viernes, 19 de marzo de 2021

Vuelo (1948), un cuento de Doris Lessing (Kermanshah, Irán, 1919 - Londres, Inglaterra, 2013)

El palomar quedaba por encima de la cabeza del anciano, una repisa alta envuelta en malla metálica, aguantada sobre dos pilotes y llena de pájaros que se contoneaban y se acicalaban. La luz del sol reventaba en sus pechos grises para trazar pequeños arco iris. Arrullado por sus cantos, alzaba las manos hacia su favorita, una paloma mensajera, un ave joven de cuerpo rollizo que se quedaba quieta al verlo y le clavaba su astuta mirada brillante.

—Bonita, bonita, bonita... —decía mientras atrapaba al pájaro y lo bajaba, sintiendo el coral de las zarpas prieto en torno a su dedo.

Contento, apoyó levemente al pájaro contra su pecho y se recostó en un árbol, mirando más allá del palomar, hacia el paisaje de las últimas horas de la tarde. Entre pliegues y huecos de luz y de sombra, el suelo rojizo y oscuro, removido hasta formar grandes terrones polvorientos, se extendía hasta el alto horizonte. Los árboles señalaban el discurrir del valle; el camino, un arroyo de espléndida hierba verde.

Recorrió con los ojos el camino de vuelta y vio a su nieta columpiándose junto a la puerta, bajo un franchipaniero. El pelo, suelto por la espalda, captaba oleadas de luz del sol, y las largas piernas descubiertas repetían los ángulos de los brotes del árbol, tallos de un marrón brillante entre trazados de flores pálidas.

La niña miraba más allá de las flores rosas, más allá de la granja en que vivían, junto a la estación, hacia el camino que llevaba al pueblo.

El estado de ánimo del anciano cambió. Abrió el puño deliberadamente para que el ave alzara el vuelo, pero lo cerró en cuanto empezó a abrir las alas. Sintió que aquel cuerpo rollizo tironeaba y se estiraba entre sus dedos; luego, en un arranque de pena atribulada, lo metió en una caja pequeña y aseguró el cierre. “Aquí, quieta”, murmuró; luego dio la espalda a la repisa llena de pájaros. Caminó con torpeza a lo largo del seto, acechando a su nieta, que ahora estaba tumbada sobre la cancela, descansando la cabeza entre los brazos y cantando. El leve y alegre sonido de su voz se mezclaba con el canto de los pájaros, y el enfado del anciano aumentó. CONTINUAR LEYENDO

No hay comentarios:

Publicar un comentario