Hace unas semanas, la escuela Tàber de Barcelona, que pertenece a la Generalitat (es pública) propuso retirar de su biblioteca el libro Caperucita Roja por considerarlo "tóxico" y sexista. No es la primera ni la última vez que va a ocurrir.
Acá en Argentina, sin ir más lejos, tenemos a las famosas antiprincesas que reversionan “con perspectiva de género” los clásicos sin empacho en destruir obras literarias solo porque “Investigamos y supimos que la mayoría de los cuentos tradicionales nacieron con la idea de enseñarnos algo. […] Caperucita Roja era una forma de advertirnos que no debíamos confiar en desconocidos y había que hacer siempre lo que nos decían madres y padres. Pero todas esas historias también cuentan algo más: que si no fuera por el cazador, el príncipe, o el mago, no habría final feliz.” Es que no hay cosa más simplona que un censor, en este caso un grupo de censoras que forman la comisión de género de la escuela Taber de Barcelona.
Un censor o censora debe convertir una obra en un panfleto. Sacar de ella cualquier interpretación alternativa. Extraer todo lo que tiene de histórico. Y finalmente tirarla a la basura con la recomendación de que por tal o cual cosa es peligrosa. En este caso las censoras del Tàber consideraron que el 60 por ciento de los libros de la biblioteca debían ser eliminados y que solo sacaban el 30 por ciento porque la escuela quedaría sin libros. Y sí, claro. Con ojos de censura y bien de cerca y buscando todos los libros deberían ser retirados del mercado por algún razón.
Pero es Caperucita contra la que todo el tiempo se lanzan los dardos.
Una niñita con una caperuza roja que le tejió su abuelita.
Una abuelita que espera enferma.
Un lobo astuto y hambriento que la engaña.
Tres personajes que tienen una potencia y una perdurabilidad que se mantiene intacta por más de 300 años, que ha sido apropiada por cada una de las culturas y las ideologías imperantes de las distintas épocas, ha sido reescrita, adaptada, readaptada y versionada por cientos de autores. Que ha cambiado el contenido de la canastita de alimento que la niñita lleva a la abuelita de acuerdo a cada moda comestible, que ha cambiado por lobos modernos que dejan la carnicería y se transforman al veganismo, que entran a la universidad, abuelitas que hartas de ser comida huyen y se mudan a un geriátrico, caperucitas que organizan congresos, que envenenan al lobo, que escapan de sus panzas. Y podría seguir así enumerando, porque debe haber miles de versiones.
Caperucita es quizás de los más inquietantes. Ha sido criticado por todo el abanico de ideologías: el conservadurismo lo retiraba de las escuelas hace unos años por cruento, salvaje, sanguinario, no apto para las ingenuas mentes infantiles. El progresismo lo retira ahora por patriarcal salvaje, sanguinario, no apto para las ingenuas mentes infantiles. ¡Caramba que coincidencia!
Hemos dado toda la vuelta para no llegar a ninguna parte, dice María Teresa Andruetto en su texto Los valores y el valor se muerden la cola.
Pero lo interesante acá es que esta censura en particular deja al desnudo tres cosas.
La primera es la tremenda potencia que los censores le otorgan al texto que piensan que es capaz de transforman un niño o niña en un ser más o menos discriminado o discriminador con solo leerlo. La segunda es la idea de que los niños y niñas son esponjas que absorben sin dilucidar que tipo de información están recibiendo. Y por último, la tercera es que los censores y censoras no se enteran mucho de qué es la literatura y cómo toda obra cultural es fruto de una época.
Empecemos por el final, en 1697 Charles Perrault recopila un cuento que nació para adultos, que advierte sobre el cuidado sexual, sobre la autoprotección y aconseja a las jovencitas, que entonces no tenían voluntad, posibilidad o derechos de protegerse de los lobos empalagosos. Son los hermanos Grimm casi dos siglos después -inaugurando el concepto de infancia- quienes deciden poner una familia, una casa, un cazador o leñador y desde ahí en adelante las versiones no pararon. Los cuentos maravillosos, los cuentos clásicos, los cuentos de hadas, los cuentos tradicionales o como quiera cada investigador nombrar son extraordinariamente subversivos. Esa es su potencia y la base de su perdurabilidad, la otra es que son en extremo humanos, nos reflejan. Nos hablan de nosotros.
Caperucita roja interpela nuestra idea de infancia, nuestra necesidad de protección, nuestra idea de lo que es o no tolerable para el mundo adulto con respecto a la acción de enfrentar a un peligro a las niñas. Sin embargo casi todos los días alguna niña sale de su casa y no vuelve.
El problema es que los adultos, igual que en los años ’50 consideran que los niños son “esponjas” que “absorben” lo que nosotros los adultos ponemos en sus cabezas. Como si los niños y las niñas fueran una especie de ánfora en la que colocamos ideas, pensamientos, formas de ver el mundo, y que solo ejecutan esas órdenes como robots.
Creo que los niños ocupan en el imaginario social de la actualidad el lugar que las mujeres luego de años y años de lucha hemos logrado ir dejando paulatinamente atrás. El lugar de esos seres sin recursos, sin criterio, sin pensamiento crítico, sin ideas o pensamientos propios, sin sentido de la realidad.
La infancia es una época terrible de incertidumbre e indefensión, las reglas las pone otro más fuerte y con más poder. Cada día millones de niños y niñas luchan por sobrevivir y no es un decir, luchan por su vida en la calle, en países en guerra o padecen el bullying en las escuelas. Y muchos de ellos no llegan ni a la altura de una mesa.
El adultocentrismo a la enésima potencia, una suerte de adultriarcado que considera a los niños y niñas seres en construcción que solo se completan con la llegada a la adultez. Y qué gente tan errada. Los niños y niñas son seres fuertes, flexibles de pensamiento, feroces y especialmente completos. La niñez es una época de soledad, de falta de información, de premura por crecer y comprender todo lo que ocurre. Son extranjeros en un mundo donde la mayoría de los adultos los considera igual que la comisión de género de la escuela Taber.
De todas maneras no me preocupa especialmente, Caperucita va a poder sobrevivir también a esta censura progresista que la considera otra vez políticamente incorrecta. Los niños y niñas van a seguir leyendo y encontrando historias que les muestren la realidad y las vicisitudes que enfrentan cada día. Y los censores van a seguir tratando de decirnos que está bien y que está mal.
Por supuesto que es deber de quienes respetamos las infancias poner todos los textos a disposición y exigir a estos conservadores progresistas que den un paso atrás con esta escalada moral. Y siempre podemos leer la historia de la hermosa nena con su caperuza roja.
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