Todas las historias de caza son iguales -dijo Clovis-, igual que todas las de
carreras de caballos y todas las de...
-La mía no se parece para nada a ninguna que hayas escuchado -dijo la baronesa-. Sucedió hace bastante tiempo, cuando yo tenía unos veintitrés años. En ese entonces no vivía separada de mi esposo: ninguno de los dos podía darse el lujo de pasarle una pensión al otro. Digan lo que digan los refranes, la pobreza mantiene unidos más hogares de los que desbarata. Lo que sí hacíamos era salir de caza con jaurías distintas. Pero nada de esto tiene que ver con mi historia.
-Todavía no llegamos al encuentro antes de la partida. Supongo que hubo uno -dijo Clovis.
-Claro que sí -dijo la baronesa-. Estaban todos los de siempre, especialmente Constance Broddle. Constance era una de esas muchachotas rubicundas que cuadran tan bonito con los paisajes otoñales y los adornos navideños de la iglesia.
"-Tengo el presentimiento de que algo terrible va a pasar -me dijo-. ¿Estoy pálida?
"Lo estaba, casi tanto como una remolacha que acaba de recibir malas noticias.
"-Te ves mejor que de costumbre -le dije-; pero en el caso tuyo eso es tan fácil...
"Antes de que captara el correcto sentido de este comentario ya habíamos ido al grano. Los perros acababan de levantar una zorra que andaba agazapada en unos matorrales."
-Ya lo sabía -dijo Clovis-. En todas las historias de cacería de zorras siempre hay una zorra y unos matorrales.
-Constance y yo íbamos bien montadas -prosiguió con calma la baronesa-, así que no nos costó nada arrancar adelante, aunque la carrera era bastante dura. Sin embargo, en el último trecho tal vez seguimos una línea demasiado independiente, porque se nos perdió la pista de los perros y acabamos vagando a paso de tortuga por ahí, lejos de todas partes. La cosa era bastante exasperante y el genio se me iba agriando poco a poco, cuando, después de dar por fin con un amable seto que nos dejó pasar, nos alegramos de ver unos perros que corrían ladrando por la hondonada que había justo abajo.
"-¡Allá van! -gritó Constance; y enseguida agregó, boquiabierta-: ¡En nombre de Dios! ¿A qué le están ladrando?
"No era una zorra cualquiera, de eso no había duda. Tenía el doble o más de altura, una cabeza chata y fea y un cuello enormemente grueso. CONTINUAR LEYENDO
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