martes, 20 de febrero de 2018

En la biblioteca del azar. Un artículo de Antonio Muñoz Molina.

El azar te saca de quicio y cambia el rumbo de las lecturas, actuando de antídoto contra las obsesiones y las inercias, contra lo que se lleva

El azar es un eficiente bibliotecario ciego. A mí no para de regalarme novedades sorprendentes a las que nunca habría llegado a través del tosco algoritmo de las recomendaciones de Amazon. Amazon me llama de tú y por mi nombre de pila, pero no sabe a qué atenerse conmigo. Me propone atropelladamente lecturas de acuerdo con mis últimas búsquedas, pero como mi curiosidad es variada y caprichosa, el algoritmo célebre acaba confundiéndolo todo, y ya se ve que se rinde y me ofrece cualquier cosa, con una mezcla de sobreabundancia y de monotonía que es una receta segura para el aburrimiento lector.

El azar no se equivoca nunca. Es un bibliotecario anárquico que ignora las coacciones de la moda y de la actualidad. Sus aliados frecuentes son los vendedores de los puestos callejeros y los de las librerías de segunda mano. Una parte de mis mejores lecturas de los últimos 14 o 15 años solía encontrarla en los tenderetes de las aceras de Broadway, en el Upper West Side de Manhattan y más arriba, en Morningside Heights, en las cercanías de la Universidad de Columbia. Los estudiantes de Columbia iban por la calle ensimismados en sus móviles y ni siquiera reparaban en aquellos tesoros en venta por unos pocos dólares, pero había siempre haraganes sin graduación que pasaban el rato rebuscando libros y charlando con los vendedores, muchos de ellos personajes más estrambóticos que los de las novelas que ofrecían. No había clásico de la literatura universal ni obra maestra contemporánea que no pudiera encontrarse en uno de aquellos mostradores de aglomerado por un máximo de cinco dólares.

Uno cambia de continente y de ciudad, pero no “de vida y costumbres”, como dice el Buscón de Quevedo. Hace un par de semanas, en un puesto de esa feria de libros usados que se instala cada sábado a espaldas de la librería Bertrand, en Lisboa, al solecillo suave del invierno, encontré una antología de textos breves de Henri Michaux, en una de esas ediciones refinadas y austeras de Gallimard, la tipografía negra y roja sobre el fondo crema. Yo no tenía la menor urgencia y ni siquiera la menor intención de leer a Henri Michaux en este momento, pero el libro llegó a mis manos y se ha instalado ante mí con una apelación imperiosa, y ahora lo llevo conmigo, lo abro al azar y lo leo a rachas, y esta prosa inesperada agrega su tonalidad particular a la atmósfera de los días. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: elpais.com

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