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domingo, 17 de noviembre de 2024

"LAS HISTORIAS QUE NO SE CUENTAN". Un interesante artículo de Laura Hojman en elDiario.es

Imagen del documental 'Un hombre libre'

Quienes escribimos, hacemos películas o nos dedicamos de una forma u otra a la narración tenemos un enorme poder: el de devolver la existencia. Cuando nos rebelamos contra el silencio y ejercemos el arte de contar estamos sembrando una pequeña transformación

Quizá porque nunca me sentí representada en la famosa narrativa del viaje del héroe, esa que se enseña hasta la saciedad en las escuelas de cine y escritura, y que pone el foco en la épica individualista y el conflicto por resolver, siempre tendí a poner mi mirada en esas otras historias de los márgenes, silenciosas, desapercibidas, llenas de pérdidas y fracasos, de interacciones con los otros y con un mundo del que no siempre sacamos enseñanzas valiosas, sino que a veces, simplemente, nos da la espalda y nos hace sentirnos perdidos.

¿A dónde van las historias que no se cuentan? Todas aquellas otras historias que fueron expulsadas de la construcción de nuestro propio relato y de la creación de nuestra identidad; esas que quedaron relegadas, escondidas, como si nunca hubiesen existido. Porque, aunque no lo crean, estamos hechos de historias: las personas, las comunidades, los países, el mundo, todo. Y nuestra vida se articula en torno a ellas.

Somos narración y necesitamos elaborar continuamente relatos de las cosas que nos suceden para entenderlas y entendernos. Al contar historias, construimos versiones de quienes somos, ordenamos nuestros recuerdos, damos sentido a las experiencias de la vida y otorgamos significado a nuestra idea del yo. Como sociedad, las historias también nos definen, generan sentimientos de cohesión y de pertenencia, y crean sus propios héroes, símbolos y rituales.

¿Qué ocurre entonces cuando una parte de las experiencias, de las voces, de las miradas que han de construirnos, son excluidas y borradas del relato oficial de un país? ¿Cómo afecta esta pérdida a nuestra identidad colectiva? ¿A quién pertenece la memoria?

Estas son algunas de las preguntas que me hice al comenzar a escribir el guión de “Un hombre libre”, el último documental que he dirigido y que explora la historia del escritor almeriense Agustín Gómez Arcos. Exiliado a París, acosado por la censura franquista, el autor se agarró a la lengua francesa como espacio de libertad para no olvidar, para existir, para mantener con vida todos aquellos relatos de “los otros”, de los expulsados del orden homogéneo y cerrado, y así los salvó.

Lejos de querer centrarme en una biografía particular, quise hablar del propio sentido de la narración y de esa idea de España que permanece en nuestra memoria colectiva, porque como país, como sociedad. También somos todo aquello que no decimos, eso de lo que no hablamos. Y entonces, narrar se convierte en un acto de rebeldía. Para mí, el más bello y esperanzador de todos.

“Siempre elijo a mis personajes entre las víctimas, nunca entre los vencedores o los héroes tradicionales. Intento que su derrota, aunque sea una derrota, tenga una sabor de victoria”, dijo en una ocasión Agustín Gómez Arcos. Sin ser muy consciente hasta hace poco, sentí que de alguna manera, también yo tenía esta inclinación por aquellos que en la vida no fueron los vencedores y que, por el contrario, sufrieron la invisibilización, el exilio o el olvido.

Quienes escribimos, hacemos películas o nos dedicamos de una forma u otra a la narración tenemos un enorme poder: el de devolver la existencia. Cuando nos rebelamos contra el silencio y ejercemos el arte de contar estamos sembrando una pequeña transformación. Recuperar las historias de las mujeres que fueron ignoradas por el relato oficial, las voces de los exiliados, de las personas LGTBIQ+, de todas aquellas disidencias frente al orden establecido es reconocerles el derecho a existir y a ser parte de lo que nos define. Es poder decirles: “Ahora sí, queremos que estéis aquí con nosotros, en nuestro tiempo, el mundo de los vivos, que vuestros relatos nos ayuden a construir los nuestros, que vuestras experiencias nos sirvan de guía y nos acompañen, y nos hagan sentirnos menos raros, menos solos”.

Por eso la memoria nunca será cosa del pasado, sino una herramienta de futuro. Por eso, hace unos días, cuando visité la exposición que la Biblioteca Nacional dedica estos días a María Lejárraga, sentí aquel sabor de victoria del que hablaba Gómez Arcos y me volví a enamorar del hermoso y mágico poder de la palabra. Por eso, nunca dejaré de contar historias.

sábado, 3 de febrero de 2024

"NANAS DE LA CEBOLLA". Un poema de Miguel Hernández musicado e interpretado por Joan Manuel Serrat


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

"Memoria permanente de lo inaceptable: pobreza, emigración, Palestina, Siria, Yemen...". Por Federico Mayor Zaragoza, 2017

Esta entrada la escribía Federico Mayor Zaragoza en su blog el 16 de agosto de 2017

No olvidemos lo que debe ser todos los amaneceres recordado. La existencia humana es demasiado insólita y prodigiosa para dejarnos manipular y vivir superficialmente, como hojas al viento.

Los años pasan y las generaciones de palestinos se suceden en medio de la humillación, el sometimiento y el dominio. Vidas enteras en campos de refugiados, vidas enteras marginadas, sin luces consistentes al final del túnel. Es la humanidad entera la que ahora debe alzarse en favor de Palestina y lograr la convivencia pacífica que la mayoría de israelíes y palestinos anhelan, frente a los “ultra” respectivos.

¡Ya está bien! ¿Alguien ha explicado cómo viven los palestinos y sus reiteradas decepciones en los procesos iniciados y luego truncados durante los 60 años que dura su marginación? ¿Alguien ha contado los asentamientos en tierra palestina, que reducen progresivamente los esfuerzos razonables de convivencia pacífica y convierten a los territorios palestinos en “espacio gruyère”? No podemos seguir de simples espectadores impasibles... No podemos seguir siendo indiferentes... El Papa Francisco nos ha advertido de que “la globalización de la indiferencia” podría ser la causa de trastornos globales moralmente inaceptables.

Nos están acuciando de tal modo con el presente económico, nos están distrayendo de tal modo con la “burbuja” mediática del entretenimiento..., que olvidamos lo que deberíamos, por dignidad, por solidaridad, por justicia, recordar cada instante: los grandes desafíos actuales –hambre, pobreza extrema, desgarros sociales, víctimas de grandes catástrofes naturales (Haití...) o bélicas (Siria...), deterioro del medio ambiente... y el futuro!

No podemos seguir tolerando que sean sólo unos cuantos los que tengan en sus manos las riendas del destino común y que el resto (la gran mayoría de la humanidad) continúe aturdido, sumiso, sobreviviendo a duras penas en muchas ocasiones, sin que las comunidades científica, académica, intelectual, artística... asuman el liderazgo que les corresponde en el “despertar” que, en cualquier caso, se avecina.

Y en el centro de los motivos esenciales para desentumecer la voluntad y conciencia colectivas está Palestina. Una y otra vez los esfuerzos y las ilusiones de llegar al final del proceso de paz y convivencia se ven frustrados por una despiadada, perseverante, poderosa, violenta y altiva actitud del gobierno israelí.

Iniciemos el camino del mañana que soñamos, en el cual uno de los primeros objetivos es, precisamente, la transición de una cultura de imposición y fuerza a una cultura de paz y conciliación en Palestina. No olvidemos a Palestina ni un día más.

A unos y otros, a los sectarios, a los dogmáticos... que utilizan las más abyectas formas de dominio, debemos oponer una unión ciudadana a escala mundial, un apoyo “de los pueblos” de tal magnitud, un clamor de tal eco, que se asegure su derrota.

No podemos seguir callados... ¡Delito de silencio... y de indiferencia! No podemos seguir aceptando lo inaceptable. Debemos alzarnos en un gran clamor y decir ¡Basta!

sábado, 18 de febrero de 2023

«LAS RATAS ERRANTES». Un poema de Heinrich Heine

Hay dos clases de ratas:
las hambrientas y las hartas.
Las hartas se quedan a gusto,
pero las hambrientas van por el mundo.

Recorren miles y miles de millas,
sin pausa, sin descansar.
No tuercen el rumbo en su marcha,
ni vientos ni lluvias las pueden parar.

Escalan las alturas,
los lagos a nado cruzan.
Muchas se ahogan o quedan desnucadas.
Las vivas dejan muertas a las abandonadas.

Tienen estos bichos
terroríficos hocicos.
Llevan cabezas rapadas, iguales,
bien radicales, bien raticales.

Las jaurías radicales
no saben nada de Dios.
Su prole no llevan a bautizar,
las hembras son propiedad comunal.

No quieren más que comer y beber
la muchedumbre ratil y carnal.
Mientras están comiendo y bebiendo, no piensan
que nuestra alma es inmortal.

Esta raza salvaje
no teme a los gatos, no teme al infierno.
Nada suyo tiene, no tiene dinero
y el mundo quisiera repartirlo de nuevo.

¡Dios santo! Las ratas errantes
se acercan a nuestra región.
Avanzan. Las oigo chillar.
Su número es legión.

Estamos perdidos, ¡ay!
ante las puertas ya están.
Menean la cabeza alcalde y senado,
a nadie se le ocurre un recurso adecuado.

Los burgueses empuñan las armas,
los curas tocan las campanas.
Peligra el santuario
del Estado decente que es la propiedad.

Ni las oraciones, ni las campanadas,
ni los ampulosos decretos del senado
ni los numerosos cañones pesados,
buenos muchachitos, les valdrán de nada.

Las mallas verbales tampoco ayudarán
de las oratorias sin actualidad.
No se atrapan las ratas con trampas silogísticas,
ellas saltan sobre las más sutiles sofísticas

El estomago hambriento admite solamente
sopa de lógica con albóndigas concluyentes,
sólo razones de vacas asadas
con citas de embutidos acompañadas.

Un mudo bacalao, con bastante manteca,
a los rojos radicales contenta
mucho mejor que un Mirabeau
y todos los tribunos después de Cicerón.

Henrich Heine

Traducción de Elisabeth Siefer


jueves, 21 de marzo de 2019

Aporofobia, el rechazo al pobre, un magnífico libro de Adela Cortina que pone al descubierto algunas conductas que van tomando cuerpo en nuestra sociedad actual.

Quienes producen verdadera fobia no son tanto los extranjeros o las gentes de una raza diferente como los pobres. Los extranjeros con medios no producen rechazo, sino todo lo contrario, porque se espera de ellos que aporten ingresos y se les recibe con entusiasmo. Los que inspiran desprecio son los pobres, los que parece que no pueden ofrecer nada bueno, bien sean emigrantes o refugiados políticos.Y sin embargo no existe un nombre para una realidad social que es innegable. Ante tal situación, Adela Cortina buscó en el léxico griego la palabra «pobre», áporos, y acuño el término «aporofobia», que se está imponiendo de forma exponencial. 

Además de definir y contextualizar el término,Adela Cortina explica la predisposición que tenemos los seres humanos a esta fobia y propone caminos de superación a través de la educación, la eliminación de las desigualdades económicas, la promoción de una democracia que tome en serio la igualdad y el fomento de una hospitalidad cosmopolita.

domingo, 30 de marzo de 2014

La migración vista por los niños, pintada en papel amate. Elena Poniatowska


Foto
De jugar entre gallos y cochinos en un pueblo sin corrales ni bardas entre la montaña y el mar, Javier Martínez Pedro, pintó a un niño que tuvo que emigrar a Estados Unidos como tantos otros mexicanos para quienes la única salida es irse. En su tierra, el niño jugaba a esconderse detrás de las palmeras, ayudaba a su padre a cargar las sandías, el terreno era suyo aunque no lo fuera, el sol y la felicidad estaban allí a la vuelta del surco. Al pasar del otro lado descubrió la llamada modernidad y la discriminación en la calle, en el campo y en las grandes tiendas de autoconsumo. Ser niño es soñar, reír, estudiar, echar a correr, jugar, comer, dormir calientito, bueno, ése es el ideal pero hay dos realidades muy distintas, la de los niños que viven con un padre y una madre que tienen un empleo seguro y la de los niños que trabajan porque a la familia no le alcanza. Cuando al padre lo corren o la tierra ya no da de sí, el padre se va a buscar su suerte a Estados Unidos y en muchas ocasiones, los niños también se marchan. A veces, hasta viajan solos para alcanzar al padre (y ahora a la madre). ¿Qué le pasó? ¿Por qué ya no manda dinero? ¿Por qué ya nadie sabe de él? ¿Está vivo? Quizá los niños también se van porque persiguen un sueño que no les pertenece y quedan a la espera, la misma espera-esperanza de que el padre (o la madre) regrese.