lunes, 4 de octubre de 2021

LA BALADA DEL AGUA. José Luis Sampedro

EL GERANIO

A la pelada altura de la montaña que ya no alcanzan los pastos, frena la pendiente una roca empinada alzándose como una alta proa. En ella se abre a ras de tierra una oquedad junto a la cual brota del suelo un geranio. Su inesperada presencia resulta inverosímil, pero allí está bien firme: su breve ramaje verde casi oculto bajo las flores, apiñadas en apretada maraña a manera de encendida cúpula. Una roja explosión, pero no del granate oscuro de la sangre sino del bermellón luminoso de la vida.

A su alrededor, en el rellano al pie del risco, sólo hay guijarros caídos de la roca y algún matojo de escaso verdor y áspero ramaje. Hostil entorno para el único grito de color a la vista, arraigado con impávida voluntad de permanecer.

El rojo milagro es contemplado con maravillada ternura por una mujer recién aparecida en la oscura oquedad de la roca. Se acerca al geranio, se inclina hacia la planta hasta casi besarla. “¿Cómo has podido llegar tan arriba?” –se pregunta- “¿Qué pajarillo traería tu semilla entre sus plumas?”

La mujer, ya madura, viste de negro como tantas labradoras. Los grises cabellos recogidos en un moño encuadran un rostro surcado de años pero radiante de fortaleza, visible también en el andar afirmado y en el brillo intenso de los ojos. Su falda llega hasta las abarcas de cuero, calzadas sobre negras medias de lana, obra de sus manos. No encuentra respuesta a sus preguntas sobre el prodigio, pero no importa. Lo esencial es la férrea voluntad que percibe en la frágil flor, erigiéndose por sí sola en toda una primavera de las alturas y convocando un aire de abril y un sol de mayo. Y esa mujer no falla nunca cuando identifica ante ella lo esencial. 

La saca de su contemplación el rumor de un conocido borboteo. Se da la vuelta y advierte a pocos pasos la repentina afloración de un manantial a ras del suelo, creando una pequeña corriente que fluye ladera abajo. La mujer sonríe y no se desconcierta cuando del agua se eleva una neblina que cuaja y se moldea hasta convertirse en una joven envuelta en ondulante túnica celeste y calzada con primorosas sandalias de tiras doradas.

-¡Madre querida! –exclama la aparecida fundiéndose en un abrazo con la campesina.

-Te encuentro más delgada, Agua –comenta preocupada la mujer.

-Pues tú… -pero se interrumpe sorprendida por el vibrante bermellón del geranio- ¿Y esto? ¡Otro milagro tuyo, tan monte arriba!

-Sí, ha nacido de mí, pero se plantó él. Ya ves, en esta sequedad. No sé cómo resiste.

Agua sonríe y mantiene un momento su mano por encima de la flor. Cuando la retira brillan más los pétalos y las hojas afelpadas sostienen unas gotas transparentes. Con espontánea naturalidad se sientan ambas en el suelo unidas por la cintura. CONTINUAR LEYENDO
 

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