miércoles, 22 de noviembre de 2017

CHINASA. un precioso cuento de Chimamanda Ngozi Adichie.

Creo que sucedió en enero. Creo que era enero porque la tierra estaba reseca y el viento seco de Harmattan había cubierto mi piel, la casa y los árboles de polvo amarillo. Pero no estoy segura. Sé que era 1968 pero podría haber sido diciembre o febrero; nunca estuve segura de las fechas durante la guerra. Estoy segura, sin embargo, que sucedió por la mañana -el sol era todavía agradable, el tipo de sol que dicen que forma vitamina D sobre la piel. Cuando escuche el ruido - ¡Boom! ¡Boom! - estaba sentada en la veranda de la casa que compartía con dos familias, releyendo una copia gastada de EL NIÑO AFRICANO de Camara Laye. El dueño de la casa era un hombre que conoció a mi padre antes de la guerra y, cuando llegué después de que cayera mi ciudad natal, cargando con mi maleta baqueteada, y sin otro lugar adonde ir, me dejó un cuarto gratis porque, según decía, mi padre se había portado muy bien con él. Las otras mujeres de la casa cotilleaban sobre mí, diciendo que yo visitaba la habitación del dueño por la noche y que esa era la razón de que no tuviera que pagar alquiler. Esa mañana, me encontraba con una de estas mujeres cotillas. Ella estaba sentada sobre los resquebrajados peldaños de piedra, amamantando a su bebé. Durante un rato, estuve observándola y me dio la impresión de que su pecho era como una naranja blanda a la que le hubieran exprimido todo el jugo, preguntándome si el bebé estaría sacando algo.

Cuando escuchamos el bombardeo, ella agarró inmediatamente al bebé y corrió hacia la casa en busca del resto de sus hijos. ¡Boom! Parecían rugidos de truenos, como los que se extienden por todo el cielo, anunciando una tormenta. Durante un momento, permanecí allí de pie, imaginando que eran realmente truenos. Imaginé que estaba de vuelta en la casa de mi padre antes de la guerra, en el patio, bajo el árbol de anacardo, esperando la lluvia. El patio de mi padre estaba lleno de árboles frutales a los que me gustaba trepar, aunque mi padre me gastara bromas y me dijera que no era propio de una joven y que, tal vez, algunos de los hombres que querían traerle vino cambiarían de opinión cuando se enteraran de que me comportaba como un chico. Pero mi padre nunca me detuvo. Decían que me malcriaba, que yo era su favorita e, incluso ahora, algunos de nuestros familiares opinan que si sigo soltera es por culpa de mi padre. CONTINUAR LEYENDO
 

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