martes, 26 de julio de 2022

"ASÍ VIVIMOS AHORA". Un cuento de Susan Sontag

Al principio solo perdía peso, se sentía un poco enfermo, le dijo Max a Ellen, y no pidió una cita a su médico, según Greg, porque lograba seguir trabajando más o menos al mismo ritmo, pero sí dejó de fumar, señaló Tanya, lo que sugiere que estaba asustado, pero también que quería, aún más de lo que sabía, estar sano, o más sano, tal vez solo recuperar algunos kilos de peso, dijo Orson, porque le dijo a ella, prosiguió Tanya, que suponía que iba a subirse por la paredes (¿no se dice así?), y, ante su sorpresa, descubrió que no extrañaba los cigarrillos para nada y que se deleitaba con la sensación de que sus pulmones no sentían dolor por primera vez en años. Pero tenía un buen médico, quiso saber Stephen, porque habría sido una locura no hacerse un examen médico general después de que pasó el susto y que había vuelto de la conferencia en Helsinki, aun cuando por entonces se sentía mejor. Y él le dijo a Frank que iría, aun cuando estaba de verdad asustado, como reconoció ante Jan, pero quién no se asustaría ahora, sin embargo, por extraño que parezca, no se había preocupado hasta hace poco, le confesó a Quentin, fue solo en los últimos meses que sintió en la boca ese gusto metálico del pánico, porque caer gravemente enfermo era algo que ocurría a otras personas, una ilusión corriente, le señaló a Paolo, si uno tenía treinta y ocho años y nunca había tenido una enfermedad grave; no era, como confirmó Jan, un hipocondríaco. Por supuesto, era difícil no preocuparse, todos estaban preocupados, pero de nada serviría ceder al pánico, porque como le señaló Max a Quentin, no había nada que se pudiera hacer salvo esperar y tener esperanza, esperar y empezar a ser cuidadoso, ser cuidadoso y tener esperanza. Y aun si se probaba que uno estaba enfermo, no debía desalentarse, había nuevos tratamientos que prometían detener el curso inexorable de la enfermedad, la investigación progresaba. Parecía que todos estaban en contacto con todos los demás varias veces a la semana, interesándose, nunca pasé tantas horas seguidas hablando por teléfono, le dijo Stephen a Kate, y cuando me siento exhausto después de las dos o tres llamadas que me hicieron, dándome las últimas noticias, en vez de desconectar el teléfono para darme un respiro marco el número de otro amigo o conocido para darle la noticia. No estoy segura de que pueda permitirme pensar mucho en el asunto, dijo Ellen, y sospecho de mis propios motivos, hay algo morboso a lo que empiezo a acostumbrarme, que me agita, esto debe de parecerse a lo que sintió la gente en Londres durante los bombardeos. Que yo sepa, no corro peligro, pero nunca se sabe, dijo Aileen. Esto no tiene precedentes, dijo Frank. Pero no crees que debería ver a un médico, insistió Stephen. Mira, dijo Orson, no puedes obligar a la gente a que se cuide, y qué te hace pensar lo peor, podría estar debilitado solamente, la gente todavía contrae enfermedades corrientes, algunas espantosas, por qué das por sentado que tiene esa enfermedad. Pero de lo único que quiero estar seguro, dijo Stephen, es que él entiende las opciones, porque la mayoría de la gente no las entiende, por eso no quieren ver a un médico o hacerse el análisis, creen que no se puede hacer nada. Pero quizá pueda hacerse algo, le dijo a Tanya (según Greg), quiero decir qué gano si consulto a un médico; si estoy realmente enfermo, se cuenta que dijo, pronto lo sabré. CONTINUAR LEYENDO

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