de ortografía–, y que ese deterioro de las habilidades lingüísticas afecta, obviamente, sus capacidades de análisis en todas las materias, según lo corroboran las pruebas nacionales e internacionales y la preocupación de sus maestros, desde el preescolar hasta la universidad.

Este adelgazamiento de “capas simbólicas”, tan alarmante como la pérdida de capas de ozono, que suele atribuirse a los dispositivos “inteligentes”, es una preocupación compartida, más allá de las aulas. Dado que la relación entre lenguaje y pensamiento no ha sido reemplazada aún por ninguna “nueva tecnología”, lo que está en juego es la complejidad del pensamiento con las consecuencias que ya vemos en ámbitos privados y públicos. Sin embargo, para evitar lugares comunes, conviene mirar los contextos políticos, económicos y culturales en los que se dan esas tensas relaciones entre oralidad, lectura y escritura.

En Colombia, el bajo desempeño lector, compartido con la mayoría de los países latinoamericanos, impacta no solo la parte visible del iceberg, que son las evaluaciones, sino la capacidad para aprender a lo largo de la trayectoria educativa y durante toda la vida. La lectura y la escritura, y la calidad de la lengua en la que estas se sustentan, permiten a los humanos descifrar problemas, hacerse preguntas, buscar información en diversos soportes, expresar ideas, crear y argumentar y seguir (o cuestionar) instrucciones, desde las más sencillas hasta las más complejas. En estas capacidades, que van más allá de la alfabetización instrumental y que se ejercitan desde la infancia, está la clave del desarrollo humano, y también la del desarrollo de los países.

Resulta evidente –y se constata a diario en escenarios educativos, laborales o ciudadanos– que el capital simbólico está mal repartido en Colombia y que esa brecha invisible es causa, y consecuencia a la vez, de un perverso círculo de desigualdad. El ejemplo más reciente se vio en el cierre escolar por la pandemia, que hizo perder a muchos niños y niñas aquel tiempo crucial para el acercamiento a la lectura y la escritura, que comienza en la educación inicial y se extiende a la básica. Esa pérdida, sin embargo, afectó con más rigor a las familias con carencias no solo de equipos tecnológicos para educación virtual (como podría pensarse de manera simplista), sino de recursos lingüísticos, de redes comunitarias y de posibilidades educativas y culturales para acompañar los aprendizajes de sus hijos.

Más allá de la educación formal, estamos hablando del capital simbólico en el que está inmersa y que funciona como contexto de motivación en los actos de lenguaje. Estamos hablando de redes de bibliotecas, de familias lectoras y contadoras de historias, de escenarios que valoren las identidades y las diversidades de este país, y, sobre todo, de opciones reales de participación democrática, que son la razón esencial para querer contar, leer, escribir y expresarse, que requieren más que una alfabetización instrumental en la escuela y que han sido una deuda histórica durante generaciones.

Si entendemos que la calidad de la democracia se apoya en el ejercicio de los derechos educativos y culturales, quizás podamos mirar de otra forma la nostalgia por una minoría de “buenos lectores”. ¿Cuántos eran, en aquellos viejos tiempos, y qué desafíos nos impone la llegada de tantos nuevos al sistema educativo? ¿Qué herramientas y cuánto tiempo requieren –dentro y más allá de la escuela– para pagar esa deuda histórica culpable de tantas brechas?

viernes, 7 de abril de 2023

"LA NOCHE DE MARGARET ROSE". Un cuento de terror del autor mexicano Francisco Tario

Decía la carta, escrita poco menos que ilegiblemente:

“X. X. Esq.,

97 Cromwell Road.

Londres S. W. 7.

Margaret Rose Lañe, inglesa, de 28 años, casada con un multimillonario yanqui, lo invita a usted muy íntimamente a jugar al ajedrez el sábado en la noche”.

Y al pie, con caracteres de imprenta, aparecía una serie de indicaciones muy minuciosas referentes a la situación exacta de la finca, sobre la ruta de Brighton, a unos veinticinco kilómetros de la costa.

Margaret Rose Lañe, en mis borrosos recuerdos, se reducía exclusivamente a esto: a una chiquilla muy pálida, etérea, vestida de verde y que jugaba al ajedrez admirablemente.

Escarbando en la memoria, logré, no obstante, reconstruir más tarde determinados pormenores.

Nos conocimos en Roma –no acierto a precisar con ocasión de qué sencillo incidente– en la iglesia de San Sebastián, momentos antes de descender a las catacumbas. La acompañaba, creo, una institutriz francesa, présbita o algo por el estilo, y la chiquilla debía contar por aquel entonces diecisiete o dieciocho años. Recuerdo con singular perfección, por cierto, la figura de ella en el antro subterráneo, un poco delante de mí, portando la misteriosa vela encendida, y cuyos reflejos azules o grises temblaban sobre su cabellera negra como una lengua de fuego sobre cualquier superficie húmeda. Resultaba indescriptiblemente sugestivo el contraste de los dos personajes que precedían: el guía –un carmelita de cabellos rizosos y nariz aguileña– y aquella espiritual muchacha, silenciosa, tímida, frecuentemente suspirante, que caminaba altivamente por entre las fosas abiertas y los cráneos diseminados.

Tres veces más nos encontramos. Una, fortuitamente, en el Foro Romano, y las restantes, de común acuerdo, en su propio hotel —¿Hotel Londres?— acompañada de sus familiares. (No recuerdo en qué número, pero tres probablemente). Durante estas dos últimas entrevistas me fue dado comprobar con natural sorpresa la habilidad poco común de la joven para jugar al ajedrez. Creo que no logré ganarle una sola partida. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 6 de abril de 2023

"ODIO". Un poema de José Emilio Pacheco.

Para ser Dios a la palabra Odio le falta una letra y le sobra otra.

No obstante, ejerce la potestad absoluta sobre nosotros. Hay declaraciones contra todo 
excepto contra el odio. En los edificios, vemos letreros: No entre, no pase, no se detenga, no 
pregunte, no hable. Jamás he visto ninguna que ordene: No odie.

El odio como el aire lo llena todo. Su expansión satura de rabia al mundo. Inventamos 
artefactos que le dan rienda suelta y lo multiplican en infinitas series de venganzas.

O-d-i-o. La d son las fauces que devoran el planeta. La i, la espada y la flecha que los aniquilan. 
La primera o es un cero a la izquierda: la inutilidad de querer derrotarlo. La segunda o es otro
cero y esta vez simboliza la mutua aniquilación a la que el odio nos condena.

miércoles, 5 de abril de 2023

"LA MISOGINIA, AMIGO MÍO". Un artículo de Carmen G. de la Cueva publicado en elDiario.es el 23 de marzo de 2023

Imagen de una exposición dedicada
a la figura de Maria Lejárraga.
EFE/ Miguel Angel Molina
Hay una corriente misógina que suele usar sus espacios de privilegio —sobre todo, las columnas de opinión en grandes medios— para decir que cuanto las mujeres hacemos o hicimos es irrelevante, por decreto

Hace unos días tuve un déjà vu leyendo una columna de Ignacio Martínez de Pisón donde el autor pone en cuestión la recuperación de la obra de María Lejárraga: «Interesa más el personaje que la obra (…) su literatura, en cambio, es otro cantar. Una literatura llena de monjas piadosas, amores descarriados y buenos sentimientos, que olía a rancio incluso en épocas decididamente rancias (…) Tardó poco en caer en el olvido, y las generaciones posteriores no han mostrado el menor aprecio por ella». La rabia que me invadió fue tan grande que me mantuvo alterada varios días. Sucede, a veces, que las palabras de otros tienen el poder de incomodarnos de tal manera que la reacción más inmediata de nuestro tiempo hubiera sido irme a Twitter a compartir mi furia y contagiar a otros, pero no tengo perfil en esa red y, más allá del primer instante frenético, prefiero contextualizar esas palabras, situarla en una infinita cadena de misoginia que arrastramos desde hace siglos.

El artículo de Martínez de Pisón se titula “La posteridad, amigas mías” y ya desde ahí salta la condescendencia y el desdén del autor con los lectores, quiero decir, con las lectoras. Decía que había tenido un déjà vu porque el ya desaparecido Javier Marías hizo algo parecido en una columna de 2017, el año que se celebraba el centenario de Gloria Fuertes, para cuestionar las razones de tanta conmemoración. Aquella columna sí que fue muy comentada porque el autor, además de sembrar dudas acerca de la valía de Fuertes como poeta, ofrecía una lista alternativa de autoras a las que sí había que leer. En la estela del concepto de mansplaining que acuñó la ensayista norteamericana Rebecca Solnit, la escritora Llucia Ramis llamó ingeniosamente a lo de Marías un “mariasplaining” (Marías explains things to me/Marias explica las cosas).

Hay una corriente misógina que suele usar sus espacios de privilegio —sobre todo, las columnas de opinión en grandes medios— para decir que cuanto las mujeres hacemos o hicimos es irrelevante, por decreto. Ahora quizá no tan radicalmente, es decir, Pisón nos ofrece autoras alternativas que, aun estando también en la estela de las silenciadas, sí merece la pena leer como Luisa Carnés o Concha Alós. Ni que reivindicar a Lejárraga impidiera hacer lo mismo con Carnés y Alós. Todo lo contrario. Javier Marías pensaba que el hecho de que algunas autoras hubieran creado en un momento tremendamente difícil tenía un «gran mérito, sí, pero eso no las convierte a todas en artistas de primera fila, que es lo que esa corriente actual pretende que sean. Es más, sostiene esa corriente que todas esas artistas geniales fueron deliberadamente silenciadas por la “conspiración patriarcal”. No se les reconoció el talento por pura misoginia». Gloria Fuertes no era una grandísima poeta y María Lejárraga escribía piezas rancias.

En Breve historia de la misoginia, la investigadora Anna Caballé viene a darnos razones para colocar a Marías y Pisón en esa tradición intelectualmente misógina que «ha combatido, y sigue combatiendo, a veces con desesperación digna de mejor causa, el valor de la inteligencia femenina, negándole no ya el reconocimiento sino el derecho a ser considerada parte inalienable de la producción cultural». Quizá a los lectores esto le parezca un asunto pequeño, sin importancia, pero luego nos sorprendemos preguntándonos por qué no conocemos la obra de Carmen Baroja o de Elena Fortún o de Emilia Pardo Bazán o de Carmen de Burgos o de Luisa Carnés y de tantas, tantísimas, por qué no están en los programas académicos, por qué sigue existiendo un enorme hueco en nuestra genealogía. La misoginia sucede desde siempre, no es ninguna conspiración, es el sistema, la estructura de pensamiento imperante. Desde Emilia Pardo Bazán a la que un crítico de 1891, José María de Pereda, le dedicaba un artículo que llevaba por título donde decía que una comezón que «consume y devora, padece la buena de doña Emilia, de un tiempo acá: la comezón de meterse en todo, de entender de todo y de fallar en todo, como si el público no pudiera pasarse sin ella un solo día en las columnas de los periódicos y en la pompa de los grandes espectáculos. Es una enfermedad como otra cualquiera». Pasando por el historiador de la literatura José Carlos Mainer, que en su ensayo Tramas, libros, nombres. Para entender la literatura española de 1944-2000 (Anagrama, 2005) no considera la obra de ninguna escritora que haya publicado en la segunda mitad del siglo XX. En el año 1952, por ejemplo, ignora deliberadamente La isla y los demonios de Carmen Laforet o La sangre de Elena Quiroga, que llegó a ser académica de la RAE, la propia Lejárraga que publica en el exilio Una mujer por los caminos de España o el primer libro de cuentos de Rosa Chacel, titulado Sobre el piélago. O el editor Chus Visor que en 2015 dijo alegremente en una entrevista que «la poesía femenina en España no está a la altura de la otra, de la masculina, digamos, aunque tampoco es cosa de diferenciar. Desde luego, si vas a coger a las poetas desde el 98 para acá, es decir, todo el siglo XX, no ves ninguna gran poeta, ninguna, comparable a lo que suponen en la novela Ana María Matute o Martín Gaite. No hay una poeta importante ni en el 98, ni en el 27, ni en los 50, ni hoy».

Después de leer la columna de Pisón, lo que sí hice fue escribirle a Laura Hojman, directora del maravilloso documental sobre María Lejárraga, y confesarle mi malestar. Ella estaba justo en esos momentos recogiendo la Biznaga de Plata al Mejor Documental en el Festival de cine de Málaga, y lo que me dijo fue tan hermoso y revelador que lo reproduzco aquí: «Afirma Pisón que las obras de María Lejárraga atribuidas a Gregorio Martínez Sierra no gozaron del favor del público y me extraña enormemente está afirmación tan desconcertante, ya que entiendo que sabe que Canción de Cuna fue una de las obras más representadas en su tiempo, que llegó a estrenarse en Broadway y que se adaptó cinco veces al cine. En Hollywood y en España, por José Luis Garci, siendo la primera película española en ser seleccionada para el festival de Sundance.

El mismísimo Garci cuenta cómo quedó fascinado por aquella obra siendo tan solo un niño, prometiéndole a sí mismo que si algún día llegaba a ser director de cine, la llevaría a la gran pantalla. Aquella obra en la que el señor Pisón solo ve “monjitas piadosas”, revolucionó el teatro, poniendo el foco en la emoción y en la intimidad, en las pequeñas cosas que nos remueven por dentro, algo novedoso en un teatro que hasta entonces hablaba desde la acción y la épica. Detrás de esas monjitas había una obra que hablaba de la maternidad, de los cuidados, de los deseos ocultos, de la libertad. El mismísimo Orson Welles quedó hechizado por aquella obra y quiso llevarla al cine. Pero entiendo que no es suficiente, así que hablemos de El amor brujo, o de esa letra de El fuego fatuo que sigue cantándose en todos los teatros del mundo. Podríamos hablar también de uno de nuestros primeros bestsellers, la novela Tú eres la paz. Seguramente, el señor Martínez de Pisón vea una novelilla rosa y no alcance a ver que bajo aquella trama había una hermosa obra sobre la autoconciencia, que mostraba a las mujeres un camino para encontrar la paz con ellas mismas sin la necesidad de la aprobación externa. María Lejárraga siempre buscó la forma de hacer llegar estos mensajes bajo fórmulas comerciales, el mismo hecho de firmarlas con el nombre de su marido puede interpretarse como una estrategia más. Pero bajo la superficie, una superficie tremendamente bella, sinuosa, evocadora, luminosa, estaba el mundo de las mujeres. Ese que aún hoy, a ojos de algunos, sigue siendo despreciado, considerado pequeño, menor, sin importancia. Decía Virginia Woolf que cuando una mujer se ponía a escribir, deseaba convertir en serio lo que a un hombre le parecía insignificante. Pues en esas seguiremos».

martes, 4 de abril de 2023

BOROÑA. Un cuento de Leopoldo Alas Clarín

En la carretera de la costa, en el trayecto de Gijón a Avilés, casi a mitad de camino, entre ambas florecientes villas, se detuvo el coche de carrera, al salir del bosque de la Voz, en la estrechez de una vega muy pintoresca, mullida con infinita hojarasca de castaños y robles, pinos y nogales, con los naturales tapices de la honda pradería de terciopelo verde obscuro, que desciende hasta refrescar sus lindes en un arroyo que busca deprisa y alborotando el cauce del Aboño. Era una tarde de Agosto, muy calurosa aun en Asturias; pero allí mitigaba la fiebre que difundía el ambiente una dulce brisa que se colaba por la angostura del valle, entrando como tamizada por entre ramas gárrulas e inquietas del robledal espeso de la Voz que da sombra a la carretera en un buen trecho.

Al detenerse el destartalado vehículo, como amodorrado bajo cien capas de polvo, los viajeros del interior, que dormitaban cabeceando, no despertaron siquiera. Del cupé saltó, como pudo, y no con pies ligeros ni piernas firmes, un hombre flaco, de color de aceituna, todo huesos mal avenidos, de barba rala, a que el polvo daba apariencias de cana, vestido con un terno claro, de verano, traje de buena tela, cortado en París, y que no le sentaba bien al pobre indiano, cargado de dinero y con el hígado hecho trizas.

Pepe Francisca, D. José, Gómez y Suárez en el comercio, buena firma, volvía a Prendes, su tierra, después de treinta años de ausencia; treinta años invertidos en matarse poco a poco, a fuerza de trabajo, para conseguir una gran fortuna con la que no podía ahora hacer nada de lo que él quería: curar el hígado y resucitar a Pepa Francisca de Francisquín, su madre.

De la baca del coche sacó el zagal, con gran esfuerzo, hasta cuatro baúles de mucho lujo todos y vistosos y una maleta vieja, remendada, que Pepe Francisca conservaba como una reliquia, porque era el equipaje con que había marchado a México, pobre, con pocas recomendaciones, pocas camisas y pocas esperanzas. -Dio Pepe a los cocheros buena propina, y a una señal suya siguió su marcha el destartalado vehículo, perdiéndose pronto en una nube de polvo.

Quedó el indiano solo, rodeado de baúles, en mitad de la carretera. Era su gusto. Quería verse solo allí, en aquel paraje con que tantas veces había soñado. Ya sabía él, allá desde Puebla; que la carretera cortaba ahora el Suqueru, el prado donde él, a los ocho años, apacentaba las cuatro vacas de Francisquín de Pola, su padre. Miraba a derecha e izquierda; monte arriba, monte abajo: todo estaba igual. Sólo faltaban algunos árboles y... su madre. -Allá enfrente, en la otra ladera del angosto valle, estaba la humilde casería que llevaban desde tiempo remoto los suyos. Ahora vivía en ella su hermana Rita, su compañera de llinda, en el Suqueru, casada con Ramón Llantero, un indiano frustrado, de los que van y vuelven a poco sin dinero, medio aldeanos y medio señoritos, y que tardan poco en sumirse de nuevo en la servidumbre natural del terruño y en tomar la pátina del trabajo que suda sobre la gleba. -Tenían cinco hijos, y por las cartas que le escribían conocía el ricachón que la codicia de Llantero se le había pegado a Rita y había reemplazado al cariño. Los sobrinos no le conocían siquiera. Le querían como a una mina. Y aquella era toda su familia. No importaba; quisiéranle o no, entre ellos quería morir: morir en la cama de su madre. ¡Morir! ¿quién sabía? Lo que no habían podido hacer las aguas de Vichy, los médicos famosos de Nueva-York, de París, de Berlín, las diversiones del mundo rico, los mil recursos del oro, podría conseguirlo acaso el aire natural; pobre frase vulgar que él repetía siempre para significar muchas cosas distintas, hondas complicaciones de un alma a quien faltaba vocabulario sentimental y sobraba riqueza de afectos. Lo que él llamaba exclusivamente el aire natal era la pasión de su vida, su eterno anhelo; el amor al rincón de verdura en que había nacido, del que le habían arrojado de niño, casi a patadas, la codicia aldeana y las amenazas del hambre. Era un chiquillo enclenque, soñador, listo, pero débil, y se le dio a escoger entre hacerse cura de misa y olla o emigrar; y como no sentía vocación de clérigo, prefirió el viaje terrible, dejando las entrañas en la vega de Prendes, en el regazo de Pepa Francisca. La fortuna, después de grandes luchas, acabó por sonreírle; pero él la pagaba con desdenes, porque la riqueza, que procuraba por instinto de imitación, por obedecer a las sugestiones de los suyos, no le arrancaba del corazón la melancolía. Desde Prendes le decían sus parientes: «¡No vuelvas! ¡No vuelvas todavía! ¡Más, más dinero! ¡No te queremos aquí hasta que ganes todo lo que puedas!». Y no volvía; pero no soñaba con otra cosa. Por fin, sucedió lo que él temía: que faltó su madre antes de que él diese la vuelta, y faltó la salud; con lo que el oro acumulado tomó para él color de ictericia. Veía con terrible claridad de moribundo la inutilidad de aquellas riquezas, convencional ventura de los hombres sanos que tienen la ceguera de la vida inacabable, del bien terreno sólido, seguro, constante. CONTINUAR LEYENDO


lunes, 3 de abril de 2023

"ME TIENES EN TUS MANOS". Un poema de Jaime Sabines

Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.
Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.
A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.
¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.
Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.

 


sábado, 1 de abril de 2023

"LEER, ¿CURA ANTIESTRÉS?. Un artículo de Mariana Toro Nader publicado en la revista Ethic el 21 de marzo de 2023

La lectura entretiene, fortalece la imaginación, otorga conocimiento, aumenta el vocabulario y tiene un efecto antiestrés: según varios estudios de neuropsicología, leer relaja la tensión y modifica los estados mentales ansiosos

Vivimos en un mundo donde los entretiempos son escasos. Acelerados, impacientes, hiperactivos, pasamos de una tarea a otra, de aquí allá, arrebatándonos cualquier momento de descanso e impidiéndonos la relajación. Estar estresados parece haberse convertido en la norma, en la marca de la sociedad actual, que en ocasiones parece considerarlo una lucha valiente en medio de la vida moderna. Y aunque muchos buscan calmar ese estrés con actividades lúdicas, deportes extremos, té de tila o medicamentos, hay una herramienta que todos tenemos a la mano (y que está comprobado que puede reducir el estrés en más de la mitad): leer.

Según un estudio de la Universidad de Sussex, una lectura de seis minutos tiene la capacidad de disminuir los niveles de estrés hasta en un 68%. Así, al leer nuestros músculos liberan tensión, nuestro ritmo cardiaco se ralentiza y se altera nuestro estado de ánimo de forma positiva. La investigación, que midió las reacciones sobre los niveles de cortisol y la frecuencia cardiaca de un grupo de voluntarios ante diversos métodos de relajación, demostró que leer un libro gana por goleada. La lectura fue más efectiva para aliviar el estrés que caminar, escuchar música o hacer una pausa para tomar té.

El estrés es, hoy por hoy, una epidemia global. Y no es baladí: desencadena respuestas fisiológicas de supervivencia que aumentan el ritmo cardiaco y pueden desatar factores de riesgo para padecer enfermedades crónicas, hipertensión, declive del sistema inmune o enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad. Actualmente, España es el quinto país –tras Serbia, Letonia, Portugal y Grecia– con más estrés de toda Europa: uno de cada cinco ciudadanos de nuestro país afirma haberse medicado contra el estrés y la depresión en el último año.

«Perderse en un libro es la máxima relajación. Realmente no importa qué libro leas, al perderte en un libro completamente fascinante puedes escapar de las preocupaciones y el estrés del mundo cotidiano», explica el neuropsicólogo David Lewis, fundador de MindLab y líder del estudio en Sussex. «Se trata de una participación activa de la imaginación, ya que las palabras en la página impresa estimulan tu creatividad y te hacen entrar en lo que es esencialmente un estado alterado de conciencia».

Es por eso que leer antes de dormir no solo nos ayuda a desconectar de la prisa cotidiana y a distraernos, sino que además contribuye a disminuir los niveles de insomnio. Se trata de una actividad que, además, destaca el poder de lo analógico: sus beneficios solo se aplican en los libros físicos o audiolibros, no en las lecturas realizadas en el ordenador o el teléfono, ya que el impacto de la luz azul emitida por las pantallas lleva a una inadecuada producción de melatonina.

Asimismo, además de que nos ayuda a descansar mejor, la lectura tiene un efecto positivo sobre nuestro estado de ánimo y nuestra satisfacción vital. A través de una encuesta a más de 4.000 adultos, la organización británica Quick Reads encontró que las personas que leen por lo menos 30 minutos a la semana tienen un 20% más de probabilidades de sentirse satisfechas con sus vidas y un 11% más de probabilidad de sentirse creativas. También tienen un 28% menos de probabilidad de sufrir depresión y un 18% más de decir que tienen buena autoestima. El estudio, además, demostró que la lectura contribuye a aumentar la empatía, a sentirnos más conectados con los demás y a sobrellevar los momentos difíciles, ya que nos muestra que no estamos solos en cuanto a desafíos vitales. Para uno de cada cinco encuestados, leer les ayuda a sentirse menos solos.

Y los beneficios van aún más lejos. De acuerdo con Sue Wilkinson, directora de Reading Agency, la lectura con motivo de ocio puede ayudar a prevenir no solo la depresión y el estrés, sino también la demencia. En un sentido similar se mueve la Fundación de ACE-Barcelona Alzheimer Treatment and Research Center, que subrayó en un informe la importancia de la lectura en pacientes de Alzheimer: ayuda a mantener la actividad cerebral y retrasar los efectos del deterioro cognitivo.

Leer distrae la mente de las preocupaciones externas y nos permite deambular por estadios imaginarios y creativos, lugares definitivamente menos ansiosos y ajetreados. Y cuanto más interesante sea la lectura, mejor: más impacto tendrá sobre las hormonas del estrés y la respuesta de lucha o huida en el cerebro.