jueves, 19 de enero de 2023

"MORIR NOS VAMOS A MORIR TODOS, PARECE". Un cuento de Patricia Suarez

Patricia Suarez
Cuando mi abuela estaba por cumplir los 80 años, mi madre ordenó que le hiciéramos una gran fiesta. Ese cumpleaños podría tratarse del último de su vida, afirmó. Con insolencia adolescente, repliqué que Indra Devi, la primera mujer del yoga en América, ya había pasado largo los 90. Vi a mi madre palidecer; porque, todo hay decirlo, odiaba a su suegra y la quería ver muerta.

-Eso no pasará – dijo mi madre más como un deseo que un anuncio -tu abuela no practica yoga.

El cumpleaños resultó un éxito aunque mi abuela no era muy efusiva. Sopló las velitas -mi madre hizo notar la poca fuerza de los pulmones de mi abuela – y cuando le preguntamos si había pedido los tres deseos se encogió de hombros y contestó que no tenía mucho para pedir.

Su único divertimento era pasarse la noche en vela -ya se sabe que los viejos duermen muy poco – sentada en el borde de la cama y mirando programas de la televisión italiana. Con los años, mi abuela se puso un poco senil y a veces tocaba el control remoto que estaba a su lado, y cambiaba el canal del programa que estaba viendo. Pero esto no la perturbaba, sino que el nuevo programa pasaba a formar parte de un programa mucho más extenso, ómnibus, donde la vida se veía como es: mezclada. Por ejemplo: ella estaba atenta a las críticas políticas que hacían unos periodistas romanos a Silvio Berlusconi por su primera presidencia, que había dejado mucho que desear. De pronto, el televisor pasaba a un programa del National Geographic donde se narraba cómo durante una estampida de ñus en el desierto del Serengeti, se les hacía el campo orégano a los leones y arremetían contra las bestias. Mi abuela sacaba en conclusión que uno de los peores pecados del corrupto presidente Berlusconi había sido matar salvajemente a los ñus en el África.

En el año 2002 falleció Indra Devi con 103 años y poco después mi madre tuvo una mala caída y se nos fue. Mi abuela, ante la dolorosa pérdida de mi madre, se encogió de hombros, y trató de consolarnos con frases consabidas, ese rosario de lugares comunes para el pésame.

Iba desde “así es la vida” a “morir nos vamos a morir todos, parece”. Mi hermana me llamó la atención que eso de “parece” no está en la frase original, porque si hay algo seguro desde el día que nacemos es morir nos vamos a morir todos, todos.

No puedo decir que la muerte de mi madre haya afectado emocionalmente a mi abuela, pero tal vez sí el temor a dejar ella este mundo. No sé, es una idea mía. Lo que sí empezó a manifestar es que se estaba quedando sola, su nuera “había partido, la pobrecita”; mi papá estaba enfermo de gota; mi hermana se había mudado con su marido de turno a Brasilia; yo tenía mis propia familia, vale decir, mis propios líos familiares. Por eso, cada vez que la visitaba, mi abuela expresaba con nostalgia: “Si supiera leer y escribir, me habría gustado mantener correspondencia con mi abuelita Antonietta que quedó allá solita en las colinas de Ascoli-Piceno”. Yo le sonreía para no salirle con la cruda verdad; si mi abuela tenía ya sus 90 añitos, su abuelita debería contar aproximadamente ciento treinta años y en el caso de que viviera, lo sabríamos, porque habría salido como un portento, en el diario. CONTINUAR LEYENDO

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