Hace muchas, muchas lunas, tantas, que resulta difícil contarlas todas, moraba en la bella ciudad de Bagdad un humilde aguador, tan pobre, que más de un día no tenía ni siquiera un pedazo de pan que llevarse a la boca, y debido a su extrema pobreza, huelga decir que por las noches descansaba donde buenamente encontraba cobijo, y que, desde luego, carecía de esposa al no poder ni mantenerse el mismo de una forma aceptable, pero Omar, que así se llamaba nuestro aguador, tenía depositada una fe ciega en su destino ya que
de niño, cierto adivino ambulante de esos que en los mercados te profetizan el porvenir a cambio de una moneda, y aquel día al padre de Omar, aguador con más suerte que su hijo, le sobraba, le había augurado que en el futuro lejano, cuando hubiese cumplido los veinte años, llegaría a alcanzar la máxima riqueza que puede encontrarse en este mundo y a la que aspira todo ser humano.
-O sea que -pensaba el pobre aguador-, yo seré rico, el ciudadano más rico y por ello respetado, de Bagdad, y todos cuantos en el presente se apartan de mi lado por causa de mi extrema miseria, se me acercarán deseosos de que yo les de el título de amigo...
Como puede apreciarse, soñar no cuesta nada, sobre todo cuando uno no tiene donde caerse muerto.
Y así iban transcurriendo los días, las semanas y los meses, sin que la vida del aguador, cada vez más andrajoso y con menos clientela, conociera el atisbo de un cambio.
Mas hete aquí que Omar, aun siendo pobre de solemnidad, como no tenía mal corazón ni envidiaba la buena fortuna de otros más afortunados, y siempre iba con una sonrisa en los labios a pesar de sus miserias y estrecheces, atrajo sin pretenderlo el interés de alguien y no precisamente de este mundo, sino del invisible y sutil de los espíritus, el mundo de los djins, los genios, esos que a veces, si se portan mal, son encerrados por tres veces mil años, en botellas lacradas con el sello de Soleyman ben Daud. Y como los genios se hallan divididos en dos géneros, el masculino y el femenino igual que nosotros, fue una bella djina la que reparó en Omar cierta calurosa tarde en la que el aguador daba de beber a un perro sediento. Sorprendida por su gesto, ya que no es frecuente que el que vive de un negocio pequeño o grande, y en este caso ruinoso, regale el producto de su mercancía sin esperar nada a cambio, la genio, de nombre Farizada, y que deambulaba por las calles transformada en vieja mendiga para observar el comportamiento de las gentes, no pudo menos que detenerse y dirigiéndose a Omar, le interpeló con las siguientes palabras:
-Dime, ¡oh, aguador!, ¿por qué das de beber a ese perro sin amo, gastando de este modo tu preciosa agua, cuando ello no te reporta beneficio alguno? CONTINUAR LEYENDO
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