Han pasado ya varias décadas desde que el libro álbum2 pasó de ser un gran desconocido, estudiado únicamente por especialistas del campo, a entrar en las escuelas, en las bibliotecas y en muchos otros entornos educativos y de dinamización cultural. El desarrollo de la producción de este tipo de libros, su difusión y su ingreso tanto en ámbitos de educación formal como no formal nos llevan a considerarlo como un producto editorial ya instalado en diversos ámbitos de nuestra sociedad.
En el campo de la investigación, desde finales de los años 70 hasta nuestros días, los estudios sobre el álbum (Colomer, Kümmerling-Meibauer y Silva-Díaz, 2010; Kümmerling-Meibauer, 2017; Muñoz-Tebar y Silva-Díaz, 1999, entre otros) han ido surgiendo desde disciplinas diversas y han ido perfilando no solo las características y la historia de este objeto cultural, hijo de la postmodernidad (Bosch, 2015; Duran, 2007; Van der Linden, 2015), sino también las potencialidades que parece tener para el desarrollo de los aprendizajes literarios y de las competencias multimodales de quienes leen (Arizpe y Styles, 2004; Arizpe et al., 2008; Evans, 2015; Pantaleo, 2016; Silva-Díaz, 2005).
Si reflexionamos en torno a los atributos que hacen del álbum una producción especialmente cautivadora para propiciar lecturas compartidas y entablar conversaciones literarias3, podríamos mencionar en primera instancia su capacidad de condensación que, como en la poesía, posibilita adentrarse en la complejidad en un espacio poco extenso. La condensación, entonces, está vinculada con la brevedad, otra de las características que permite a este tipo de libro ser leído de manera íntegra en los pautados tiempos de las instituciones educativas. La complejidad, por otra parte, se evidencia en los diversos niveles de sentido que ofrece el vínculo entre los lenguajes con los que se construye y, en especial, en el uso narrativo y poético que se hace de las imágenes.
Otro de los rasgos que caracteriza al libro álbum es su capacidad de experimentación: si observamos la etimología del término, álbum proviene del latín albus (blanco) y es por lo tanto un “libro en blanco” (Van der Linden, 2015) que se presenta como un gran ámbito de experimentación para todos los agentes implicados en su producción y en su lectura. La libertad constituye entonces una de las cartas de identidad del libro álbum, que va de la mano de su apertura al juego, a la sorpresa, al hecho de dejar descolocado al que está del otro lado o invitarlo a actuar de manera distinta, a adoptar una “actitud de lector”, como diría Montes (2006). Los álbumes ofrecen así experiencias de lectura muy diversas, promueven la participación de quienes leen y su implicación en la construcción de sentidos. CONTINUAR LEYENDO
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