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domingo, 22 de septiembre de 2019

La barra de pan, un cuento de Manuel Rivas

Tras el entierro, en el cementerio de San Amaro, habíamos ido al Huevito y luego al bar David para brindar por el alma difunta. Había muerto la madre de Fontana. Él estaba muy apesadumbrado, como si el peso de la caja continuase aún allí, en su espalda, y con ese aire de dolor culpable que tienen los hijos cuando se les va la madre. En su caso, la madre había tenido Alzheimer y confundía a su hijo con el hombre de la información meteorológica en la televisión.

!Mira qué formal está!, decía ella. Y le mandaba un beso soplando en la palma de su mano hacia la pantalla.

Fontana interpretaba aquella desmemoria como una señal de protesta, de acusación indirecta por sus largas ausencias. Estaba soltero como todos nosotros y le iba la bohemia. Le llegó a tener mucha antipatía al Hombre del Tiempo. Hasta que O'Chanel le dijo un día: Es que se parece a ti, Fontana. Es igualito a ti.

Y Fontana se puso un traje de chaqueta cruzada como el de aquel Hombre del Tiempo y le dijo: Mamá, soy yo.

Ya veo que eres tú, le respondió su madre sonriente. Mucho he rezado para te dejasen salir de las isobaras.

En la barra del bar estaba Corea. Era un bebedor solitario, que no se metía con nadie. Pero en lo poco que hablaba, incluso cuando quería ser amable, le salían apocalipsis por la boca, que decía con una voz grave, como palabras de tierra. Por eso, cuando se acercó a Fontana, nos pusimos en guardia. Pero Corea le puso la mano en el hombro y le dio el pésame sorprendente: A los muertos hay que dejarles ir. No hay que tirar de ellos hacia abajo. Hay que abrir una teja en el tejado. Y que el alma busque su sitio.

Sin más, Corea se fue hacia la barra, bebió el trago que le quedaba, pagó la ronda y se marchó por la puerta sin despedirse.

Por un tiempo, nos quedamos mudos. Es una hermosa oración, dijo por fin O'Chanel.

La mejor, añadió Fontana pensativo.

Va un brindis por el alma.

¡Por el alma!

Es cierto, dijo O'Chanel. Es cierto que hay cosas que tienen alma. O dicho de otra manera, hay sitios en los que se posan las almas como pájaros en las ramas.

O'Chanel siempre tenía un cuento en la recámara para tapar los tiempos muertos. Solo necesitaba un trago para, según decía él, mojar la prosodia. Había emigrado a Francia de joven, en uno de esos trenes que salían atestados de Galicia. Y le había ido bien. Oye, tú, ¡yo colocaba guardabarros en la Renault!, decía como un mariscal victorioso. Incluso contaba que había estado sentado con un Filósofo célebre en la terraza de un café a la orilla del Sena y que el filósofo había tomado notas de cuanto él le decía. Por supuesto, aseguraba O'Chanel, antes me pidió permiso. ¡Ese sí que es un país con cultura y educación! Y es que a veces le entraba nostalgia del revés: ¡Aún he de volver a París! Un hombre con prosodia allí es un galán.  CONTINUAR LEYENDO

lunes, 10 de julio de 2017

Un país de hechiceras. Un artículo de Manuel Rivas (El Páis).


En España son las mujeres las que están frenando la derrota de la cultura. Donde no están, todo parece un “maldito sitio triste”.


Es difícil, casi inverosímil, imaginarse la historia de Sherezade al revés: un hombre que, para salvar su vida, cuenta cuentos durante mil y una noches a una mujer todopoderosa. Hasta la ninfa y maga Calipso, en la Odisea, renuncia a sus poderes, que son muchos, para liberar de su abrazo enamorado a Ulises y dejarle regresar a Ítaca.

El sultán Shahriar, con el que tiene que vérselas Sherezade, es un cabrón sanguinario, por decirlo de forma educada, que cuenta en su historial con al menos tres mil feminicidios, los de las muchachas vírgenes a las que ordenó decapitar después de tomar posesión. Es el poder absoluto que se realiza en la pulsión destructiva y cuyo mayor goce será destruir al objeto del deseo. No parece ser un poder que se ablande, ni siquiera en el tálamo, ni que vaya a mejorar de humor por unos monólogos del antiguo club persa de la comedia.

Esa ficción cruel tiene un principio de realidad. El telón de fondo de Las mil y una noches es un escenario que se prolonga hasta nuestros días. Allí donde se viola y mata impunemente. Las metamorfosis de ese poder criminal, desde el sultán al último dictador o al capo que negocia con la trata de mujeres, siempre tienen como componente nuclear el machismo y la violencia. Por eso es tan acertada la palabra violación para definir todos sus actos. Se violan los derechos. Se violan los cuerpos y las almas. Se viola el lenguaje. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 11 de enero de 2017

“SAL DEL AGUA, INGLÉS, Y DANOS LIBROS”. Manuel Rivas.


Borrow nos descubrió en la primera mitad del XIX un país desconocido. Hoy no dejaría de registrar la eclosión de los clubes de lectura.

Para contrarrestar la identidad negativa de un país tradicionalmente alérgico a la lectura, resulta emocionante leer un fragmento de La Biblia en España, allí donde George Borrow cuenta que, cuando estaba bañándose una noche en el Tajo, se presentó en la orilla del río un grupo de gente que comenzó a gritarle: “Sal del agua, inglés, y danos libros; traemos el dinero en la mano”.

El libro de Borrow tuvo un primer traductor y prologuista extraordinario, Manuel Azaña, quien habría de ser presidente de nuestra República, y que lo describió como “un precioso documento para la historia de la tolerancia, no en las leyes, sino en el espíritu de los españoles”. Borrow era sabedor de que se jugaba el pellejo en aquel viaje, hacia mediados del XIX, por la catadura de los gobernantes, pero su mirada es tan penetrante y libre que subvierte la típica óptica. “Aunque suene a cosa rara, España no es un país fanático”.

Borrow descubrió y nos descubrió un país desconocido porque caminó a la par de la gente corriente, y seguido de un caballo cargado de libros. Pudo conocer un singular miedo español: el del campesino al que le castañeteaban los dientes cuando tuvo en las manos las Escrituras. Un miedo antiguo, metido hasta en la raíz. Leer e interpretar las “divinas palabras” uno mismo era pecado, una transgresión. Pero pudo conocer también esa gente que vencía el miedo y acudía en la noche con esa consigna que hoy suena cómica, “¡Sal del agua, inglés, y danos libros!”, como en un precedente hispano de La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey, la novela de Mary Ann Shaffer en la que se cuenta cómo los habitantes de la isla del Canal resistieron la pesadilla nazi organizados como club de lectura y un humor gastronómico.

La Biblia en España es un género en sí mismo, mucho más allá de un libro de viajes. Contiene la ironía dramática de un pueblo aherrojado que ama la libertad, y por tanto los libros, privado históricamente de ese placer. ¿Cómo nos vería hoy George Borrow, qué contaría de España? A pesar de las estadísticas negativas, del estigma de la alergia a la lectura, creo que Borrow podría anotar hoy algunas revoluciones positivas, protagonizadas por la gente corriente, y que a veces oculta la polución causada por la desidia oficial.

George Borrow no dejaría de registrar la extraordinaria eclosión, multiplicación, de los clubes de lectura. Uno de los acontecimientos editoriales de este año pasado, con repercusión merecida, ha sido La España vacía, de Sergio del Molino. El despoblamiento va precedido de un vaciamiento cultural. Un lugar empieza a descoserse de la vida cuando ya no se ejerce el derecho a soñar. Esa sensación extraña de que hay lámparas encendidas, pero se ha apagado la luz.

El vaciamiento también puede darse, se está dando, en lugares poblados. Es imprescindible la psicogeografía de los lugares de encuentro. Cuando expreso mi entusiasmo con esta “modesta revolución” que significa la gran eclosión de clubes de lectura en España, hay alguna gente que frunce el ceño. Eso de “club de lectura” les suena a algo anacrónico. En realidad, y por las experiencias que conozco, son espacios de vanguardia, allí donde gente diferente se reúne en condiciones de igualdad, donde la sociabilidad es presencial y no virtual, y donde no domina un interés comercial o doctrinario. La palabra revolución no está de más: hay casos en los que los padres se han sumado a los clubes, o a las lecturas, a partir de la experiencia de las hijas.

Algunas de las llamadas “redes sociales” son, en realidad, depósitos de ego o de vejámenes. Frente a esa deriva pueril, ¿no es revolucionario, vanguardista, el simple hecho de conseguir que se reúna un grupo de personas de diferentes gustos, géneros, edades y profesiones para debatir durante horas sobre La España vacía o el capítulo 22 de Don Quijote?

Digo el capítulo 22, parte I, porque es lo que me cuenta un amigo. Que en el club de lectura se han pasado el último mes discutiendo sobre el capítulo en el que el ingenioso hidalgo libera a los presos que son conducidos a galeras. Y ahí siguen. Y ahí quería ver yo al Tribunal Constitucional. Qué envidia.

En fin. Director de programas de TVE, ¿para cuándo una serie sobre La Biblia en España, el mejor libro de viajes a las entrañas de este país?

Fuente: elpaissemanal.elpais.com

sábado, 27 de febrero de 2016

"EL AMOR A LOS 77 AÑOS. Manuel Rivas.

Oliver Sacks
Estoy enamorado del enamoramiento que vivió el escritor y neuropsiquiatra Oliver Sacks cuando tenía 77 años

En la mañana del 21 de febrero de este año 2015 me senté en la cafetería Barra, al lado del mercado coruñés de San Agustín, para tomar un café y leer el periódico. Me senté todavía adormilado, refunfuñando porque la mesa del ventanal estaba ocupada, y ya se sabe que el malhumor acentúa el instinto de propiedad. En la media penumbra abrí el periódico, leí un artículo y me levanté con los brazos abiertos a la vida.
Ahora, cuando vuelvo, me siento allí, en la esquina penumbrosa, en honor de Oliver Sacks. Puedo recordar aquel día, la fecha, la zozobra y el despertar de la mirada, porque lo que leía, en EL PAÍS, un ­artículo con su firma, De mi propia vida, era una carta universal del afecto y la pérdida. Sacks, con 83 años, informaba de que padecía un cáncer terminal, pero tal y como lo contaba era una enfermedad de horizonte. Hasta allí, todavía quedaba un trecho para divertirse, incluso, decía, “para hacer el tonto”. Y lo más importante, su mirada no se achicaba en el trance: abarcaba con gozo la vida vivida. “He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura”. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: El País Semanal

domingo, 29 de noviembre de 2015

Entrevista al escritor Manuel Rivas

'El último día de Terranova', del autor gallego, narra la posguerra y la Transición en España a través de la vida en una librería condenada al cierre

"Si desaparece el factor humano en los intercambios —y una librería es un lugar donde alguien que te da el libro con la mano—, también va a desaparecer lo humano en el libro. Tal vez es demasiado determinista, pero hay parte de razón. La ciudad existe porque existen librerías, el taller de bicicletas, las tabernas… En Coruña abrieron un centro comercial. La gente se sentaba allí porque llueve. Pensaron: “Si se sientan, no compran”. Quitaron los bancos y la gente se sentaba en las fuentes, así que pusieron unos hierros. En los libros te puedes sentar siempre. La literatura es resistencia, una intervención contra la realidad. Una vez existió esa idea de las vanguardias de que podías cambiar el mundo pintando, cantando, bailando. Lo inútil podía influir en lo útil, cambiar la vida. Ahora se perdió eso. Hubo una renuncia. Asumimos el discurso de lo útil. “Vuestra utilidad es el entretenimiento”, nos dicen. “Dedicaos a eso”. Pero uno sabe que hay libros que le han cambiado la forma de mirar, y eso también es cambiar la realidad, ¿no? Aunque sea por un instante, en un tris. Un tris vale mucho."

"Toda escritura es poética porque el lenguaje se pone o no se pone en vilo. Hay palabras que alcanzan esta condición. La lengua se pone en otro tiempo, que no es pasado ni futuro, sino otro tiempo."

"Otro detector de la literatura es que es una creación que no quiere dominar. La diferencia con otros discursos ­—la filosofía, la historia— es que no te quiere dominar. Cuando te quiere dominar notas que pasa algo raro, que está intoxicada."

"Parte del viaje literario consiste en luchar contra tus convenciones, contra tu propia estupidez. Eso no quita que la literatura tenga una dimensión de activismo, pero no puede caer en la condición de instrumental. Acabaríamos matándola. Eso sí, todo lo que escribes te va a comprometer."