miércoles, 15 de junio de 2022

"LA VISITA DE J.H. OBEREIT A LAS SANGUIJUELAS DEL TIEMPO". Un cuento de Gustav Meyrink

En el cementerio de la parroquia del pequeño pueblo de Runkel, un lugar apartado, como fuera del mundo, descansaba para toda la eternidad el cuerpo de mi abuelo. Su tumba de piedra estaba prácticamente cubierta de musgo y apenas se leía el epitafio. Pero bajo dicho epitafio, tan reciente como si hubiera sido hecho ayer mismo, se ven con absoluta claridad cuatro letras alrededor de una cruz:

V

I

V

O (en Español en el original)

VIVO. Eso quiere decir “estoy vivo”. Ese fue el significado del que recibí noticia cuando leí por primera vez la inscripción, siendo apenas un niño. Una palabra que impresionó tan hondamente mi alma como si el muerto hubiera abandonado su tumba.

VIVO. Estoy vivo. Algo extraño, algo muy raro de ver en una tumba de piedra. Algo que aún hoy, al recordarlo, me provoca un vuelco del corazón. Y siempre, cuando rememoro aquel lejano día de mi infancia, experimento la sensación de que caí en un pozo interminable la primera vez que estuve ante la tumba de mi abuelo. La imaginación me hace ver a mi abuelo -al que no conocí vivo- yaciendo en su tumba, incorrupto a pesar del paso del tiempo, con las manos caídas a lo largo del cuerpo, con sus ojos abiertos y translúcidos como el cristal, inmóviles; alguien que ha escapado de la putrefacción y espera paciente y silencioso el momento de resucitar. He visitado los cementerios de las parroquias de muchos pueblos, guiados mis pasos por un deseo vago, extraño, del que no puedo dar cuenta exacta, solo para leer los epitafios de las tumbas. Únicamente dos veces vi el anagrama de la cruz con la palabra VIVO, una en Danzig y otra en Nuremberg. En ambos casos el nombre del muerto había sido casi borrado por el dedo del tiempo; en ambos casos la palabra VIVO brillaba con toda la fuerza del instinto indomable de la vida.

De joven oí contar que mi abuelo no dejó escrita ni una sola línea. Por eso lo más apasionante, para mí, fue descubrir en el cajón de un viejo escritorio -un recuerdo de familia- cierta cantidad de notas escritas por él y encuadernadas como si de un libro se tratasen. En una de ellas leí esta extraña oración:

¿Cómo puede escapar un hombre de la muerte, si no es cesando en su espera y renunciando a toda ilusión?

Eso me hizo atisbar alguna interpretación posible, más allá de su significado, de la palabra VIVO, que acompañaba continuamente mis pensamientos desde aquella edad tan temprana en que la vi y me dijeron qué significaba; una palabra que se me antojaba fantástica, casi un conjuro a repetir miles de veces, tanto como yo me la repetía en mis pensamientos, en sueños, en los momentos más insospechados de la vigilia. Si alguna vez había pensado que fue una mano extraña la que acaso escribiera VIVO en la tumba de mi abuelo, bajo su ya irreconocible epitafio, tras leer aquello que él mismo había escrito en las notas ya no me cupo duda alguna de que para él VIVO tuvo un significado mucho más profundo del que se me dijo cuando era niño y del que yo mismo había supuesto antes de hallar sus escritos. Y como consecuencia de esta intuición comencé a interesarme por la vida del padre de mi padre. Y en tanto lo hice, y en tanto leí y estudié a lo largo de mucho tiempo todas y cada una de las líneas de aquellas notas, hoja tras hoja, confirmé que mi intuición primera contenía un razonamiento verosímil. CONTINUAR LEYENDO

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