“Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”, escribió Ramón y Cajal. Hoy, más de un siglo después, esa escultura parece esculpida por pantallas luminosas. En mi consulta médica, veo con frecuencia a niños de cuatro, seis, ocho o incluso 16 años absortos frente a dispositivos. No hablan, no miran, no interactúan. Como psiquiatra infanto-juvenil con más de 20 años de experiencia, me inquieta profundamente esta nueva normalidad. El desarrollo cerebral necesita juego libre, naturaleza, vínculos afectivos y conversación. Si todo eso se reemplaza por estimulación digital plana y repetitiva, surge un fenómeno silencioso pero grave: el déficit de vida real. No se trata solo del tiempo frente a la pantalla, sino de lo que dejamos de ofrecer cuando lo digital lo invade todo. Como advirtió Byung-Chul Han, “el sujeto de rendimiento se explota a sí mismo creyendo que se está realizando”. Y muchos niños ya están atrapados en esa lógica. Nuestros hijos no necesitan más contenidos, sino más presencia. El cerebro no espera. Y la infancia no se repite.
-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
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