La puerta del vestíbulo entreabierta y todas las demás de par en par... Nadie me ha visto, todos, amos y criados están en el comedor.
La preciosa señorita no toma parte en esos afanes. Si en este instante se presentara, le diría que he venido a ofrecerle mis servicios con motivo de su fiesta... nada más natural, soy su vecina y hasta puedo llamarme su amiguita... pero no, no hay cuidado. Es muy temprano y nadie piensa todavía en el salón. Qué momento más oportuno; si no lo aprovecho, me quedaré sin realizar mi intento. Dicen que las gitanas se roban a los niños y yo ahora hago de gitana... el pequeño en su sitio. A causa de la fiesta metió la jaula, cerró el balcón y lo puso a dormir más temprano que de costumbre.
¡Pobre cautivo! tan quietecito, tan meditabundo, casi siempre está así. —La calle angosta y mi balcón al frente, todos los días, labor en mano, lo observo con cariño y al verle pensativo me pregunto, ¿en qué piensa? Más de una vez he imaginado el trágico momento que decidió por siempre su destino. Libre y feliz vagaba en la espesura cuando cayó sobre él la gorra del pilluelo que le acechaba. Rápido como el rayo, logrando aprisionarle bajo la copa la ajustó contra el suelo con una mano y con la otra levantó la visera y la cogió. El infeliz se defendió a aletazos pero, la mano diestra y dura lo empuñó al fin para arrojarlo luego al interior de la jaula de cañas. Aterrado, jadeante, con el pico entreabierto latiéndole el corazón con tal violencia que parecía salírsele del pecho permaneció aplastado, con las alas abiertas. Así cayó sin duda —así caen todos. Así fue conducido a la ciudad y ofrecido de puerta en puerta como vil mercancía.
Esa mujer despiadada lo compró como quien compra un tiesto de claveles, quería adornar su balcón. Yo desde el mío lo observaba todo. Compadecida de su espanto, lo dejó solo un rato, después volvió; midió la altura, colocó un clavo en la pared exterior, colgó la jaula y se alejó. El pobrecito, tranquilizado, poco a poco contemplaba con ojos azorados los extraños objetos que le rodeaban... entonces ¡ay! empezó su porfía, tenaz, inacabable, desgarradora. ¡Quería salir! Pasó la tarde, amaneció otro día y continuó su afán día tras día. ¡Era para mí tormento de todos los instantes! Prendido a dos barrotes con las patitas, intentaba sacar la cabecita pensando hallar resquicio por donde escapar. A veces, cansado de buscar una salida, se estrellaba violentamente contra las rejas protestando con todas sus fuerzas contra la bárbara crueldad de que era víctima. ¡Todo en vano! Las puertas no se abrían, y al fin vencido, anonadado, se quedó en su sitio. De esto hace ya más de un año. CONTINUAR LEYENDO
Leyendo este cuento me ha venido a la memoria una canción de Jorge Cafrune y Marito, El niño y el canario, que me emocionó desde la primera vez que la escuché y que he cantado en muchas ocasiones.
¡Qué bonita!
ResponderEliminarGracias Miguel Loza
Un abrazo
M Pía
A mí me encantan. Un fuerte abrazo.
EliminarMiguel