Prohíbe sus sueños de ser agricultora, pero las negativas no bastan y Manuela persiste. La niña piensa que algún día el padre recapacitará mientras que el padre piensa que algún día recapacitará la hija.
Cansados ambos de la terquedad respectiva del otro deciden visitar, cada uno por su lado, a la directora de la escuela y al Juez de Paz para rogarles que convenzan al padre y a la hija, en cada caso. En uno y otro sitio les informan que eso no es cosa de autoridades. La directora le dice a la niña que es muy chica para tomar esa decisión y el Juez indica al hombre que ése es asunto para resolver en casa.
Con más años de experiencia en esto de resistir, el padre no cede y finalmente Manuela sucumbe a su voluntad. Al día siguiente se marchará a la ciudad y comenzará sus estudios en el instituto.
Aquella mañana de su lápiz sale un escrito roto que maldice la obstinación del hombre que quiso que ella fuera hombre -pues sólo así toleraría que se dedicara al campo-. Un rencor que duraría apenas una docena de crepúsculos.
Su padre, de arrugas inmutable, suspira aliviado y se dice: "Lo mejor es que se vaya". Una lágrima nace de su ojo. Como una duda. Una lágrima que se siembra en la tierra en ese instante. Un año después, él.
Siete mil trescientos catorce amaneceres más tarde, Manuela se ha salido con la suya y se ha convertido en la pionera de la agricultura ecológica del olivar en la comarca.
Como cada semana, Manuela escribe una carta que entierra después bajo un olivo. En el papel dice lo siguiente:
"Sé que te hubiera gustado que te gustara mi afición por el campo. Lo sé, pero no te gustaba. Quizá porque las prohibiciones son el mayor incentivo para los inconformistas no te gustaban otras muchas cosas... Creíste que yo pensaba lo mismo. Esa no era mi razón. A mí me gustaba, realmente.
El tiempo hizo el resto, terminó cediendo a fuerza de resistir y aquí estoy.
No creas que me cansé. Hoy sigo tan decidida como siempre en esto del campo. Sin embargo, cada vez lo miro más y lo pienso menos. Nadie soportaría tomarse el trabajo tan en serio siempre. Me convertiría en alguien malo, alguien a quien temer, si no disfrutara, si en ocasiones no jugara a mirarlo y a voltearlo como hacen los niños con los objetos que les gustan. CONTINUAR LEYENDO
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