Cuando Annie Ernaux tenía apenas 32 años, antes de publicar su primer libro, ya era escritora, pero nadie lo sabía. Tenía una familia: un marido, dos hijos pequeños, una madre que vivía con ellos. Era entonces una profesora de instituto que quería ser escritora, pero que vivía encerrada en otra vida
-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
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martes, 7 de febrero de 2023
"VIDA DE UNA ESCRITORA". Un artículo de Carmen G. de la Cueva sobre Annie Ernaux, Premio Nóbel de Literatura 2022, publicado en elDiario.es el 3 de febrero de 2023
El otro día me desvelé bien temprano, apenas eran las seis de la mañana de un domingo de enero. A veces, sucede que, despertarse así, más que un fastidio, es una oportunidad para arrancar alguna hora a la vida, al tiempo. Antes de que todos se despierten y se haga de día y los ruidos cotidianos y el runrún al otro lado de las finas paredes de mi casa y la vocecilla de mi hijo lo inunden todo —el espacio y a mí misma—, me abrigué como pude y me asomé a una ventana. Afuera todavía era de noche, las bombillas de las farolas alumbraban la calle desierta, solo se escuchaba el lejano maullar de un gato y el correr del viento. En cualquier momento, mi hijo podría despertarse y ese relámpago de misticismo llegaría a su fin conmigo deambulando por la casa de heladas baldosas. Tenía mucho trabajo pendiente. Y siempre que me despierto a esa hora pienso en Sylvia Plath, que se sentaba al alba en su cocina para escribir antes de que el llanto de sus hijos rompiera el silencio. Me acordé de ella y de muchas otras escritoras que madrugaban o trasnochaban o armaban sus libros en las siestas de sus hijos. Y pensé también en Annie Ernaux y en su mujer helada: «Cuidaré, pasearé al crío. Oh qué bonitos los domingos…».
De alguna manera, necesitaba sentirme reconfortada. El frío se colaba por las ventanas, comenzaba a tambalearme pensando en todo lo que podría hacer, en todo lo que debía hacer para apurar el tiempo y, en lugar de ser eso que llaman “productiva”, renuncié a mi propia autoexigencia y me senté a ver el documental “Los años de súper 8” de Annie Ernaux y su hijo David Ernaux-Briot. El impacto de esta breve película casera fue tan fuerte que, cuando mi hijo se despertó poco después de que acabara, yo seguía secándome las lágrimas y tomando notas apresuradas en mi cuaderno.
[...] Annie Ernaux escribía en secreto. Nadie lo sabía. Ni su marido ni su madre ni sus hijos. Era una escritora pequeña, una escritora secreta, una impostora. En la pantalla, se ve a una Ernaux que pasea por el campo, que se asoma a una piscina, una mujer aparentemente, ¿feliz? Pero su voz le quita la máscara: «En la piscina pensaba en el manuscrito terminado que esperaba en el cajón del escritorio, esperaba que me salvase pero no sabía de qué». En ese momento, a sus 32 años, tenía guardado en un cajón el manuscrito de su primer libro Los armarios vacíos. Un día, decidió enviar el texto a Gallimard y la editorial lo publicó en la primavera de 1974. Poco después, escribió La mujer helada como una visionaria: la rabia de una mujer empujada al fondo de un matrimonio justo en el momento en que su matrimonio comenzaba a desintegrarse. «¿Pero qué historia se contó en este desfile de imágenes sin más sonido que el crepitar del proyector?», se pregunta Ernaux. «Se necesitaban palabras para dar sentido a este tiempo de silencio». Las palabras de una escritora que nunca más volvió a ser una mujer en silencio.
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