domingo, 19 de agosto de 2018

Lo que la ciencia sabe sobre cómo y por qué nos engancha una novela, por Rocío P. Benavente.(www.jotdown.es)

Como todo lo que está por hacer, una página en blanco no es nada pero tiene el potencial de serlo todo, y eso es una responsabilidad tremenda para el escritor. ¿Qué hacer? ¿Qué escribir? El abanico de opciones es abrumador, y las posibilidades de estrellarse lo son más aún. Además, si en el momento de ponernos a ello nos vienen a la cabeza todos los principios brillantes que nosotros no escribimos, como el lugar de la Mancha de nombre nunca recordado, el coronel Aureliano frente al pelotón de fusilamiento o la verdad universalmente conocida de los solteros con fortuna, es posible que la página en blanco, tan prístina ella, tan inocente que parecía, nos gane la batalla por KO antes de empezar.

Pero que no cunda el pánico porque la ciencia viene al rescate. Sí, la ciencia, algo en apariencia tan alejado de la literatura, la ficción y la novela, pero que en realidad no lo está tanto, ni siquiera un poco. Científicos y escritores conviven en el mismo medio, la palabra escrita, y a veces hasta en los mismos cuerpos, pues hay muchos ejemplos de científicos literatos o escritores de alma investigadora.

Pero no estamos hoy aquí para hablar de ellos, sino de otros, de los científicos que han analizado qué nos hace leer y también seguir leyendo, cómo las historias que leemos nos entran por los ojos y llegan a través del nervio óptico hasta nuestro cerebro para desde ahí expandirse bajo nuestra piel por todo el cuerpo. Esto no es (solo) una metáfora, resulta que ocurre de verdad. Pero a eso llegaremos más tarde.
[...] Los autores del estudio analizaron también la readability, o facilidad de lectura, entendida como el uso de frases sencillas y verbos simples, esperando encontrar que, a mayor facilidad de lectura, mayor éxito tendría una novela. Pero su algoritmo no pareció coincidir con esta suposición, y de hecho resultó ser al contrario: cuanto mayor era el uso de frases y verbos sencillos, menor era el éxito del libro. «Por supuesto, nuestro descubrimiento solo muestra una correlación, que no debe ser confundida con una causalidad, entre facilidad de lectura y éxito literario. Nuestra suposición es que la complejidad conceptual del trabajo literario de éxito requiere de una complejidad sintáctica acorde que va en contra de esa facilidad de lectura».

[...] Es decir, que de alguna forma nuestro cerebro no distingue del todo entre leer una acción o vivirla directamente, y en ambos casos reacciona de forma parecida. Según Keith Oatley, profesor emérito de Psicología Cognitiva de la Universidad de Toronto, leer es una vívida simulación de la realidad que «se ejecuta en la mente del lector, igual que las simulaciones informáticas se ejecutan en los ordenadores».

[...] Y esa cosa es una idea clara de qué está ocurriendo en el argumento y cómo eso afecta internamente al protagonista. Así de fácil, y así de complicado a la vez, dice ella.
«Lo que engancha y retiene al lector es el conflicto interno, no el drama externo», explica Cron, que se basa también en la idea de que las historias son simulaciones. «Podemos pensar en ellas como en la primera realidad virtual: tú estás allí, experimentando lo mismo por lo que está pasando el protagonista». Por eso la cosa no va de lo que alguien hace, sino de por qué lo hace.

[...] Desde el punto de vista de contar una historia, la atención también está relacionada con la tensión, esta vez con la narrativa. Si la tensión consigue atraer nuestra atención el tiempo suficiente, ahí es cuando entra en juego la empatía: empezamos a sentir las emociones que muestra el protagonista de la historia, aunque sepamos que es un personaje de ficción que no existe. La empatía es una herramienta que nos permite conectar emocionalmente con muchos más individuos de nuestra especie, incluidos los ficticios, de lo que ninguna otra especie es capaz de conseguir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario