sábado, 18 de febrero de 2023

«LAS RATAS ERRANTES». Un poema de Heinrich Heine

Hay dos clases de ratas:
las hambrientas y las hartas.
Las hartas se quedan a gusto,
pero las hambrientas van por el mundo.

Recorren miles y miles de millas,
sin pausa, sin descansar.
No tuercen el rumbo en su marcha,
ni vientos ni lluvias las pueden parar.

Escalan las alturas,
los lagos a nado cruzan.
Muchas se ahogan o quedan desnucadas.
Las vivas dejan muertas a las abandonadas.

Tienen estos bichos
terroríficos hocicos.
Llevan cabezas rapadas, iguales,
bien radicales, bien raticales.

Las jaurías radicales
no saben nada de Dios.
Su prole no llevan a bautizar,
las hembras son propiedad comunal.

No quieren más que comer y beber
la muchedumbre ratil y carnal.
Mientras están comiendo y bebiendo, no piensan
que nuestra alma es inmortal.

Esta raza salvaje
no teme a los gatos, no teme al infierno.
Nada suyo tiene, no tiene dinero
y el mundo quisiera repartirlo de nuevo.

¡Dios santo! Las ratas errantes
se acercan a nuestra región.
Avanzan. Las oigo chillar.
Su número es legión.

Estamos perdidos, ¡ay!
ante las puertas ya están.
Menean la cabeza alcalde y senado,
a nadie se le ocurre un recurso adecuado.

Los burgueses empuñan las armas,
los curas tocan las campanas.
Peligra el santuario
del Estado decente que es la propiedad.

Ni las oraciones, ni las campanadas,
ni los ampulosos decretos del senado
ni los numerosos cañones pesados,
buenos muchachitos, les valdrán de nada.

Las mallas verbales tampoco ayudarán
de las oratorias sin actualidad.
No se atrapan las ratas con trampas silogísticas,
ellas saltan sobre las más sutiles sofísticas

El estomago hambriento admite solamente
sopa de lógica con albóndigas concluyentes,
sólo razones de vacas asadas
con citas de embutidos acompañadas.

Un mudo bacalao, con bastante manteca,
a los rojos radicales contenta
mucho mejor que un Mirabeau
y todos los tribunos después de Cicerón.

Henrich Heine

Traducción de Elisabeth Siefer


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