Fueron 28.
Fueron cinco mil y 28.
Fueron muchos más que el amor que habrá nunca en un poema.
Ahora serían padres.
Ahora ya no están.
Nosotros, que en los andenes de un siglo sufrimos
las soledades de todos los Robinsones del mundo,
nosotros, que sobrevivimos a los tanques sin matar a nadie,
pequeña mía,
esta noche amaremos por ellos.
Y no me preguntes si van a volver.
Y no me preguntes si es posible volver a donde por
última vez,
rojo como el comunismo, ardía el horizonte de sus deseos.
Por los años en los que no han besado, apuñalado y
erguido pasó el futuro del amor.
No había secretos en la hierba reclinada.
No había secretos en la blusa desabrochada.
No había secretos en la mano abatida soltando el lirio.
Eran las noches, eran los alambres, era el cielo que
se miraba por última vez, eran los trenes que volvían
vacíos y desiertos, eran los trenes y las amapolas, y
con ellas,
con las tristes amapolas del verano militar, con un
hermoso
sentido de imitación, competía su sangre.
Y en los Kalemegdanes y en las avenidas Nevski,
en los bulevares del Sur y en los muelles de despedida,
en las plazas de las Flores y los puentes Mirabeau,
hermosas incluso cuando no besan,
esperaban Anas, Zoes, Jeanettes.
Esperaban a que volvieran los soldados.
Si no regresaran, darían sus hombros blancos nunca
abrazados a los chicos.
No volvieron.
A través de sus ojos fusilados pasaron los tanques.
A través de sus ojos fusilados.
A través de sus Marsellesas medio cantadas.
A través de sus ilusiones ametralladas.
Ahora serían padres.
Ahora ya no están.
En la plaza del amor ahora esperan como tumbas.
Pequeña mía,
esta noche amaremos por ellos.
(1953)
nosotros, que sobrevivimos a los tanques sin matar a nadie,
pequeña mía,
esta noche amaremos por ellos.
Y no me preguntes si van a volver.
Y no me preguntes si es posible volver a donde por
última vez,
rojo como el comunismo, ardía el horizonte de sus deseos.
Por los años en los que no han besado, apuñalado y
erguido pasó el futuro del amor.
No había secretos en la hierba reclinada.
No había secretos en la blusa desabrochada.
No había secretos en la mano abatida soltando el lirio.
Eran las noches, eran los alambres, era el cielo que
se miraba por última vez, eran los trenes que volvían
vacíos y desiertos, eran los trenes y las amapolas, y
con ellas,
con las tristes amapolas del verano militar, con un
hermoso
sentido de imitación, competía su sangre.
Y en los Kalemegdanes y en las avenidas Nevski,
en los bulevares del Sur y en los muelles de despedida,
en las plazas de las Flores y los puentes Mirabeau,
hermosas incluso cuando no besan,
esperaban Anas, Zoes, Jeanettes.
Esperaban a que volvieran los soldados.
Si no regresaran, darían sus hombros blancos nunca
abrazados a los chicos.
No volvieron.
A través de sus ojos fusilados pasaron los tanques.
A través de sus ojos fusilados.
A través de sus Marsellesas medio cantadas.
A través de sus ilusiones ametralladas.
Ahora serían padres.
Ahora ya no están.
En la plaza del amor ahora esperan como tumbas.
Pequeña mía,
esta noche amaremos por ellos.
(1953)
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