Eliot publica Los hombres huecos en 1925, en la plenitud de
su desdicha conyugal. El mundo se le ha venido encima, lo
asfixia y no encuentra remedio a su desesperación. Ese es
también, por contrapartida, el año en que su vida empezará a
resolverse en lo material, con su ingreso a la Casa Faber. Por
lo demás, la difusión de Waste Land/Tierra baldía (el poema de la generación
Faulkner, Hemingway, Pound, et al.) le ha abierto las
cajas de caudales de los mecenas de Nueva York y, asimismo,
la consideración de ciertos círculos de influencia. Ello acarrea
una nueva actitud de su familia (el padre, al morir, le
deja una suma considerable, pero de la que no puede disponer
—en castigo por su boda—, sino tan sólo de sus intereses.
Su madre se apiadará de él y se fija una suma para cubrir
los gastos médicos y de manutención de Vivienne). Todo esto
irá sucediendo, sí, pero después de Los hombres huecos que es,
como Waste Land, un gran canto autobiográfico donde revisa
la situación que guarda su ser, su pobre alma convulsa, su
relación con la eternidad. Es también un claro homenaje al
Divino Dante; específicamente, al Canto Tercero de su
Commedia, que no aspiró a tener nada de divina y sí todo de
humana. Obra mixta, la llama Dante (que tal quería decir entonces
Commedia; es decir, en prosa y verso), y en latín vulgar,
además. Para que la leyeran todos, sin excepción, y vieran
cómo un hombre se dirige a los dioses y no al revés. Lo
que, combinado con muchas otras casualidades, hemos aprendido
a llamar Renacimiento. Esos dolientes personajes anónimos que divagan sin consuelo; ni vivos ni muertos, apartados
de la inteligencia de Dios, en el Canto Tercero; su ámbito,
su circunstancia, son la base que configura el poema de Eliot.
Los hombres huecos
ISomos los hombres huecos
los hombres rellenos de aserrín
que se apoyan unos contra otros
con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
Ásperas nuestras voces, cuando
susurramos juntos
quedas, sin sentido
como viento sobre hierba seca
o el trotar de ratas sobre vidrios rotos
en los sótanos secos
contornos sin forma, sombras sin color,
paralizada fuerza, ademán inmóvil;
Aquellos que han cruzado
con los ojos fijos, al otro
reino de la muerte n
os recuerdan —si acaso—
no como almas perdidas y violentas
sino, tan sólo, como hombres huecos,
hombres rellenos de aserrín.
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