viernes, 6 de mayo de 2022

LA LEGIÓN DE LOS DESPOSEIDOS. Un cuento de Txibinski, participante de la Tertulia Literaria Dialógica de la Prisión Araba.

En la prisión hay muchas personas que escriben. La pérdida de libertad lleva en ocasiones a mirar hacia adentro y a plasmar en palabras lo que se lleva rumiando en las entrañas. Aquí os dejo un ejemplo de ese andar escarbando. Es un escrito de Txibinski, uno de los tertulianos más veteranos de este grupo de lectornautas que se siguen escapando del encierro por medio de las palabras. Un buen texto para volar y compartir lecturas, palabras y sentimientos en una tertulia literaria.

LA LEGIÓN DE LOS DESPOSEÍDOS
Txibinski

Entre los despojos. Entre las turbas sin alma, todavía había gente a la que le quedaban atisbos de humanidad. Allí encontró a sus hermanos. Aquellos que sentían como él. Con los que llegó a la conclusión de que no encajaban en ningún sitio, y, ¡claro está!, si éste no era su mundo, ¿dónde tendrían cabida ellos?, ¿dónde estaba el error?, ¿dónde habían equivocado el camino?

Tal vez nacieron cuando Dios miraba hacia otro lado.

Su vida anterior carecía de sentido y no tenían futuro. Pero seguían luchando día a día.

¿Cuál era esa fuerza que les hacía continuar hacia ninguna parte?

Había enfermos terminales que se arrastraban y pugnaban por seguir vivos una jornada más. Cargados de medicación, con fiebre por su adicción a todo tipo de drogas y, sin embargo, cada amanecer era un triunfo para ellos. Como si de plagas bíblicas se tratara, tenían los cuerpos marchitos, llenos de llagas y con enfermedades incurables; pero en sus ojos febriles brillaba aún la luz de la esperanza.

Allí comprendió que el infierno en vida existe. Era aquel el único sitio donde los vivos envidiaban la suerte de los muertos.

No obstante se refugió dentro de sí mismo, pero no dejaba de pensar cuándo dejaría de vagar por aquellos yermos páramos donde el alma se le desgarraba continuamente.

Y sobre todo aquella rueda que por más que la girasen, nunca les llevaba a ningún sitio…

Aquel día la dosis que le suministraron fue enorme. Su cuerpo no pudo responder. Notó cómo la muerte le reclamaba y no tuvo fuerzas para discutir.

En el rincón donde yacían sus recuerdos más queridos encendió su pira fúnebre. Se abandonó al dulce placer del sueño sin sueños y del añorado olvido.

A la mañana siguiente, el encargado del laboratorio encontró al hámster muerto al lado de la puerta de la jaula.

FIN

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