La familia de Villar vino a mi pueblo dos meses antes de que llegara el agua. El padre se llamaba Antonio, la madre, Enedina, y los hijos, Benito y Clara. Arrendaron seis hectáreas del secano pedregoso cerca de la carretera de Villamaniel y compraron una casa de adobe que estaba a las afueras del pueblo.
Era una casa abandonada, de las que se emplean para almacenar la paja y guardar mulas. Trabajaron en ella hasta componerle las paredes, la retejaron y dividieron la vivienda con tabiques de ladrillo. Estuvieron casi un mes dedicados a la obra. Antonio y Benito aunando las labores de albañilería con el trabajo de la tierra: la limpieza de cardos y cenizales, el aricado de las hectáreas yermas, donde la rastrojera antigua había dejado el vicio de las sebes y la retama hasta colmar el abandono en un color pajizo entreverado por las ronchas de matojo y amapolas. Enedina y Clara recalando los tabiques y el adobe, amasando el cemento y acarreando los ladrillos desde la tejera de Villamaniel.
El encalado lucía en las paredes derechas, las tejas formaban una comba casi vertical, y bajo el corte de los aleros un canalón de aluminio salvaba el agua de la lluvia, derivando a los lados las escorreduras y preservando la fachada.
Para entonces la familia ya era conocida en el pueblo con el nombre de Villar y se les miraba con la simpatía que reporta el trabajo bien hecho.
El rastrojo de sus hectáreas tenía el aspecto limpio y acabado y la tierra estaba abierta con un sudor distinto, preparada para la siembra y aguardando el agua.
Benito y Clara vinieron a la escuela y se ganaron enseguida nuestra amistad. No eran aquellos muchachos taciturnos y lejanos del principio, cuando la labor les tenía atados desde el amanecer a la noche. Jugábamos mezclados por el vacío de las eras, correteando hasta la huerga y las norias, o nos sentábamos en el cemento del canal tirando piedras al hondón de aquella brecha tan larga, que un día no lejano nos traería el agua desde el pantano de Los Barrios.
A Benito le llamábamos Villar, como los hombres a Antonio. Y a Clara la Villarina, como las mujeres a su madre.
El Villar de los Barrios había sido su pueblo en la montaña, uno de los que las aguas del pantano anegaban al ser embalsadas. La familia era de las pocas que bajaron al páramo dispuestas a establecerse en las tierras nuevas, coma se llamaba al erial empobrecido de nuestra llanura, que habría de transformarse con la promesa del regadío. CONTINUAR LEYENDO
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