No hace mucho que leí este libro y he de decir que, además de gustarme, me dejó con el deseo de volverlo a leer con más tiempo. Y es que los textos de Luisa Etxenike, dado el mimo y el cuidado que pone en ellos, son para degustarlos, para saborearlos lentamente. Más adelante tuve la oportunidad de asistir a la presentación del libro por parte de la autora en un acto organizado por la Fundación Fernando Buesa, de la que tengo el honor de ser patrono. En ese acto pude descubrir nuevas claves del texto. Algo que ahondó en mis deseos de su relectura. Además, como todo buen libro, es muy recomendable para hacer una lectura compartida del mismo, bien a través de una Tertulia Literaria Dialógica o de un Club de Lectura.
Hace dos días, aparecía en el diario.es una entrevista con la autora que me ha recordado aquella presentación. Merece la pena leerla y saborear, no solo sus comentarios sobre la novela, sino las reflexiones que con ellas hace sobre la literatura, sobre el lenguaje poético y narrativo.
Así comienza la entrevista:
La última novela de Luisa Etxenike, Absoluta presencia (Ediciones El Gallo de Oro), transcurre en París, aunque sus principales protagonistas son vascos, una familia donostiarra que se exilió en los años de plomo, cuando ETA impuso la “socialización del sufrimiento”, un eufemismo más de los que han surgido en estos años, cuando “se fundía el hierro del lenguaje para darle otra forma”, como se sugiere en el relato.
Una novela más sobre las consecuencias del terrorismo de ETA se podría decir, pero Absoluta presencia es más, es también una reflexión sobre la experiencia, la memoria, el olvido, el destino…
Es verdad que ha habido obras literarias y cinematográficas anteriores al cese de ETA y a su disolución y es cierto que ahora parece que hay un boom, que yo no lo atribuiría al fenómeno Patria, porque al mismo tiempo se estaban escribiendo otras novelas que han salido cercanas en el tiempo. Ahora bien, creo que no ha hecho nada más que empezar el tratamiento de la literatura de lo acontecido en estos años de violencia terrorista. Porque la literatura lo que hace es colocar las experiencias y las dinámicas sociales en el foco. Es lo que identifica a todas estas obras, o a muchas, que están apareciendo: esa mirada muy cercana a la intimidad de las personas, al impacto que ETA tenía en esa intimidad y en el entorno social cercano. En ese sentido, mi novela se sitúa ahí.
[...] La literatura convierte en experiencia lo que a veces tenemos como información de lo sucedido. Y a través de esa experiencia, puede convertirse en conciencia, en conciencia muy profunda de lo que aconteció. Además, una novela es organización, es estructura, y en ese sentido también pone a la experiencia pasada una estructura, la que sea, pero que es una estructura coherente a lo largo de la obra. Pero diría algo más, la literatura se construye con personajes, sí, pero también buscando y encontrando detalles, detalles expresivos, elocuentes. Yo creo que la memoria son detalles. Se ha hablado del relato de lo sucedido, a mí me gustaría hablar de los detalles de lo sucedido porque creo que en esos momentos, en esos gestos precisos se encuentra mucha elocuencia y mucha cercanía.
[...] Efectivamente, creo que aquí hemos vivido esa situación y lo he lamentado y he escrito sobre esa falta de fiabilidad, de confianza en las palabras, porque eran utilizadas mal, con indigencia. Se ha utilizado el lenguaje por inercia, llegó un momento en que todo el mundo llamaba a las cosas de la misma manera y así se instalaron hábitos de lenguaje. Pero también las apropiaciones indebidas cuando los victimarios parecían las víctimas, los perseguidos. O los eufemismos que ocultaban la absoluta realidad de los crímenes, en lugar de llamar a las cosas por su nombre. Esa manera de encubrir, de retorcer, de disimular, incluso de descuidar, porque muchas veces ha sido descuido, nos ha llevado a que el lenguaje no fuera un aliado del conocimiento de lo que estaba pasando, sino un enemigo del conocimiento de lo que estaba ocurriendo. Para la literatura, el lenguaje es esencial. En la medida en que se cuidan las palabras, la devolución de la calidad del lenguaje a lo narrado será también la devolución de la calidad a la experiencia, a la conciencia. En el arte no hay eufemismos. Las palabras están desnudas en toda su riqueza. Decía Rulfo que él quería escribir novelas con palabras de adobe. Yo también quiero escribir novelas con la verdadera materia prima del lenguaje. Ahora que está de moda el pan, yo quiero escribir novelas con la masa madre del lenguaje, con limpieza, calidad, que no excluye la metáfora, la imagen, pero con toda la grandeza del lenguaje.
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