sábado, 6 de julio de 2024

"HABÍA UNA VEZ UNA MUJER". Un cuento de Haruki Murakami

Había una mujer que de vez en cuando se quedaba a dormir en mi apartamento. Luego desayunábamos juntos, y ella se iba al trabajo. Tampoco ella tiene nombre, pero sólo porque no es un personaje de esta historia. Aparece brevemente y desaparece enseguida. Por eso no le pongo nombre, para no liar las cosas. Pero que nadie piense que me la tomo a la ligera. La apreciaba mucho, y la sigo apreciando ahora que ya no está.

Éramos amigos, por así decirlo. Era, al menos, la única persona con la que podía decir que me unía cierta amistad. Tenía un novio formal, que no era yo. Trabajaba en una compañía de teléfonos, preparando las facturas con el ordenador. Ni yo le pregunté sobre su trabajo ni ella me contó demasiado, pero creo que era eso. Calcular el montante de las facturas telefónicas de otras personas, preparar los recibos, algo por el estilo. Por eso todos los meses, al ver en el buzón el recibo del teléfono, me daba la impresión de estar recibiendo una carta personal.

Además se acostaba conmigo. Dos o tres veces al mes, más o menos. Pensaba que yo había caído de la luna o de algún lugar semejante. “¿Aún no te has vuelto a la luna?” me pregunta entre risas. Estamos en la cama, desnudos, nuestros cuerpos muy juntos, sus pechos contra mi costado. Así pasamos muchas noches, charlando hasta el amanecer. El ruido de la autopista no cesa ni un momento. En la radio suena monótona una canción de los Human League. Human League. ¡Qué nombre tan absurdo! ¿Por qué usarán un nombre tan sin sentido? Antes la gente era mucho más moderada a la hora de ponerle nombre a un grupo. Imperials, Supremes, Flamingos, Falcons, Impressions, Doors, Four Seasons, Beach Boys. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 5 de julio de 2024

Miedo. Un cuento / álbum ilustrado de Gabriela Cabal. Ilustraciones: Nora Hilb.

Había una vez un chico que tenía miedo.

Miedo a la oscuridad, porque en la oscuridad crecen los monstruos.

Miedo a los ruidos fuertes, porque los ruidos fuertes te hacen agujeros en las orejas.

Miedo a las personas altas, porque te aprietan para darte besos.

Miedo a las personas bajitas, porque te empujan para arrancarte los juguetes. Mucho miedo tenía ese chico.

Entonces, la mamá lo llevó al doctor. Y el doctor le recetó al chico un jarabe para no tener miedo (amargo era el jarabe).

Pero al papá le pareció que mejor que el jarabe era un buen reto:

-iBasta de andar teniendo miedo, vos! - le dijo -. ¡Yo nunca tuve miedo cuando era chico!

Pero al tío le pareció que mejor que el jarabe y el reto era una linda burla:

-¡La nena tiene miedo, la nena tiene miedo!

El chico seguía teniendo miedo. Miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a las personas altas, a las personas bajitas. Y también a los jarabes amargos, a los retos y a las burlas.

Mucho miedo seguía teniendo ese chico.

Un día el chico fue a la plaza. Con miedo fue, para darle el gusto a la mamá.

Llena de personas bajitas estaba la plaza. Y de persona altas.
El chico se sentó en un banco, al lado de la mamá. Y fue ahí que vio a una persona bajita pero un poco alta que le estaba pegando a un perro con una rama. Blanco y negro era el perro. Con manchitas. Muy flaco y muy sucio estaba el perro. 

Y al chico le agarró una cosa acá, en el medio del ombligo.
Y entonces se levantó del banco y se fue al lado del perro. Y se quedó parado, sin saber qué hacer. Muerto de miedo se quedó.

La persona alta pero un poco bajita lo miró al chico. Y después dijo algo y se fue. Y el chico volvió al banco. Y el perro lo siguió al chico. Y se sentó al lado.

-No es de nadie- dijo el chico -¿Lo llevamos?

-No- dijo la mamá.

-Sí- dijo el chico -. Lo llevamos.

En la casa la mamá lo bañó al perro. Pero el perro tenía hambre. El chico le dio leche y un poco de polenta del mediodía. Pero el perro seguía teniendo hambre. Mucha hambre tenía ese perro.

Entonces el perro fue y se comió todos los monstruos que estaban en la oscuridad, y todos los ruidos fuertes que hacen agujeros en las orejas. Y como todavía tenía hambre también se comió el jarabe amargo del doctor, los retos del papá, las burlas del tío, los besos de las personas altas y los empujones de las personas bajitas. Con la panza bien rellena, el perro se fue a dormir. Debajo de la cama del chico se fue a dormir, por si quedaba algún monstruo.

Ahora el chico que tenía miedo no tiene más miedo. Tiene perro.

FIN

Miedo. Buenos Aires: Sudamericana, 1997.
(Ilust. Nora Hilb, Colección: Los caminadores)

jueves, 4 de julio de 2024

III Encontro Nacional em Saúde, Educação e Justiça. Dialogos com o Presídio e a APAC

 


"EL DERECHO A SER FELIZ". Un gran artículo de Graciela Cabal.

¿Por qué este título? Ocurre que mi idea de felicidad estuvo en mi infancia –y está todavía- absolutamente ligada a la lectura, a los libros. Yo también “me figuraba el paraíso bajo la especie de una biblioteca”. Y usé –y uso- los libros, la literatura, como huida, como escudo contra los miedos y desconsuelos.

La niña diminuta que se protegía del frío con un pétalo de rosa; las chicas March, regalando su desayuno de Navidad; el barco de polvo de oro de Peter Pan que yo veía, veía, navegar en el cielo cada vez que me asomaba a la ventanita del altillo de mis abuelos… Y después, más tarde, Remedios, la bella, llevada por un viento irreparable entre el blanco aleteo de sábanas con olor a sol… Puertas a un mundo donde todo es posible: muchachas harapientas que se convierten en reinas, sapos que en verdad son príncipes, el vertiginoso espectáculo del universo encerrado en una pequeñísima esfera tornasolada…

Además sucede que, desde hace tiempo, el tema de la felicidad –y no me refiero sólo a la felicidad que pueden proporcionar los libros- me preocupa y hasta me obsesiona. Es decir, lo que me preocupa es la ausencia de felicidad. Y estoy pensando en mi país, y sobre todo en mi ciudad, Buenos Aires. Qué poca felicidad se respira en Buenos Aires. Cuánta desesperanza.

Al hablar de felicidad me refiero a la de todos, pero especialmente a la de los chicos. Al derecho que los chicos tienen a ser felices. Felices porque sí, con esa dicha revientacorazones de la infancia.

Se ha dicho que cuando uno es muy pequeño comparte la felicidad de los animales, que ignoran la muerte.

“En el tiempo que festejaban mi cumpleaños”, dirá Pessoa, “yo era feliz y nadie estaba muerto”. 

El derecho a ser feliz…¿Está escrito ese derecho, bien clarito, en algún lado?

Es cierto que vendría a ser como un resumen de todos los otros derechos. Pero yo, por si acaso, lo preferiría con un número, el 1, y con unas letras grandes y fosforescentes. Para que nadie se haga el distraído. Para que nadie se piense que la felicidad es cosa de ricos (y los ricos son pocos). Y que para los pobres (y los pobres son muchos) la felicidad es un lujo. O un pecado. O algo del más allá. 

“La infancia es el lugar donde suceden todas las cosas, y suceden de una vez y para siempre, decía Cesare Pavese.

Ahora, yo me pregunto: ¿a los chicos, a nuestros chicos, les está sucediendo la felicidad?

Una de las cosas que pasan de una vez y para siempre en la infancia, son los primeros encuentros con los libros. De ahí la importancia de la calidad de esos primeros encuentros, de esas primeras escenas de lectura de las que, con frecuencia, hablan los escritores en sus libros y que suelen ser vividas como verdaderos deslumbramientos gozosos. ¿Acceden los chicos, nuestros chicos, a esa clase de felicidad?

Difícil hablar de la felicidad de los chicos cuando sabemos que, en el mundo, la mayoría de los chicos son pobres y la mayoría de los pobres son chicos. Que las víctimas primeras de cualquier desgracia, natural o inventada por los hombres, son los chicos.

Difícil hablar de la felicidad de los chicos cuando tantos chicos se han quedado sin oreja que los escuche (esa oreja verde y joven de la que hablaba Gianni Rodari) . Y que de tanto no tener ninguna oreja amiga, muchos chicos se han quedado también sin relato (cada vida es un relato), sin palabras. Y qué peligro cuando alguien se queda sin palabras. Porque son las adicciones las que pasan a ocupar el lugar de las palabras (adicto significa: no dicho).

Difícil hablar de la felicidad de los chicos aquí y ahora, frente al escándalo de chicos sin techo, sin comida, sin escuela, sin hospital, sin agua potable. Escándalo y vergüenza de una sociedad que parece estar suicidándose como nación.

Claro que la felicidad de los chicos es cosa de los grandes. ¿Y es posible para un grande con hambre y sin trabajo, y que se esconde porque no ha podido, piensa, proteger a los suyos de tanta desdicha, es posible, digo, enseñarle a un chico a ser feliz? En una sociedad donde no se valore sino lo que puede justificarse desde el punto de vista de la eficacia, “la causa de los niños”, como decía Françoise Dolto, “está tan mal defendida”.

¿Será que Dios se cansó de los hombres? (de los chicos, no: de los chicos nunca se cansa Dios. Y de las mujeres se cansa, pero poco). ¿Será que Dios, que estaba mirando hacia abajo con su catalejo divino para ver cómo andaban las cosas, justo tuvo la ocurrencia de enfocar el país de nosotros y lo que vio lo hizo enojar y nos retiró su amistad? Hace tanto tiempo que no se aparece por acá el arco iris, que es la señal de amistad de Dios, como cualquiera sabe…

No. La culpa de esto no la tiene Dios. Tampoco la tenemos todos, como gustan tranquilizarse algunos. La culpa la tienen los mandamases de turno que mueven las fichas para que cada vez haya menos ricos más ricos y más pobres bien pobres. CONTINUAR LEYENDO

"PUDIERA SER". Unpoema de Alfonsina Storni.

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.

martes, 2 de julio de 2024

"YO, EL LÁPIZ". Un cuento de Leonard E. Read. Introducción de Milton Friedman.

Yo soy un lápiz de grafito, el típico lápiz de madera tan conocido por todos los chicos, chicas y adultos que saben leer y escribir.

Escribir es al mismo tiempo mi vocación y mi distracción, eso es todo lo que hago. Ustedes se preguntarán por qué debo confeccionar mi árbol genealógico. Bueno, para empezar mi historia es interesante. Y además, yo soy un misterio, mayor aún que el que puede representar un árbol, un atardecer o un relámpago. Lamentablemente, quienes me utilizan dan por sentado que soy un mero incidente, carente de todo pasado. Esta actitud me relega al nivel de algo meramente trivial. La humanidad cae así en una especie de penoso error, con el cual no podrá persistir mucho tiempo sin peligrar.

Yo, el lápiz, si bien en apariencia soy algo sencillo, merezco vuestro asombro y admiración, por las razones que más adelante probaré. En realidad, si ustedes logran entenderme -lo que realmente es mucho pedir de alguien-, si consiguen darse cuenta del milagro que vengo a simbolizar, podrán ayudar a salvar la libertad que desgraciadamente la humanidad de a poco va perdiendo. Tengo una profunda lección que enseñar. Y puedo trasnmitirla mejor que lo que un automóvil, un aeroplano o una lavadora de platos podrían hacerlo, en virtud de ser aparentemente algo muy simple.

¿Simple? Sin embargo, ni una sola persona sobre la tierra sabe cómo hacerme. Esto suena fantástico ¿no es cierto?. Especialmente cuando se toma conciencia que alrededor de cien a cien millones y medio de unidades como yo son producidas en los Estados Unidos cada año.

Tómenme y obsérvenme. ¿Qué es lo que ven? Sus ojos no encontrarán gran cosa -hay un poco de madera, barniz, la etiqueta, la mina de grafito, algo de metal y una goma de borrar. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 1 de julio de 2024

"ESCUELA". Un poema de León Felipe

Oí tocar a los grandes violinistas del mundo,
a los grandes «virtuosos».
Y me quedé maravillado.
¡Si yo tocase así!… ¡Como un «Virtuoso»!
Pero yo no tenía
escuela
ni disciplina
ni método…
Y sin estas tres virtudes
no se puede ser «Virtuoso».
Me entristecí.
Y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Una día oí… en un lugar… no sé cuál…
«Sólo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios».
Yo sé que la palabra «Virtuoso»
tiene un significado equívoco, anfibológico,
pero, de una o de otra manera, pensé,
yo no seré nunca un «Virtuoso»…
y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.

Anduve… anduve… anduve…
descalzo muchas veces,
bajo la lluvia y sin albergue…
solitario.
Y también en el carro itinerario
más humilde de la farándula española.
Así recorrí España.
Vi entonces muchos cementerios,
estuve en humildes velorios aldeanos
y aprendí cómo se llora en los distintos pueblos españoles.
Blasfemé.
Viví tres años en la cárcel…
no como prisionero político,
sino como delincuente vulgar…
Comí el rancho de castigo con ladrones y grandes asesinos…
viajé en la bodega de los barcos
les oí contar sus aventuras a los marineros
y su historia de hambre a los miserables emigrantes.
He dormido muchas noches, años, en el África Central,
allá, en el Golfo de Guinea, en la desembocadura del Muni,
acordando el ritmo de mi sangre
con el golpe seco, monótono y tenaz
del tambor prehistórico africano
de tribus indomables…
He visto a un negro desnudo
recibir cien azotes con correas de plomo
por haber robado un viejo sombrero de copa
en la factoría del Holandés.
Vi parir a una mujer
y vi parir a una gata…
y parió mejor la gata;
vi morir a un asno
y vi morir a un capitán.
y el asno murió mejor que el capitán.
Y ese niño, ¿por qué ha llorado toda la noche ese niño?
No es un niño, es un mono ─me dijeron.
Y todos se rieron de mí.
Yo fui a comprobarlo
y era un mono pequeño en efecto,
pero lloraba igual que un niño,
más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños
que yo había oído llorar en el mundo.
El Sargento me explicó:
—Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre,
y nos trajimos al monito.
¡¡Cómo lloraba el monito!!

Estuve en una guerra sangrienta,
tal vez la más sangrienta de todas.
Viví en muchas ciudades bombardeadas,
caminé bajo bombas enemigas que me perseguían,
vi varios palacios derruidos, sepultando
entre sus escombros niños y mujeres inocentes.
Una noche conté cientos de cadáveres
buscando a un amigo muerto.
Viví en manicomios y hospitales.
Estuve en un leprosario
(junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo),
me senté a la misma mesa con los leprosos.
Y un día, al despedirme,
les di la mano a todos
sin guantelete, como el Cid…
no tenía otra cosa que darles.
He dormido sobre el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos,
y me ha dado limosna ─Dios se lo pague─
una prostituta callejera.
Si recordase su nombre lo dejaría escrito aquí orgullosamente
en este mismo verso endecasílabo.
¿oh que alegría!, poder pagar una letra,
una deuda, una limosna de amor
a los cincuenta años vencida.

Y esta llaga que llevo aquí escondida
—desde mozo, hace 60 años—,
que sangra, que supura, no se cierra
y no puedo enseñarla por pudor.
No es herida gloriosa de guerra…
¡Pero hay llagas redentoras!

Una vez… alguien me llevó ciego
a un lugar de pesadilla… de bicéfalos monstruos.
¿Alguien?… ¿o fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre
que está ahí, agazapado como un tigre,
se levanta a veces, deforma el Amor
y me deja sin defensa
en un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez,
donde se pierde al fin la voluntad
y uno ya no puede decir quién quiere que venza,
si la luz o la sombra?
Sin embargo,
aquella vez vencieron y me salvaron los ángeles…
Pero yo no fui un soldado valiente.
¡Oh el amor, el amor…! ¡Qué formas toma a veces!
¿Por qué ha de ser así?
¿Por qué este veneno de la sangre está ahí siempre,
agazapado como un tigre, y no se va,
y a veces se levanta, y lucha… y, ¡ay!, puede más que los ángeles?

Volví a blasfemar.
Quiero contarlo todo.
Que vengan el pregonero,
el cura
el psiquiatra,
el albañil…
Quiero que sepa todo el mundo
cómo
y de qué
está construida mi casa.
Otra vez,
desesperado,
quise escaparme por la puerta maldita y condenada
y mi ángel de la guarda me tomó por los hombros
y me dijo severo: no es hora todavía…
hay que esperar.
Y esperé.
Y sufrí,
y lloré otra vez.
He visto llorar a mucha gente en el mundo
y he aprendido a llorar por mi cuenta.
El traje de las lágrimas
le he encontrado siempre cortado a mi medida.

Viví en Norteamérica seis años, buscando a Whitman,
y no lo encontré. Nadie le conocía.
Hoy tampoco le conocen.
¡Pobre Walt!, tu palabra «Democracy»
la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan…
y «aquella guerra», ¡ay!, aquella guerra la perdisteis los dos:
Lincoln y tú.

Llegué a México montado en la cola de la Revolución.
Corría el año 23…
y aquí planté mi choza,
aquí he vivido muchos años,
aquí he vivido,
he llorado,
he gritado,
he protestado
y me he llenado de asombro.
He presenciado monstruosidades y milagros:
aquí estaba cuando mataron a Trotsky
y cuando asesinaron a Villa,
cuando fusilaron a 40 generales juntos…
y aquí he visto a un indito,
a todo México
arrodillado llorando ante una flor.

He acompañado a la muerte muchas veces:
la vi a la cabecera de mi madre,
de mi compañera,
de amigos innumerables…
He sufrido y sufro el destierro…
Y soy hermano de todos los desterrados del mundo.

Tengo un amigo judío que estuvo en Auschwitz
y me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán.
He estado en el infierno.
En un infierno que Dante y Virgilio no soñaron siquiera.
Salí del infierno… y he rezado mucho después.
Me sepultaron vivo
y me escapé de la tumba.

He vivido largos años
y he llegado a la vejez
con un saco inmenso,
lleno de recuerdos,
de aventuras,
de cicatrices,
de úlceras incurables,
de dolores,
de lágrimas,
de cobardías y tragedias…
y ahora… de repente,
a los 80 años
me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín…
que soy un «Virtuoso»,
que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.
(El hombre y el poeta
son un mismo y único instrumento.)
Me gusta haber dado con mi almendra
antes de morirme
Me gusta haber llegado a la vejez
siendo un gran violinista…
un Virtuoso.
Pero… con esta definición
que oí cierta vez en un lugar… no sé cuál:
«Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios».