jueves, 1 de febrero de 2024

"TRAÉME TU AMOR". Un cuento de Charles Bukowski

Harry bajó las escaleras hacia el jardín. Muchos de los pacientes estaban allí afuera. Le habían dicho que Gloria, su mujer, estaba allí afuera. La vio sentada en una mesa, sola. Se acercó a ella en diagonal, de refilón por detrás. Dio la vuelta a la mesa y se sentó frente a ella. Gloria estaba sentada con la espalda muy recta y tenía la cara muy pálida. Le miró pero no le vio. Después le vio.

-¿Es usted el director?- le preguntó.

-¿El director de qué?

-El director de verosimilitud.

-No.

Estaba pálida, sus ojos eran pálidos, azul pálido.

-¿Cómo te encuentras, Gloria?

La mesa era de hierro, pintada de blanco, una que duraría siglos. Había un pequeño recipiente con flores en el centro, flores marchitas y muertas que colgaban de tallos blandos y tristes.

-Eres un follaputas, Harry. Te follas a las putas.

-Eso no es cierto, Gloria.

-¿Y también te lo chupan? ¿Te chupan el pito?

-Iba a traer a tu madre, Gloria, pero estaba en la cama con gripe.

-Esa vieja murciélago siempre está en la cama con algo… ¿Es usted el director?

Los demás pacientes estaban sentados junto a otras mesas o de pie, recostados contra los árboles, o tumbados en la hierba.

Estaban quietos y en silencio.

-¿Qué tal es la comida aquí, Gloria? ¿Tienes amigos?

-Horrible. Y no, follaputas.

-¿Quieres algo para leer? ¿Quieres que te traiga para leer?

Gloria no contestó. Entonces levantó la mano derecha, la miró, cerró el puño y se asestó un golpe en la nariz, muy fuerte. Harry se estiró por encima de la mesa y le cogió ambas manos.

-¡Gloria, por favor!

Ella empezó a llorar.

-¿Por qué no me has traído bombones?

-Pero Gloria, tú me dijiste que odiabas los bombones.

Las lágrimas le caían abundantemente.

-¡No odio los bombones! ¡Me encantan los bombones!

-No llores, Gloria, por favor… Te traeré bombones y todo lo que quieras… Escucha, he alquilado una habitación en un hotel, a un par de manzanas de aquí, sólo para estar cerca de ti.

Sus ojos pálidos se agrandaron.

-¿Una habitación de hotel? ¡Estarás ahí con una jodida puta! Estaréis viendo juntos películas porno y tendréis un espejo de los que ocupan todo el techo!

-Estaré aquí un par de días, Gloria- dijo Harry dulcemente-. Te traeré todo lo que quieras.

-Tráeme tu amor, entonces -gritó-. ¿Por qué demonios no me traes tu amor?

Algunos pacientes se volvieron y miraron.

-Gloria, estoy seguro de que no hay nadie que se preocupe por ti más que yo.

-¿Quieres traerme bombones? Bueno, pues ¡métete los bombones por el culo!

Harry sacó una tarjeta de su cartera. Era del hotel. Se la dio.

-Quiero darte esto antes de que me olvide. ¿Te permiten hacer llamadas? Si quieres cualquier cosa, sólo tienes que llamarme.

Gloria no contestó. Cogió la tarjeta y la dobló. Luego se agachó, se quitó un zapato, metió la tarjeta dentro y volvió a ponerse el zapato.

Entonces Harry vio al doctor Jensen que cruzaba el jardín hacia ellos. El doctor Jensen se acercó sonriendo y diciendo:

-Bueno, bueno, bueno…

-Hola, doctor Jensen -dijo Gloria, sin la menor emoción.

-Puedo sentarme? -preguntó el doctor.

-Claro -dijo Gloria.

El doctor era un hombre corpulento. Rezumaba peso, responsabilidad y autoridad. Sus cejas parecían gruesas y espesas; eran gruesas y espesas. Querían deslizarse y desaparecer dentro de su boca redonda y húmeda pero la vida no se lo permitía. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 31 de enero de 2024

"COMO TÚ". Un poema de Roque Dalton

Yo, como tú,
amo el amor, la vida, el dulce encanto
de las cosas, el paisaje
celeste de los días de enero.

También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.

Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan, de todos.

Y que mis venas no terminan en mí
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.


martes, 30 de enero de 2024

"FREAKS". Un cuento de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero

La escritora María Fernanda Ampuero
Mirar el reloj. Ver la manecilla grande girar hasta llegar a las doce. Gritar llegaron las vacaciones. Correr a la camioneta familiar y trepar con cuidado. Esquivar los cocachos de los hermanos. Aguantar que digan marica, mariquita, maricón, maricueco, marinero, mariposa, mariposón, muerdealmohadas, soplanucas, meco, trolo, sopa, badea, puto, desviado, niña, choto, cueco, galleta, loca, hasta que se cansan. Levantar la cara y sentir el viento cambiar, hacerse más puro, más lindo. Oler el mar desde lejos y sonreír. Esquivar nuevos cocachos. Escuchar otra vez lo de por qué eres así, párate como hombre, qué es esa mano. Abrazar a la abuela. Comer el pescado recién muerto con el ojo aún brillante. Correr a la playa. Correr como un perro. Correr y correr con todo lo que dan las piernas. Lanzarse al agua. Dar grititos de alegría. Bañarse en la espuma. Sumergirse a lo más profundo. Aguantar la respiración tanto que parece que el aire ya no es necesario. Bajar y bajar. Tocar las estrellas de mar, los corales, las tortugas marinas que pastan como vaquitas acorazadas. Rogar por un rato más en el agua antes de volver a casa. Resignarse. Secarse. Comer. Hacer la siesta. Despertar colorado de sol y calor. Visitar el pueblo con su circo y su mercado. Entrar a una de las carpas y ver por primera vez al cabezón. Arrugar la nariz del espanto de la mierda. Cubrirse la boca con el pañuelo. Aguantar la náusea que sube el pescado sin digerir hasta el pecho y llena los ojos de lágrimas. Mirar al cabezón, mirarlo bien. Ser mirado por él. Preguntar qué le pasa a ese niño, por qué tienen a ese niño entre los chanchos y la porquería de los chanchos, dónde están los padres de ese niño. Agarrar la mano de mamá con miedo. Bajar los ojos ante la mirada del cabezón. Volver a subirlos para encontrarlo llorando, extendiendo los bracitos a la gente que lo mira. Controlar la arcada cuando un chancho primero olisquea al cabezón y luego se hace caca casi sobre él. Espantar las moscas y los moscardones. Escuchar a mamá decir pobrecito y a papá decir qué bestia y a los hermanos puto asco ese monstruo. Insistir que hay que ayudarlo, llamar a la policía, llevárselo de ahí. Gritar. Entender que nadie, ninguno de los adultos que mira con asco al cabezón y se tapa la nariz con la mano, va a hacer nada. Ocultar las lágrimas al ver que el cabezón, después de llorar y berrear, dormita con su pulgar mugriento metido en la boca. Rabiar por ser demasiado joven para meterse en la porqueriza, levantarlo en brazos, llevárselo primero a bañar y luego a comer. Negarse a irse. Recibir un golpe en el hombro de uno de los hermanos y un empujón del otro. Volver a escuchar durante todo el camino a casa la retahíla que empieza con marica. Soñar que los chanchos se comen al cabezón, que el cabezón muerto le grita que por qué no hizo nada para ayudarlo, que lo persigue por la playa apenas sostenido por esas piernas ridículas al lado del tamaño de su cabeza, un niño cangrejo. Despertar bañado en sudor y temblando. Esquivar a los hermanos que lanzan golpes y preguntan si la niña se asustó por una pesadilla. Verlos hacer una imitación de que lo que ellos creen que es una niña asustada. Callar. Levantarse al amanecer. Ayudar a la abuela con el desayuno. Recoger los huevos a pesar del vendaval de cacareos y plumas de las gallinas. Agradecer las monedas de la abuela. Desayunar mirando a cada uno de los miembros de la familia. Ver el pan desaparecer en segundos en las mandíbulas de sus hermanos. Ver la frente del papá, siempre tan llena de arrugas, detrás del periódico. Ver la forma tan triste con la que mamá sostiene la taza. Devolver la mirada a la abuela que sabe, que entiende, que le dice te quiero sin decir palabra. Correr al pueblo. Buscar al borracho que cuida la entrada del circo. Poner las monedas de la abuela en esa palma mugrienta. Temer a esa sonrisa negra y viciosa, a esa lengua que asoma, a esa mano rápida que lo quiere tocar. Entrar a la porqueriza donde duerme el cabezón. Espantar a los chanchos que se alejan gruñendo. Levantarlo en sus brazos. Sorprenderse de lo que poco que pesa. Acercarlo a su cuerpo. Sonreír. Huir del borracho que le grita que qué hace con el monstruo, que si le quiere hacer alguna cosa tiene que pagar más. Salir otra vez al sol con el cabezón en brazos como una madre orgullosa de su criatura. Alejarse del circo y del borracho que llama a gritos a los otros para que detengan al mariconcito que se está robando al cabezón. Correr hacia el acantilado susurrando que todo va a estar bien, que van a estar bien, que todo eso se va a acabar, lo feo, los chanchos, las miradas asqueadas de la gente, los coscorrones, el miedo. Llegar a la cima con la gente del circo pisándoles los talones, gritando qué haces, maricón estúpido. Mirar al cabezón que sonríe con su boca sin dientes y sus ojitos brillantes de pescado y que le dice sin hablar hermano, hermano. Lanzarse al mar. Sentir que durante la caída las piernas se juntan en una sola y que va creciendo, rápida y violenta, una cola que al chocar con el agua levanta una espuma iridiscente, cegadora de tan hermosa.

lunes, 29 de enero de 2024

"PASATIEMPO". Un poema de Mario Benedetti


Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana 
no existía

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente 
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte 
de los otros

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser 
la nuestra.


miércoles, 24 de enero de 2024

"ECUADOR: los mejores escritores actuales para conocer su literatura, su cultura y su historia". Por Santiago Vargas de WMagazin

Detalle de la portada del libro de cuentos
‘Sacrificios humanos’, de María Fernanda
Ampuero  (Páginas de Espuma. /WMagazín

Las diferentes crisis, políticas, sociales, económicas o gubernamentales, que ha vivido el país suramericano en el siglo XXI, y esta última de inseguridad, nos sirven para recordar a la gran mayoría de la población honesta y su gran cultura. En la literaria, por ejemplo, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Leonardo Valencia, Javier Vásconez, Gabriela Alemán, Miguel Antonio Chávez...

El siglo XXI ha sido poco favorable a Ecuador que ha vivido en una montaña rusa económica, social, política y de seguridad. Al comienzo de los años dos mil, la situación económica llevó a que millares de ecuatorianos migraran a otros países, entre ellos España, donde son la primera comunidad latinoamericana; y en el último lustro el país ha estado sumido en problemas políticos, de corrupción, sociales y de inseguridad. Mientras tanto, la delincuencia común se organizó, al igual que se fortalecieron las bandas criminales relacionadas con el narcotráfico. La crisis actual empezó el 8 de enero de 2024 con la fuga de la cárcel de José Adolfo Macías, alias Fito, presunto líder de Los Choneros, demostrando su poder para hacer y generar la desestabilización que afronta el país. Los disturbios creados en diferentes cárceles propiciaron, incluso, la toma de un canal de televisión, lo que llevó a que el presidente, Daniel Noboa, declarara el estado de guerra en el país.

WMagazín se acerca a Ecuador a través de algunos de sus escritores contemporáneos cuyas obras son una ventana, sobre todo humana, a ese país latinoamericano.

En 2019 América Latina vivió un estallido de protestas ciudadanas en varios países por diferentes motivos, unidos por la desigualdad. En Ecuador los ciudadanos de las urbes marcharon contra algunas medidas económicas, implantadas por el presidente Lenín Moreno, y contra su gobierno, a las que se sumaron sectores de las comunidades indígenas. Entonces, el escritor ecuatoriano Leonardo Valencia recomendó en WMagazín, junto a escritores de otros países del continente, algunos autores y libros que nos ayudaran a comprender sus respectivos países, y esto nos dijo:

“Las novelas dan luces sobre una época de manera tangencial. Las memorias de Andrés Chiliquinga (Alfaguara), de Carlos Arcos Cabrera, hacen el mejor retrato del actual mundo indígena ecuatoriano a través de un personaje que va a Nueva York para un intercambio académico, donde lee por primera vez Huasipungo, de Jorge Icaza, la mítica novela del indigenismo. La de Carlos Arcos Cabrera no es indigenista y permite comprender de qué manera se perfila hoy en día la mente indígena, en su caso a través de un otavaleño. De mis novelas sugiero La escalera de Bramante (La Huerta Grande) porque apunta a los antecedentes, desde décadas atrás, de una sociedad tensamente estratificada en distintas clases sociales y regionales, y a la violencia inherente a sus estamentos, y aunque los alzamientos políticos parezcan estrictamente locales, hay profundos ríos conectados con el resto del mundo, a sus intereses, manipulaciones e injerencias”.

La literatura ecuatoriana tiene como precedente precolombino el poema Elegía a la muerte de Atahualpa, atribuido al cacique Jacinto Collahuazo de Alangasí. Entre sus autores clásicos figuran Jorge Icaza, Medardo Ángel Silva, Jorge Carrera Andrade y Juan Montalvo.

El siguiente es un mosaico literario de Ecuador a través de las voces de algunos de sus escritores contemporáneos más destacados:

lunes, 22 de enero de 2024

"LA EXTRAÑA PAREJA". Un cuento de Rafael Narbona

Cuando don Aniceto le comunicó que pasaría unas semanas en Algar de las Peñas para supervisar el funcionamiento de la parroquia, el padre Bosco experimentó la sensación de que su vieja úlcera de duodeno volvía abrirse. Había pasado años en las consultas de gastroenterología, soportando pruebas muy desagradables, casi torturas medievales. Los medicamentos que le recetaron solo le proporcionaron alivios temporales, no soluciones definitvas. Las molestias no desaparecieron hasta que perdió treinta kilos. Fue una auténtica hazaña que puso a prueba su equilibrio mental. Durante un año, pasó un hambre espantosa. Soñaba con banquetes pantagruélicos que incluían toda clase de viandas poco saludables: hamburguesas, patatas fritas, pizzas, embutidos, bebidas azucaradas, helados. Desde joven era aficionado a la comida basura. Su apetito era legendario. En su barrio, hacía apuestas con sus amigos sobre la cantidad de hamburguesas que podía comer en un día. Su récord era doce, acompañadas de varios litros de Coca-Cola. Su metro noventa le ayudaba a engullir sin medida. De mayor, se moderó bastante, pero seguía comiendo porquerías. Le encantaba la bollería: cruasanes, ensaimadas, suizos, napolitanas de chocolate, palmeras glaseadas, bambas de nata, bartolillos. Todas esas exquisiteces desfilaban por su mente mientras seguía el régimen. Sabía que la gula era un pecado, pero a fin de cuentas solo era un hombre y todos los hombres son pecadores. Una angina de pecho y un reflujo que casi le impedía dormir le obligaron a cambiar su estilo de vida. Se sometió a una estricta dieta y comenzó a pedalear media hora al día en una bicicleta estática. Cuando logró bajar diez kilos, se compró una bicicleta convencional y descubrió el placer de pasear sobre dos ruedas. En once meses, bajó treinta kilos. Animado por ese logro, pensó que podría relajarse y volvió a comer porquerías. En unas semanas recuperó diez kilos y comprendió que su única alternativa para no tener una panza tan descomunal como la de Chesterton sería mantener indefinidamente el régimen, alimentándose de pescado, fruta y verdura. Desde entonces el único exceso que se permitía era una copita de vino de vez en cuando y excepcionalmente un botellín de cerveza.

Gracias a su tenacidad, la úlcera no había vuelto a incordiarle, pero la inminente visita de don Aniceto había provocado que el malestar reapareciera. Mientras llevaba la parroquia el padre Juan, había hecho lo posible por limar las fricciones que se producían entre el joven sacerdote y el obispo, pero su paciencia se había agotado. No soportaba el carácter maniático y autoritario de don Aniceto. Su aspecto pulcro y sus modales suaves no podían ocultar su intolerancia y su deseo de amargar la existencia a los demás. No alzaba la voz, pero sus frases eran hirientes como estiletes. Diminuto, con la cruz obispal siempre colgando del pecho y con las canas amarillas por el exceso de colonia, nunca se cansaba de soltar perlas: «El feminismo radical y la ideología de género están causando un nuevo holocausto», «El amor a las mascotas nace de la incapacidad de amar al hombre», «Los anticonceptivos destruyen el respeto hacia la mujer», «El progresismo nos ha llevado al invierno demográfico», «Los ateos son los nuevos bárbaros. Destruirán Europa. Solo buscan sexo y dinero». No era un bocazas. Buscaba la polémica. Le gustaba tocar las narices. Su narcisismo le demandaba protagonismo en los medios y su piel era suficientemente dura para aguantar las campañas de descrédito. Sabía que una revista satírica había creado una sección donde se le ridiculizaba sin piedad. No le hacía gracia, pero pensaba que era una especie de martirio y eso le agradaba. Su sueño, ser recordado por su heroico servicio a la iglesia. No se consideraba un santo, pero sí un sacerdote valiente y leal. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 21 de enero de 2024

"ESTADOS DE ÁNIMO". Un poema de Mario Benedetti.

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas

unas veces me siento
como acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.

pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones

una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces

sereno en mi confianza
confiado en que una tarde
te acerques y te mires
te mires al mirarme.