el caminante
–alguien que no era yo, porque lo estaba
viendo desde mi casa- recogió su polvoriento
equipaje, se santiguó, y anduvo algo.
Luego dejó de andar, volvió la cara,
y miró largamente al horizonte.
Iba ya a proseguir quién sabe a dónde,
cuando vio a alguien que venía a lo lejos.
Su rostro reflejó cierta esperanza, después una terrible
alegría. Quiso gritar un nombre, pero
su corazón no pudo resistirlo,
y cayó muerto sobre el polvo,
a ambos lados el trigo indiferente.
Una mujer llegó, besó llorando
su boca, y dijo:
pero juroYa no puedes oírme,
que nunca había dejado de quererte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario