Era un buen marido. Un buen padre. No lo entiendo. No lo creo. No creo que sucediese. Vi cómo sucedía, pero no es verdad. No puede ser. Él siempre fue amable. Si lo hubieran visto jugando con los niños, nadie que lo hubiera visto con los niños hubiese pensado que tenía algo mal. Nada, ni tan siquiera un huesecillo. Cuando lo conocí, vivía aún con su madre, cerca del lago Primavera; yo los veía juntos, a la madre y los hijos, y pensé que merecía la pena conocer a un joven tan bueno con su familia. Luego, una vez que iba yo por el bosque, lo encontré solo. Volvía de cazar. No había cazado nada, ni un ratón de campo tan siquiera, pero no estaba enfadado por ello. Andaba retozando por allí, disfrutando del aire de la mañana. Fue una de las primeras cosas que me gustaron de él. No se tomaba nada a mal, no gruñía ni gemía cuando las cosas no salían a su gusto. Así que aquel día estuvimos charlando. Y supongo que las cosas fueron liándose a partir de entonces, porque muy pronto estaba aquí casi continuamente. Y mi hermana dijo (mis padres se habían mudado el año anterior y se habían ido al sur, dejándonos a nosotras aquí), mi hermana dijo, tomándome el pelo un poco, pero seria:
-¡Bien! ¡Si se va a pasar aquí todo el día y la mitad de la noche, supongo que ya no hay sitio para mí!
Y se mudó… camino abajo. Siempre hemos estado muy unidas las dos. Es una de esas cosas que no cambian nunca. Nunca habría podido superar este problema sin mi hermanita.
Bueno, el caso es que él se vino a vivir aquí. Y lo único que puedo decir es que fue el año feliz de mi vida. Era de lo mejor conmigo. Muy trabajador, nunca holgazaneaba, tan grande, tan apuesto. En fin, todos lo respetaban a pesar de lo joven que era. Las noches de reunión le pedían cada vez con más frecuencia que dirigiese el canto. Tenía una voz tan bonita… y empezaba fuerte, y los demás lo seguían y se le unían. Ahora me estremezco al pensarlo, cuando lo escuchaba las noches que me quedaba en casa y no iba a la reunión, cuando los hijos eran pequeños… el canto llegaba hasta aquí arriba entre los árboles, y la luz de la luna, las noches de verano, la luna llena iluminando. Nunca volveré a oír nada tan hermoso. Nunca volveré a conocer aquella dicha.
Fue la luna, eso es lo que dicen. Fue culpa de la luna y de la sangre. Lo llevaba su padre en la sangre. Yo no conocí a su padre y ahora me pregunto qué habrá sido de él. Era de más allá de Aguablanca y no tenía parientes por aquí. Yo siempre creí que habría vuelto allí, pero ahora no sé. Se contaban de él cosas, historias que salieron después de lo que pasó con mi marido. Es algo que se lleva en la sangre, dicen, y puede no salir nunca, pero si sale es siempre por el cambio de luna. Pasa siempre cuando no hay luna. Cuando todo el mundo está en casa y duerme. Hay algo que le viene al que lleva en la sangre la maldición, según dicen, y se levanta porque no puede dormir, y sale al sol cegador y se va solo… va a buscar sin poder evitarlo a los que son igual que él. CONTINUAR LEYENDO
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