jueves, 3 de octubre de 2019

La lengua del populismo. Un artículo de Cristina Casabón publicado en "letraslibres.com" el 17 septiembre de 2019.


Un nuevo lenguaje, en el que destaca la pobreza y la toxicidad, va calando en la esfera política y, por extensión, en el debate público de las democracias modernas.

Hannah Arendt, Victor Klemperer, George Orwell y otros pensadores del siglo XX, como George Steiner, quisieron demostrar que el totalitarismo es una cultura política íntimamente ligada a la corrupción del lenguaje, y a su vez la corrupción del lenguaje establece los cimientos del totalitarismo.

En LTI, La lengua del Tercer Reich (Minúscula), Victor Klemperer señala: “el lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él”. Y continúa diciendo: “las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce un efecto tóxico”. Este filólogo e historiador de la literatura de origen judío creía que el principal elemento que permitió que el odio antisemita calase en la sociedad alemana fue la retórica: palabras aisladas, expresiones y formas sintácticas que acabaron por ser adoptadas de forma mecánica, inconsciente.

... Vista la configuración del paisaje político actual y el tipo de retórica vertida por los partidos populistas, parece que un nuevo lenguaje va calando en la esfera política y, por extensión, en el debate público de las democracias modernas. Como algunos expertos indican, sería un error ver esta retórica como una simple heredera del lenguaje totalitarista; sin embargo, comparte varias características esenciales. La principal, que señalaba Klemperer, es su pobreza fundamental (“es como si hubiese prestado voto de pobreza”) que se observa por ejemplo en el uso de tópicos y en la vulgaridad del lenguaje, y la segunda, su toxicidad; al emplear la adjetivación, asociaciones y juegos de palabras que van introduciendo elementos tóxicos, creando connotaciones negativas en palabras que no son per se, negativas.

El discurso populista es simple, tangible y no se dirige al intelecto, sino que tiende a exaltar las emociones. Según Klemperer, “cruza la frontera hacia la demagogia o hacia la seducción de un pueblo cuando pasa de no suponer una carga para el intelecto a excluirlo y narcotizarlo de manera deliberada”. A través de asociaciones y palabras clave puede crear, en palabras del psicoanalista Paul Verhaeghe, “marcos de asociación subyacentes” que provocan “una poderosa carga emocional, creando una respuesta instintiva”, que a menudo triunfa sobre el “pensamiento racional”.

... Los partidos progresistas harían bien en adoptar o crear un lenguaje comprometido con los valores democráticos que al mismo tiempo incorpore términos más actuales y acordes al nuevo contexto político actual, y que tenga como fin la preservación de una cultura política basada en el razonamiento.

El problema es que por el momento, el lenguaje de estos partidos progresistas y el estilo de los discursos y debates políticos son pruebas evidentes del abandono de la vitalidad y la precisión, y muchas veces demuestra trivialidad y superficialidad; una puesta en escena y un lenguaje tan artificial como la que se advierte en un anuncio de un perfume o un champú anticaspa. Muchas veces el lenguaje político parece diseñado precisamente para eludir los matices y la complejidad, y se queda en la superficie de las cosas al prescindir de un lenguaje más elaborado.

Cuando se pierde la fuerza vital del lenguaje y los discursos están llenos de clichés, de palabras inútiles... se contribuye a la mengua de los valores democráticos, y a la reducción de la vitalidad del proyecto de cambio y progreso. Esta decadencia en el lenguaje de las democracias de consumo masificado es lo que Steiner denominaba “el nuevo analfabetismo”, y Sartre la crise du langage. Por ahora, los peligros del lenguaje populista y de la vulgarización del lenguaje progresista en las democracias modernas han sido ignorados, ya que muchos siguen sin entender la importancia del lenguaje en la conformación de una cultura política democrática.


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