miércoles, 8 de febrero de 2023

"LA BALADA DEL VIEJO MARINERO". Un poema de Samuel Taylor Coleridge

I

Es un viejo Marinero
y detiene a uno de entre tres presentes.
«Por tu larga barba gris y tus brillantes ojos,
¿por qué motivo me detienes?

Las puertas del Novio están abiertas
y soy pariente cercano suyo;
los invitados llegaron, el banquete comenzará:
ya se puede oír el alegre barullo.»

Lo retiene con su huesuda mano.
«Hubo un barco...», comienza.
«¡Suéltame!, saca tu mano, tonto de gris barba.»
Y en seguida su mano lo suelta.
Lo retiene con sus brillantes ojos;
el Convidado se queda totalmente quieto
y como un niño de tres años escucha:
su voluntad ha quedado en poder del Marinero.

El Convidado se sienta sobre una piedra:
salvo escuchar nada elegir puede;
y así siguió hablando aquel hombre viejo,
el Marinero de ojos resplandecientes.

«Saludado fue el barco, despejado el puerto,
alegremente fuimos dejando
detrás la iglesia, detrás la colina,
detrás la alta torre del faro.

El sol ascendía por la izquierda,
¡del propio mar emergía!,
y brillaba luminoso; y por la derecha
en el mismo mar luego se hundía.

Subía más y más alto cada día,
hasta que por sobre el mástil al mediodía pasó...»
Aquí el Convidado sacude su pecho
pues escucha de pronto el sonido del fagot.

La Novia había entrado al salón;
roja como una rosa estaba ella;
y balanceando sus cabezas delante marchaba
la alegre compañía trovadoresca.
El Convidado sacude su pecho;
sin embargo salvo escuchar nada elegir puede;
y así siguió hablando aquel hombre viejo,
el Marinero de ojos resplandecientes.

«Y entonces sobrevino la Tormenta,
y era tiránica y recia;
nos empujó con sus poderosas alas
y nos persiguió hacia el sur sin tregua.

Con mástiles inclinados y casi sumergida proa,
como quien, perseguido por grito y golpe,
aún pisa la sombra de su enemigo
e inclina hacia adelante su cabeza,
el barco navegaba veloz, siempre hacia el sur,
mientras feroz rugía la tormenta.
Y entonces sobrevinieron la niebla y la nieve,
y se puso todo horriblemente frío;
y el hielo, alto como el mástil,
llegó flotando en un verde esmeraldino.

Y, entre las ventiscas, los nevados acantilados
emitían un lúgubre destello;
ni bestia ni hombre alguno podíamos distinguir:
todo en medio estaba el hielo.

El hielo estaba aquí, el hielo estaba allí,
por todo alrededor estaba el hielo;
crujía y gruñía, rugía y aullaba,
como los ruidos que se oyen en negros sueños.

Y tras un tiempo se nos cruzó un Albatros;
a través de la neblina llegó,
y, como si hubiese sido un alma cristiana,
lo acogimos en el nombre de Dios.

Comió la comida que nunca había comido,
y alrededor y alrededor de la nave voló.
Entonces el hielo se abrió con un sonido atronador,
¡y el timonel al través nos sacó!

Y un benigno viento sur brotó detrás;
y el Albatros nos seguía sereno,
y todos los días, para comer o jugar,
se acercaba al saludo de los marineros.

Entre nieblas o nubes, sobre mástil o vela
se posó durante nueve veladas,
mientras que, toda la noche, entre neblinas blancas,
tenuemente, la blanca luna brillaba.»

«¡Dios te proteja, viejo Marinero,
de los demonios que tanto te atormentan!
¿Por qué miras así?» «Yo al Albatros
disparé con mi ballesta.

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