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jueves, 22 de agosto de 2024

"LO INSÓLITO". Un artículo de Sergio del Molino (Eñe. 17 Noviembre, 2017)

Tal vez la literatura sí tenga una función social, más allá de su mera existencia: recordar lo inverosímil. Por ejemplo, leo en la muy interesante novela Generación cochebomba, de Martín Roldán que, a principios de los noventa, cuando más dura fue la violencia en Perú, Sendero Luminoso volaba las estaciones eléctricas de las afueras de Lima y dejaba la capital a oscuras. En el apagón, los ciudadanos, aterrorizados, veían cómo en los cerros que rodean la ciudad se formaban hoces y martillos luminosas, compuestas por antorchas y luminarias. Una terrorífica demostración de poder. Lo leo en la novela y, aunque sé que es verdad, no puedo suspender del todo la incredulidad. Por eso necesito comentarlo con mis amigos peruanos, mientras paseo con ellos a medianoche por el distrito limeño de Miraflores, donde ninguna amenaza parece perturbar la alegría de una cena con unas copas. Se lo cuento y me confirman que así era, que ellos lo vivieron, que eran adolescentes o niños en aquella época. Se empezaban a escuchar explosiones, decían, y la ciudad se iba apagando por sectores, hasta quedarse completamente negra. Lima tiene nueve millones de habitantes, es una extensión interminable de calles siempre atascadas y ruidosas que recuerdan a Blade Runner. Ellos hablan de oscuridad y silencio. Y de hoces y martillos luminosos visibles desde muchas ventanas.

Lo insólito se vuelve cotidiano al vivirlo, y la literatura tiene el poder de reubicarlo en lo insólito. Es una defensa elemental: hay que seguir viviendo bajo los apagones y el terror y las bombas. Se trivializa, se sacan las velas con resignación acostumbrada, se hacen chistes, se intenta seguir como si todo eso fuese un fastidio normal, como el tráfico o la lluvia. Es el texto literario el que, a través de su mera enunciación, señala la anormalidad y la barbarie. Porque el texto es la mirada del extranjero, esa mirada imprescindible para cualquier sociedad que quiera verse a sí misma sin chovinismos ni costumbrismos de brasero.

La violencia genera literatura porque es una de las formas que las sociedades tienen de constatar su asombro, de despertar después de un trauma. ¿De verdad pasó todo eso? ¿Cómo lo toleramos? ¿Cómo lo normalizamos? ¿Cómo nos creció esa costra en la piel? ¿A partir de qué muerto dejaron de importarnos los muertos? No se trata sólo de recordar para que no vuelva a suceder. No importa si vuelve o no a suceder porque la literatura no tiene la capacidad de impedir ninguna catástrofe con su insolencia memorística. Se trata de palparse el cuerpo, de sentirse apelado, de reaccionar al ruido cuando ya hay silencio, que es lo que necesitamos para escribir y para leer.

Lo estamos viendo con todos los libros que están surgiendo al albur de la memoria de la violencia de ETA. Lo hemos visto durante décadas con todas las malditas novelas de la guerra civil (a las que Trapiello auguraba una larguísima vida en su imprescindible Las armas y las letras). Lo veo ahora en las librerías de Lima, donde encuentro mesas enteras dedicadas a las novedades que abordan la violencia de Sendero y la represión estatal (unas 30.000 víctimas, la mayoría de ellas entre 1987 y 1992). Tal vez allí encontremos los escritores una verdadera función social e histórica. Tal vez no seamos tan inútiles como algunos nos vindicamos.

lunes, 20 de agosto de 2018

"El relato íntimo es la puerta grande para entender lo que ha significado el terrorismo". Entrevista en eldiario.es a Luisa Etxenike, autora de "Absoluta presencia", un libro inmerso en la vivencia del terror de ETA.

No hace mucho que leí este libro y he de decir que, además de gustarme, me dejó con el deseo de volverlo a leer con más tiempo. Y es que los textos de Luisa Etxenike, dado el mimo y el cuidado que pone en ellos, son para degustarlos, para saborearlos lentamente. Más adelante tuve la oportunidad de asistir a la presentación del libro por parte de la autora en un acto organizado por la Fundación Fernando Buesa, de la que tengo el honor de ser patrono. En ese acto pude descubrir nuevas claves del texto. Algo que ahondó en mis deseos de su relectura. Además, como todo buen libro, es muy recomendable para hacer una lectura compartida del mismo, bien a través de una Tertulia Literaria Dialógica o de un Club de Lectura.

Hace dos días, aparecía en el diario.es una entrevista con la autora que me ha recordado aquella presentación. Merece la pena leerla y saborear, no solo sus comentarios sobre la novela, sino las reflexiones que con ellas hace sobre la literatura, sobre el lenguaje poético y narrativo.

Así comienza la entrevista:

La última novela de Luisa Etxenike, Absoluta presencia (Ediciones El Gallo de Oro), transcurre en París, aunque sus principales protagonistas son vascos, una familia donostiarra que se exilió en los años de plomo, cuando ETA impuso la “socialización del sufrimiento”, un eufemismo más de los que han surgido en estos años, cuando “se fundía el hierro del lenguaje para darle otra forma”, como se sugiere en el relato.


Es verdad que ha habido obras literarias y cinematográficas anteriores al cese de ETA y a su disolución y es cierto que ahora parece que hay un boom, que yo no lo atribuiría al fenómeno Patria, porque al mismo tiempo se estaban escribiendo otras novelas que han salido cercanas en el tiempo. Ahora bien, creo que no ha hecho nada más que empezar el tratamiento de la literatura de lo acontecido en estos años de violencia terrorista. Porque la literatura lo que hace es colocar las experiencias y las dinámicas sociales en el foco. Es lo que identifica a todas estas obras, o a muchas, que están apareciendo: esa mirada muy cercana a la intimidad de las personas, al impacto que ETA tenía en esa intimidad y en el entorno social cercano. En ese sentido, mi novela se sitúa ahí.


[...] La literatura convierte en experiencia lo que a veces tenemos como información de lo sucedido. Y a través de esa experiencia, puede convertirse en conciencia, en conciencia muy profunda de lo que aconteció. Además, una novela es organización, es estructura, y en ese sentido también pone a la experiencia pasada una estructura, la que sea, pero que es una estructura coherente a lo largo de la obra. Pero diría algo más, la literatura se construye con personajes, sí, pero también buscando y encontrando detalles, detalles expresivos, elocuentes. Yo creo que la memoria son detalles. Se ha hablado del relato de lo sucedido, a mí me gustaría hablar de los detalles de lo sucedido porque creo que en esos momentos, en esos gestos precisos se encuentra mucha elocuencia y mucha cercanía.

[...] Efectivamente, creo que aquí hemos vivido esa situación y lo he lamentado y he escrito sobre esa falta de fiabilidad, de confianza en las palabras, porque eran utilizadas mal, con indigencia. Se ha utilizado el lenguaje por inercia, llegó un momento en que todo el mundo llamaba a las cosas de la misma manera y así se instalaron hábitos de lenguaje. Pero también las apropiaciones indebidas cuando los victimarios parecían las víctimas, los perseguidos. O los eufemismos que ocultaban la absoluta realidad de los crímenes, en lugar de llamar a las cosas por su nombre. Esa manera de encubrir, de retorcer, de disimular, incluso de descuidar, porque muchas veces ha sido descuido, nos ha llevado a que el lenguaje no fuera un aliado del conocimiento de lo que estaba pasando, sino un enemigo del conocimiento de lo que estaba ocurriendo. Para la literatura, el lenguaje es esencial. En la medida en que se cuidan las palabras, la devolución de la calidad del lenguaje a lo narrado será también la devolución de la calidad a la experiencia, a la conciencia. En el arte no hay eufemismos. Las palabras están desnudas en toda su riqueza. Decía Rulfo que él quería escribir novelas con palabras de adobe. Yo también quiero escribir novelas con la verdadera materia prima del lenguaje. Ahora que está de moda el pan, yo quiero escribir novelas con la masa madre del lenguaje, con limpieza, calidad, que no excluye la metáfora, la imagen, pero con toda la grandeza del lenguaje.