La mayor parte de las aguas medicinales son muy antiguas. Brotaron del seno de la tierra en épocas remotas y tienen a su favor sus méritos propios y el prestigio de la tradición.
No así las de Fuente-cálida, que son modernísimas.
Un día se sintió un terremoto en una de las sierras más ásperas de la península; se formaron anchas grietas en el terreno, y al cabo de poco tiempo cada grieta era la boca de un manantial.
Y la casualidad, y algún análisis que otro, practicado ppr médicos o químicos de la región, vinieron a demostrar que los nuevos manantiales eran eficacísimos para enfermedades diversas y principalmente para la tisis.
En efecto, las nuevas aguas hicieron en pocos años curas prodigiosas. De tal suerte, que a vivir en siglos menos descreídos que el nuestro, en vez del nombre que hoy tiene la fuente principal, y que, como queda dicho, es el de, Fuerte-cálida, hubiérase llamado Fuente-milagrosa.
Pero la ciencia moderna es grandemente prosaica, y a la substancia milagrosa del manantial, ha sustituído dos cuerpos simples de la química: el ázoe y el azufre, como notas dominantes; sin contar con otras muchas notas armónicas de otros diferentes cuerpos, porque los manantiales de Fuente-cálida parece que son riquísimos en elementos minerales.
Ello es que Fuente-cálida se hizo célebre en pocos años y la más noble sociedad de tísicos y tuberculosos de la península, y aun del extranjero, acudieron llenos de esperanza a mineralizar sus decadentes y blanduchos organismos.
No en un todo como miembro de esta sociedad elevada, sino como individuo modesto de la burguesía media, acudió también al generoso manantial D. Ángel de Alcocer.
Al pronto nadie fijó la atención en el nuevo bañista o en el nuevo tísico, ni él hizo tampoco nada para que en él se fijasen.
Después, ya le conocía todo el mundo en el establecimiento, no por su nombre, sino por el mote de el Sabio triste.
Si era sabio, en toda la extensión de la palabra, no podemos asegurarlo, aunque después hemos sabido
que era un hombre de mérito; pero que era tristón, tímido y retraído, no cabe duda.
Siempre andaba por los rincones, leyendo o meditando. Se mostraba poco comunicativo, no acudía por las noches al salón de conciertos, ni por la tarde paseaba en compañía de otros bañistas.
Casi de continuo iba solo, buscaba los sitios más separados y agrestes; sobre la hierba o sobre las rocas se sentaba o se tendía y dejaba vagar en rededor su mirada pálida y distraída.
Hemos dicho que era retraído, pero esto no significa que fuese adusto; su retraimiento más procedía de timidez o de tristeza, que de odio u hostilidad al género humano.
Con los niños y con los animales era comunicativo y cariñoso; tanto, que algunos bañistas no le llamaban el sabio tristón, sino el amigo de los animales. CONTINUAR LEYENDO
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