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domingo, 31 de agosto de 2025

"AHORA Y EN LA HORA". Un libro de Héctor Abad Francoline

 A mediados de 2023, apenas recuperado de una cirugía a corazón abierto, Héctor Abad Faciolince aceptó la invitación a una feria del libro en Ucrania. El viaje libresco, sin embargo, se convirtió en algo más: explorar los horrores de la invasión rusa en la región del Donetsk, cerca del frente de batalla, junto a otras cuatro personas. El último día, para despedirse, el grupo de viajeros se dispuso a cenar en una pizzería de Kramatorsk. Allí, «como del rayo», padecieron un hecho que los transformaría para siempre: un misil ruso, con seiscientos kilos de explosivos, cayó sobre el centro mismo del lugar, dejando en el acto trece personas muertas y más de sesenta heridos. Una de las víctimas fatales fue la joven escritora ucraniana Victoria Amélina, guía y compañera de ese viaje testimonial que terminó en tragedia.

En esta narración intensa, donde se contrastan vertiginosamente la vida, la vejez y la muerte, el autor hace una crónica de lo sucedido y regresa con una franqueza conmovedora a los temas que han generado lo mejor de su literatura: los efectos devastadores de la violencia y la guerra; la indignación por la muerte de los inocentes; la culpa y el estupor de quien no ha caído, y su inapelable impulso de contar lo presenciado y reflexionar sobre la extraña y azarosa experiencia de sobrevivir una vez más.

martes, 26 de agosto de 2025

"DOS AMIGOS". Un cuento de Guy de Maupassant

En un París bloqueado, hambriento, agonizante, los gorriones escaseaban en los tejados y las alcantarillas se despoblaban. Se comía cualquier cosa.

Mientras se paseaba tristemente una clara mañana de enero por el bulevar exterior, con las manos en los bolsillos de su pantalón de uniforme y el vientre vacío, el señor Morissot, relojero de profesión y alma casera a ratos, se detuvo en seco ante un colega en quien reconoció a un amigo. Era el señor Sauvage, un conocido de orillas del río.

Todos los domingos, antes de la guerra, Morissot salía con el alba, con una caña de bambú en la mano y una caja de hojalata a la espalda. Tomaba el ferrocarril de Argenteuil, bajaba en Colombes, y después llegaba a pie a la isla Marante. En cuanto llegaba a aquel lugar de sus sueños, se ponía a pescar, y pescaba hasta la noche.

Todos los domingos encontraba allí a un hombrecillo regordete y jovial, el señor Sauvage, un mercero de la calle Notre Dame de Lorette, otro pescador fanático. A menudo pasaban medio día uno junto al otro, con la caña en la mano y los pies colgando sobre la corriente, y se habían hecho amigos.

Ciertos días ni siquiera hablaban. A veces charlaban; pero se entendían admirablemente sin decir nada, al tener gustos similares y sensaciones idénticas.

En primavera, por la mañana, hacia las diez, cuando el sol rejuvenecido hacía flotar sobre el tranquilo río ese pequeño vaho que corre con el agua, y derramaba sobre las espaldas de los dos empedernidos pescadores el grato calor de la nueva estación, Morissot decía a veces a su vecino: «¡Ah! ¡qué agradable!» y el señor Sauvage respondía: «No conozco nada mejor.» Y eso les bastaba para comprenderse y estimarse.

En otoño, al caer el día, cuando el cielo ensangrentado por el sol poniente lanzaba al agua figuras de nubes escarlatas, empurpuraba el entero río, inflamaba el horizonte, ponía rojos como el fuego a los dos amigos, y doraba los árboles ya enrojecidos, estremecidos por un soplo de invierno, el señor Sauvage miraba sonriente a Morissot y pronunciaba: «¡Qué espectáculo!» Y Morissot respondía maravillado, sin apartar los ojos de su flotador: «Esto vale más que el bulevar, ¿eh?»

En cuanto se reconocieron, se estrecharon enérgicamente las manos, muy emocionados de encontrarse en circunstancias tan diferentes. El señor Sauvage, lanzando un suspiro, murmuró:

-¡Cuántas cosas han ocurrido!

Morissot, taciturno, gimió:

-¡Y qué tiempo! Hoy es el primer día bueno del año.

El cielo estaba, en efecto, muy azul y luminoso.

Echaron a andar juntos, soñadores y tristes. Morissot prosiguió:

-¿Y la pesca, eh? ¡Qué buenos recuerdos!

El señor Sauvage preguntó:

-¿Cuándo volveremos a pescar?

Entraron en un café y tomaron un ajenjo; después volvieron a pasear por las aceras.

Morissot se detuvo de pronto:

-¿Tomamos otra copita?

El señor Sauvage accedió:

-Como usted quiera.

Y entraron en otra tienda de vinos.

Al salir estaban bastante atontados, perturbados como alguien en ayunas cuyo vientre está repleto de alcohol. Hacía buen tiempo. Una brisa acariciadora les cosquilleaba el rostro.

El señor Sauvage, a quien el aire tibio terminaba de embriagar, se detuvo:

-¿Y si fuéramos?

-¿A dónde?

-Pues a pescar.

-Pero, ¿a dónde?

-Pues a nuestra isla. Las avanzadas francesas están cerca de Colombes. Conozco al coronel Dumoulin; nos dejarán pasar fácilmente.

Morissot se estremeció de deseo:

-Está hecho. De acuerdo.

Y se separaron para ir a recoger los aparejos.

Una hora después caminaban juntos por la carretera. En seguida llegaron a la ciudad que ocupaba el coronel. Éste sonrió ante su petición y accedió a su fantasía. Volvieron a ponerse en marcha, provistos de un salvoconducto CONTINUAR LEYENDO

domingo, 10 de agosto de 2025

"MATAOS". Un poema de Miguel Labordeta

Mataos,
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.

Si vuestra rabia es fuego que devora al cielo
y en vuestras almohadas crecen las pistolas:
destruíos, aniquilaos, ensangrentad
con ojos desgarrados los acumulados cementerios
que bajo la luna de tantas cosas callan,
pero dejad tranquilo al campesino
que cante en la mañana
el azul nutritivo de los soles.

Invadid con vuestro traqueteo
los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece,
triturad toda rosa hallada; al noble pensativo,
preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte
que han de aplastar a las dulces muchachas paseantes,
en esta misma hora que sonríe
por una desconocida ciudad de provincias,
pero dejad tranquilo al joven estudiante
que lleva en su corazón un estímulo secreto.

Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas
de entelequias, estructuras incompatibles,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.

Asesinaos si así lo deseáis,
exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas
que jamás asiríais un fusil de bravura,
pero dejad tranquilo a ese hombre tan bueno y tan vulgar
que con su mujer pasea en los económicos atardeceres.

Aplastaos, pero, vosotros,
los inquisitoriales azuzadores de la matanza,
los implacables dogmáticos de estrechez mentecata,
los monstruosos depositarios de la enorme Gran Estafa,
los opulentos energúmenos que en alza favorable de cotizaciones
preparáis la trituración de los sueños modestos
bajo un hacha de martirios inútiles.

Pisotead mi sepulcro también,
os lo permito, si así lo deseáis inclusive y todo,
aventad mis cenizas gratuitamente
si consideráis que mi voz de la calle no se acomoda a vuestros fines suculentos,
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
al campesino que nos suda la harina y el aceite,
al joven estudiante con su llave de oro,
al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo,
y al hombre gris que coge los tranvías
con su gabán roído a las seis de la tarde.

Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos,
y entre todos aspiran a vivir, tan sólo esto,
y de ellos ha de crecer, si surge,
una raza de hombres con puñales de amor inverosímil,
hacia otras aventuras más hermosas.

miércoles, 30 de julio de 2025

"DURO TIEMPO". Un poema de María Beneyto sobre la infancia en tiempos de guerra.

Nuestra niñez no ha sido protegida
por canciones de nácar,
por símbolos de azúcar inefable
o guirnaldas de estaño.
Nuestra infancia sabía a hierba amarga,
a guerra fratricida,
sin fábulas azules ni leyendas.
Enseguida supimos que la vida
─aquel tallo inocente─
nacía de una entraña ensangrentada
que indicaba el camino
hacia la luz, entre la carne rota.
Que las madres guardaban
recuerdos prenatales en su vientre.
A esquirlas de metralla, a realidades,
nos sacaron del mundo
en que era fácil y feliz ser niño.
Con obuses, con bombas
conocimos la atroz mitología
que izaban la palabras
del lívido alarido de la herida.
Hicimos colección de balas viejas
usadas por la muerte.
Nana feroz nos daban en la noche
las sirenas de alarma
y el agujero del terror oscuro
del refugio antiaéreo
que jugaba por el día con nosotros.
Lo mismo que asexuales criaturas
inventábamos juntos
iguales violencias. (Una niña
algunas veces vino,
se me subió a los ojos lentamente
y lloró en mis pupilas
inexplicables ríos infantiles)
Y ese ha sido el preludio,
la llegada a la tierra que vivo.
Los indicios apenas de la vida
repartida en dos seres
y desdoblada, separada, aparte.
La dura despedida
del otro ser que se quedó en la muerte.
Sin ser mujer, y sin tener infancia
allí, en tierra de nadie,
en tiempo neutro, en limbo sostenido,
la niñez compañera
era un capullo pálido, caído,
ahogado entre la sangre
en donde se perdió la niña muerta.
Pero siguió la muerte su camino
y los hermanos eran
allá en el frente, dioses luminosos,
de guerreros antiguos
resplandeciendo a un lado de la lucha,
en el duro combate,
en la carne mortal, herida y nuestra,
mientras iba cayendo eterna lluvia
en la herida infectada
de acuchillados campos. En el hueso
innumerable y joven
del múltiple cadáver, y algo hembra,
mujer, madre del luto,
algo llamado España sollozaba.

viernes, 2 de mayo de 2025

"A LOS NIÑOS MUERTOS POR LA GUERRA " Un poema de Carmen Conde

¡No los deshojéis, cañones; no los tricéis, ametralladoras, bombas grandísimas que caéis del cielo hondo y que parecéis dones de las nubes anchas, no rompáis los cuerpecitos de los niños!

¿No siente el plomo piedad de estos hombros de leche rosada, de estas sangrecitas dulces, de estas pieles de labios? ¿Ningún aviador enemigo tiene niñitos que levanten sus manos al viento de las hélices?

No. El enemigo no parece padre, y acaso es huérfano también. Por eso los niños se quiebran en tajos humeantes, y hay por los jardines cabelleras de musgos, rodillas con seda rasgada; suelto todo entre los árboles quebrados, con duelo sostenido de gritos que ayer eran cometas y hoy son pobres encías partidas que ya no gustarán mazorcas ni pezones frescos de madres enamoradas...

viernes, 28 de marzo de 2025

"LLAMAMIENTO CONTRA LA PREPARACIÓN DE UNA GUERRA ATÓMICA". Un poema de Juan Gelman

El poema ‘Llamamiento contra la preparación de una guerra atómica’, fue escrito en la década de los cincuenta por el poeta argentino Juan Gelman. Su título, sin embargo, bien podría ser el titular de cualquier periódico de hoy alertando de los momentos infaustos que estamos viviendo. La escalada de violencia en países de nuestro entorno parece imparable y las amenazas del uso de las bombas nucleares han vuelto a ensombrecer nuestros días. El soneto de Gelman tiene plena vigencia. Alguien puede pensar que los actos de rebeldía son ingenuos, que los intereses de los más poderosos no atienden a razones, pero si una inmensa mayoría de personas se manifestara ingenuamente contra las ambiciones y la insensatez de tantos gobernantes podría cambiarse el mundo. (Andrea Villarrubia Delgado)
Voy a firmar aquí porque me digo
que es bueno andar con la sonrisa entera,
silbar bajito una canción cualquiera,
tener un perro, un árbol, un amigo.

Voy a firmar aquí con el testigo
del cielo azul sobre la lapicera,
porque me acuerdo de una primavera
que se coló una vez por mi postigo.

Voy a firmar aquí porque me toco
el corazón creciendo poco a poco
por este amor que brota de mi hueso.

Voy a firmar aquí contra el espanto,
por la paz, por la vida, por el canto,
por el gorrión que vuela cuando beso.

martes, 4 de junio de 2024

"CERO". Un poema pacifista de Pedro Salinas

"Cero" es uno de los mejores poemas de la poesía contemporánea; poema de 389 versos, dividido en cinco partes, -que corona el libro "Todo más claro", publicado en 1949-, y que está inspirado en las explosiones atómicas que asolaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. 
En estos días estamos viviendo, entre otras, un nueva tragedia provocada por los bombaradeos sobre la población civil, en este caso, sobre Gaza.

CERO

Y esa Nada, ha causado muchos llantos,
y Nada fue instrumento de la Muerte,
y Nada vino a ser muerte de tantos.


FRANCISCO DE QUEVEDO

Ya maduró un nuevo cero
que tendrá su devoción.


ANTONIO MACHADO

I

Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.

Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría. Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.

Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.

Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.

Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.

II

Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
—«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»— nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo? Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.

Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa. Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.

Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.

¿Y esa mano —¿de quién?—, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?

¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!

¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
¡Y muertas!

III

¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede. Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.

¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.

Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores. La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.

Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan. A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.

Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa. Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
—en cada vuelta gana una hermosura—
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida? Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.

¿Flor? Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz. La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!

IV

El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.

Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho. Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
—ruleta son las horas y los días—:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.


V

¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.

Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó. Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.

Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero.)
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
—inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?—,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.

sábado, 20 de abril de 2024

"LA VIEJA MENTIRA: (Morir por la patria no es dulce ni honroso)". Un poema de Wilfred Owen

Doblados como viejos mendigos bajo bolsas,
chocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos a través del lodo
hasta darle la espalda a las condenadas bengalas
y empezar a arrastrarnos a un descanso remoto.

Los hombres marchaban dormidos. Muchos ya sin botas
cojeaban calzados de sangre. Todos patéticos, ciegos todos,
ebrios de cansancio, sordos incluso a los silbidos
de proyectiles decepcionados que caían más atrás.

¡Gas! ¡Gas! ¡De prisa, chicos! En un éxtasis de torpeza
nos calamos torpes cascos justo a tiempo;
pero alguno seguía pidiendo ayuda a gritos tropezando
indeciso como un hombre ardiendo en llamas o cal viva.

Borroso tras los vidrios empañados y a través de aquella verde luz espesa,
como hundido en un mar verde, lo vi ahogarse.
En todos mis sueños, ante mi vista indefensa,
Se abalanza sobre mí, se atraganta, se ahoga, se apaga.

Si en algún sueño asfixiante también pudieras seguir a pie
la carreta donde lo arrojamos
y ver cómo retorcía los blancos ojos en la cara,

una cara colgante, como un diablo harto del pecado;
si pudieras oír, a cada tumbo, la sangre
vomitada por pulmones de espuma corrompidos,
obsceno como el cáncer, amargo como pus
de viles llagas incurables en lenguas inocentes,–

Amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo
a los niños que arden ansiosos de gloria
esa vieja mentira: Dulce et decorum est
Pro patria mori. 
(Dulce y honroso es morir por la patria. Horacio)

martes, 2 de abril de 2024

"MALVINAS. MEMORIAS DE DE INFANCIA EN TIEMPOS DE GUERRA". CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) Y Ministerio de Cultura (Argentina)

Es una antología de relatos y crónicas escritas e ilustradas. Lo integran 27 autoras y autores, Ilustradoras e ilustradores argentinos nacidos entre los años 1966 y 1980, cuya infancia transcurrió en diversas localidades del país o en el exilio quienes fueron convocados especialmente por la CONABIP a recuperar la mirada infantil, la memoria emotiva, la vida. cotidiana en el contexto de la guerra de Malvinas y de la Dictadura Militar que asoló el país, a 40 años de ocurridos los hechos. La selección y el prólogo del libro están a cargo de Maria Teresa Andruetto y el arte de tapa es obra de Isol Misenta. Fernanda García Lao, Roberta Iannamico , Elina Méndez, Luciano Saracino, Mariano Quirós, Matías Trillo, Ariel Williams, Julián Axat, Poly Bernatene , Marcelo Guerrieri, Patricia Suárez, Cynthia Orensztajn, Alejandra Kamiya, Eduardo Sacheri, Costhanzo , Gustavo Murillo, Sergio De Matteo, Nicolás Arispe, Viviana Ayilef, Silvia Mellado, Pablo Bernasconi, Natalia Ferreyra, Leo Oyola, Raquel Cané, María Pia López.


domingo, 26 de febrero de 2023

«MUJERES QUE VAIS DE LUTO…». Un poema de Carmen Conde



MUJERES QUE vais de luto porque el odio os trajo la muerte a vuestro regazo, ¡negaos a concebir hijos mientras los hombres no borren la guerra del mundo!

Negaos a parir al hombre que mañana matará al hombre hijo de tu hermana, a la mujer que parirá otro hombre para que mate a tu hermano!

jueves, 6 de octubre de 2022

"VIETNAM, DESPUÉS DE CADA GUERRA Y PIEDAD ". Tres poemas de Wislawa Szymborska sobre la guerra

VIETNAM

Mujer, ¿cómo te llamas? –No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde vienes? –No sé.
¿Por qué has cavado una madriguera en la tierra? –No sé.
¿Desde cuándo te escondes aquí? –No sé.
¿Por qué me has mordido en el dedo anular? –No sé.
¿Sabes que no te haremos daño? –No sé.
¿De qué lado estás? –No sé.
Es la guerra, has de elegir –No sé.
¿Existe todavía tu aldea? –No sé.
¿Estos son tus hijos? –Sí.

DESPUÉS DE CADA GUERRA…

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

PIEDAD

En el pueblo donde nació el héroe, se puede:
ver el monumento, admirarle por lo grande que es,
espantar dos gallinas en el umbral del museo vacío,
enterarse dónde vive la madre,
llamar, empujar la chirriante puerta.
Se mantiene erguida, pelo liso peinado hacia atrás, mirada clara.
Decir, que una ha venido de Polonia.
Saludar. Preguntar alto y claro.
Sí, le quería mucho. Sí, siempre fue así.
Sí, estuvo entonces junto al muro de la prisión.
Sí, oyó los disparos.
Lástima por no haber traído la grabadora
ni cámara fotográfica. Sí, conoce estos aparatos.
En la radio leyó su última carta.
En la televisión cantó las viejas nanas.
Incluso una vez hizo presentación en un cine, mirando los focos
hasta las lágrimas. Sí, la conmueve que recuerden.
Sí, está un poco cansada. Sí, se le pasará.
Levantarse. Dar las gracias. Despedirse. Salir
Cruzándose en el pasillo con los siguientes turistas.

domingo, 12 de junio de 2022

"NACIDOS EN EL 23, FUSILADOS EN EL 42". Un poema del bosnio Izet Sarajlić

Esta noche amaremos por ellos.
Fueron 28.
Fueron cinco mil y 28.
Fueron muchos más que el amor que habrá nunca en un poema.
Ahora serían padres.
Ahora ya no están.
Nosotros, que en los andenes de un siglo sufrimos 
las soledades de todos los Robinsones del mundo,
nosotros, que sobrevivimos a los tanques sin matar a nadie,
pequeña mía,
esta noche amaremos por ellos.
Y no me preguntes si van a volver.
Y no me preguntes si es posible volver a donde por
última vez,
rojo como el comunismo, ardía el horizonte de sus deseos.
Por los años en los que no han besado, apuñalado y
erguido pasó el futuro del amor.
No había secretos en la hierba reclinada.
No había secretos en la blusa desabrochada.
No había secretos en la mano abatida soltando el lirio.
Eran las noches, eran los alambres, era el cielo que
se miraba por última vez, eran los trenes que volvían
vacíos y desiertos, eran los trenes y las amapolas, y
con ellas,
con las tristes amapolas del verano militar, con un
hermoso
sentido de imitación, competía su sangre.
Y en los Kalemegdanes y en las avenidas Nevski,
en los bulevares del Sur y en los muelles de despedida,
en las plazas de las Flores y los puentes Mirabeau,
hermosas incluso cuando no besan,
esperaban Anas, Zoes, Jeanettes.
Esperaban a que volvieran los soldados.
Si no regresaran, darían sus hombros blancos nunca
abrazados a los chicos.
No volvieron.
A través de sus ojos fusilados pasaron los tanques.
A través de sus ojos fusilados.
A través de sus Marsellesas medio cantadas.
A través de sus ilusiones ametralladas.
Ahora serían padres.
Ahora ya no están.
En la plaza del amor ahora esperan como tumbas.
Pequeña mía,
esta noche amaremos por ellos.

(1953)

lunes, 7 de marzo de 2022

LLAMAMIENTO CONTRA LA PREPARACIÓN DE UNA GUERRA ATÓMICA". Un poema del argentino Juan Gelman

Juan Gelman besa a su nieta Macarena en marzo de 2012 (Miguel Rojo).
Voy a firmar aquí porque me digo
que es bueno andar con la sonrisa entera,
silbar bajito una canción cualquiera,
tener un perro, un árbol, un amigo.

Voy a firmar aquí con el testigo
del cielo azul sobre la lapicera,
porque me acuerdo de una primavera
que se coló una vez por mi postigo.

Voy a firmar aquí porque me toco
el corazón creciendo poco a poco
por este amor que brota de mi hueso.

Voy a firmar aquí contra el espanto,
por la paz, por la vida, por el canto,
por el gorrión que vuela cuando beso.

 Juan Gelman nació en Buenos Aires, hijo de una pareja de inmigrantes judíos ucranianos que huyeron de las barbaries del estalinismo. Esa experiencia familiar no disuadió a Juan de encuadrarse en la organización peronista Montoneros. En 1975 viajó a Roma, donde inició un prolongado exilio.
En la dictadura que sobrevino en Argentina entre 1976 y 1983 perdió a su hijo Marcelo, secuestrado con su mujer embarazada. Tras una ardua serie de investigaciones, en 2000 Gelman pudo reencontrar a su nieta Macarena. Cuatro generaciones azotadas por la persecución y el desarraigo.

sábado, 26 de febrero de 2022

"GUERRA". Un poema de Miguel Hernández.

Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.

Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.

La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.

Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.


viernes, 4 de noviembre de 2016

Testigos de la guerra: La historia de seis refugiados sirios (ACNUR).

ÍNDICE

  • Aprender a andar de nuevo
  • Nacer para huir 
  • La bomba que se lo llevó todo 
  • El sonido de la paz 
  • Volver a empezar 
  • Un camino lleno de obstáculos

viernes, 12 de agosto de 2016

Lectura para escapar de la guerra: así es la biblioteca secreta subterránea de Siria.

Abdulbaset Alahmar, fanático de Hamlet, es uno de los visitantes
de la biblioteca que funciona en un sótano.
Cuando un lugar ha estado sitiado por años y el hambre ronda las calles, se puede pensar que la gente tiene poco interés en libros.

Pero unos entusiastas de la lectura han armado una biblioteca subterránea en Siria, con libros rescatados de edificios bombardeados y los usuarios esquivan las balas para visitarla.

Bajando un tramo de escalones empinados, en la medida que es posible evadir bombardeos y las balas de los francotiradores en la superficie, se encuentra la biblioteca en una habitación grande pero poco iluminada.

La "pequeña guerra mundial" que desgarra a Siria

El lugar está enterrado bajo un edificio bombardeado. Esta biblioteca secreta ofrece aprendizaje, esperanza e inspiración a muchos en el distrito sitiado de Darayya, en Damasco, capital de Siria.

"Vimos que era vital crear una biblioteca para continuar nuestra educación. La pusimos en el sótano para evitar que fuera destruida por bombardeos como muchos otros edificios aquí", dice Anas Ahmad, un ex estudiante de ingeniería civil y uno de los fundadores.

La ocupación de Darayya por el gobierno y las fuerzas pro Bashar al Assad comenzó hace casi cuatro años. Desde entonces, Anas y otros voluntarios, muchos de ellos también exestudiantes cuyas carreras fueron interrumpidas por la guerra, han reunido más de 14.000 libros sobre casi cualquier tema imaginable.

Búsqueda peligrosa

En el mismo periodo, han muerto más de 2.000 personas, muchas de ellas civiles. Pero esto no ha impedido que Anas y sus amigos recorran las calles devastadas para encontrar más material para llenar los estantes de la biblioteca. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: bbc.com

domingo, 31 de enero de 2016

Ser niño en tiempos de guerra. Un artículo de José Luis Polanco

"Era como estar en una montaña rusa" —comentó un aviador estadounidense ante las cámaras de la televisión al regresar, tras un bombardeo, a la base en Italia. Causa cuando menos asombro el grado de insensibilidad al que podemos llegar los seres humanos. Nada hay más horrendo que la guerra; y, sin embargo, poco a poco la estamos convirtiendo en espectáculo cotidiano y hasta en ocasión para el disfrute, como al parecer lo fue para este piloto. Primero fue el gran audiovisual de la Operación Tormenta del Desierto; después, el de la guerra en la ex Yugoslavia. El problema ante el horror que se repite es, además, que acabamos siendo incapaces de conmovernos; y, lo que es peor, incapaces de analizar lo que está sucediendo y de reaccionar.

En "La vida es bella" —la conocida película de Roberto Benigni— Guido Orefice, el protagonista, inventa una gran mentira: todo lo que en el campo de concentración está pasando forma parte de un juego. El objetivo es conseguir que su pequeño hijo, Giosuè, pueda superar el difícil trance de la vida en el lager. Me pregunto si no estará sucediendo algo parecido con nuestros hijos y alumnos: la insensibilización ante el horror y el sufrimiento ajeno. Pienso especialmente en la violencia gratuita de la televisión y el cine; y en las propuestas de los videojuegos, donde masacrar marcianos o atropellar inválidos y ancianos es algo habitual.

En carne propia

Afortunadamente, no todo es así. Hay también mucha y buena literatura para niños y jóvenes que refleja adecuadamente el problema de la guerra, dejando testimonio de tanta tragedia y ayudando a pensar a los jóvenes lectores. Muchos escritores que participaron en la guerra o que durante su infancia vivieron esta experiencia vuelven sobre ella en sus novelas, convertidas en testimonios literarios de gran fuerza evocadora. Baste recordar algunas de las obras de Francisco Ayala, Delibes o Sender. Quienes fueron niños durante la guerra vivieron una experiencia que no han podido olvidar y que en todos dejó su influencia. Martín Gaite, Sánchez Ferlosio, Benet, Jesús Fernández-Santos, Ana María Matute, Aldecoa, García Hortelano, Caballero Bonald y tantos otros, han dejado páginas sobrecogedoras sobre el tema. CONTINUAR LEYENDO

Fuente: imaginaria.com

José Luis Polanco es profesor en Santander, especialista en literatura infantil y forma parte del equipo de redacción de la revista Peonza. Este artículo fue extraído, con autorización de sus editores, de la revista Peonza N° 50, Santander (Cantabria, España), octubre de 1999.