domingo, 17 de octubre de 2021

LA CARTA DE AMOR, un cuento de la escritora argentina Luisa Valenzuela

 La investigadora va todos los atardeceres, a eso de las siete, a retomar su trabajo en un locutorio frente al parque. Se sienta en una silla que está siempre caliente. La acaba de abandonar una mujer ya mayor, delgada, de pelo canoso, que también elige esa precisa computadora quizá por ser la más veloz en el pequeño locutorio del barrio.

Más de una vez la investigadora se ha sorprendido porque en la pantalla queda siempre la última página consultada por la mujer en la red, y siempre el tema son las mariposas. Así durante meses. Hasta que un día la investigadora llega y encuentra a la mujer, canosa, mayor, caída frente a la pantalla con la cabeza sobre el teclado. Se desespera y da la voz de alarma, pero en el locutorio nadie parece inmutarse, simplemente llaman una ambulancia. Casi de inmediato llegan dos paramédicos o enfermeros vestidos de blanco, comprueban que la mujer ya no respira y sin hacer preguntas la meten tal como está, en posición casi fetal, en una gran bolsa verde de plástico y se la llevan, supuestamente a la morgue. En el locutorio, clientes y encargados siguen con sus asuntos como si nada hubiese ocurrido. La investigadora queda atónita. La última página abierta por la muerta parecería esta vez ser su correo personal porque hay una brevísima carta de amor en la bandeja de entrada. Algo sorprendente, dado que nunca antes la ahora difunta parecía haber recibido mensaje alguno y nunca había dejado indicios de su intimidad. La carta no tiene firma, la investigadora intenta explorar el resto del correo para averiguar claves de la víctima pero está vacío. Sale aturdida del locutorio, el dependiente no la detiene ni siquiera para cobrarle. Nadie parece estar atento a lo que ocurre a su alrededor.

Desconcertada, la investigadora empieza a perder noción de la realidad, es el crepúsculo, cruza una calle y otra y otra y se interna en el parque. Se larga a vagar sin poder explicarse qué pasó con la pobre mujer, ni con sus propios sentimientos y sensaciones. Camina sin rumbo por el vasto parque ya casi a oscuras, no piensa en el peligro, agotada y sin dirección se sienta en un banco junto a un hombre muy viejo que parece estar dormido.

Pero no; el viejo abre los ojos para preguntarle

-¿Cuánto cobra la hora?

La investigadora está a punto de levantarse, ofendida, o de devolverle el insulto, cuando el viejo completa su frase: el locutorio. Cuánto cobra la hora el locutorio, quiere saber.

Están a muchas muchas cuadras de distancia, no entiende cómo el viejo pudo haberse dado cuenta de dónde venía ella. Y qué le puede importar ese detalle a un vagabundo sin techo que nunca debe de haber visto una computadora de cerca. CONTINUAR LEYENDO


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