Sinopsis: Modelos de mujer es un cuento de Almudena Grandes, publicado en 1996 dentro del libro del mismo nombre. La historia sigue a una traductora madrileña, trabajadora y con pocos recursos, que acepta un encargo inesperado: acompañar a una ex Miss España a Los Ángeles como entrenadora lingüística para el rodaje de una película. Desde el primer encuentro, el contraste entre ambas es evidente: una mujer culta e inconformista frente a otra que vive centrada en su imagen. Lo que empieza como una relación profesional se convierte poco a poco en un territorio incierto, donde se cruzan la rivalidad, la fragilidad y la necesidad de ser vista. (lecturia.org)
Cuando descolgué el teléfono para inaugurar una desconcertante mañana de plomo, pintada con esa luz húmeda y gris que tendría que estar prohibida siempre, y más cuando la primavera se prepara ya para desembocar en el verano, se me había olvidado que la declaración sobre la renta me había salido positiva, veinticuatro mil pesetas del primer plazo —jamás pago todos los impuestos de golpe, no vaya a ser que me muera en verano y Hacienda cobre de más— que habían abierto una herida nada sutil en mi modesto corazón de trabajadora tenaz y precarísima. Sin embargo, las condiciones de aquella asombrosa oferta me despejaron del sopor previo al desayuno con tanta eficacia como si el auricular transmitiera puñetazos en lugar de palabras, y cuando acepté, sin tomarme el trabajo de fingir que tenía que pensármelo, levanté una montera imaginaria al cielo para brindar a la memoria de esas veinticuatro mil pesetas de mi alma, que habían volado de una cuenta corriente tan congénitamente escuálida que el saldo parecía ya una broma de mal gusto.
Nunca me habría atrevido a pensar que nadie pudiera pagar tanto dinero a alguien por un trabajo. La cifra me daba vueltas en la cabeza mientras me duchaba, mientras me vestía, mientras pasaba de largo por la parada del autobús, repitiéndome que sería delicioso caminar por Madrid en una mañana tan fresquita, bajo un cielo de reflejos nacarados que nunca fue plomizo, sino blanco, de esa blancura viva y elegante que barniza la carne de las perlas. Pensaba solamente en la vuelta, después del verano, todos los días que podría vivir sentada encima de ese obsceno montón de pesetas, y en mi tesis doctoral, en mi pobre, amado y desatendido Yevgueni, al que nunca volvería a abandonar por la corrección tipográfica de setecientas galeradas de una guía ornitológica de los Pirineos, como la última vez, ni por la traducción de un manual completo de MS-DOS en doscientos cuarenta fascículos con su correspondiente disquete de regalo, como la penúltima. Es dura la vida del colaborador editorial, sobre todo cuando la declaración de la renta sale positiva, y la primera regla del oficio dice que hay que cogerlo todo, hasta la redacción de cursos acelerados de punto de cruz, así que no me consentí dudar ni por un momento de estar acertando, y sin embargo, cuando llamé a su puerta, en las puntas de mis nervios se enroscaba una inquietud casi vecina del miedo. Al fin y al cabo, nunca se me ha dado bien el trabajo en equipo.
—¡Hola! —me saludó con una sonrisa radiante para la que en realidad no había motivo alguno—. ¿Quién eres? CONTINUNAR LEYENDO
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