En los últimos años ha crecido la oferta y demanda de cursos formativos que prometen multiplicar la velocidad de lectura sin sacrificar la capacidad de comprensión. ¿Hasta qué punto se puede confiar en ellos?
Pertenecemos a una sociedad que se desvive por el check, ese tick con el que tachamos quehaceres en listas interminables por el gusto de ver gráficamente objetivos cumplidos, incluso aunque en ocasiones ni siquiera recordemos por qué decidimos incluirlos entre nuestras prioridades. Prueba de ello son algunos reclamos publicitarios que invitan a descubrir 30 países en 30 días, aprender cinco idiomas en un año o leer un libro de 200 páginas en una hora.
Esta anécdota, en realidad, refleja una de las características de la cultura de la velocidad, en la que el valor que nos otorgamos a nosotros mismos ya no depende de la calidad, sino de la cantidad de experiencias que vivimos. Hoy por hoy, recorrerse un continente entero en un mes, con dinero y prisa, es posible. Sin embargo, llevar a cabo una lectura acelerada es ligeramente más complicado; aparentemente, es algo solamente apto para unos pocos: los llamados speed readers.
El speed reading abarca un conjunto de técnicas para leer más rápido de lo habitual, si bien manteniendo el nivel de comprensión del texto. El objetivo evidente de esta práctica es que las personas aprendan más rápido, sean más productivas y gestionen mejor su tiempo, lo que aparentemente guarda sentido. Tanto en un puesto de trabajo como en contexto educativo, un individuo capaz de comprender un texto en la mitad del tiempo tiene la otra mitad para llevar a cabo otras tareas.
A rasgos generales, el speed reading incluye estrategias que eliminan la subvocalización (la voz en nuestra cabeza que pronuncia cada palabra que leemos), estrategias de visión periférica para percibir varias palabras a la vez o, por ejemplo, estrategias que enseñan al lector a saltarse frases «innecesarias». Ahora bien, todas tienen que común la técnica de fragmentar el texto en bloques en lugar de entenderlo como palabras individuales. De este modo, el lector puede echar un ojo a estos bloques y rápidamente quedarse con el significado general, lo que le permite avanzar líneas a mayor velocidad.
Es un sistema perfectamente adaptado a la sociedad occidental, en la que la productividad es una de las capacidades humanas más valiosas. Debemos ser eficientes, pues el tiempo es dinero (y el dinero, tiempo). En este sentido, la habilidad de procesar información rápidamente otorga una ventaja competitiva al individuo capitalista, ya que le permite informarse, por ejemplo, sobre las últimas novedades del mercado y actuar en consecuencia más rápido que sus competidores.
¿Pero se puede afirmar que el speed reading funciona? Algunos estudios muestran que la velocidad de lectura puede mejorarse notablemente con la práctica y que lo que llamamos «lectura en diagonal» puede ser útil cuando solamente se requiere una comprensión básica. No obstante, según cuáles sean los propósitos de lectura, el speed reading puede no ser efectivo: el cerebro tiene un límite, y cuando se sobrepasa el número de palabras leídas por minuto, la capacidad de comprensión se colapsa y, por tanto, disminuye. Como en casi cualquier hábito, la utilidad reside en saber cuándo y cómo utilizarlo.
Por otra parte, acostumbrarse a leer a toda pastilla puede generar cierta presión en la que se priorice la cantidad sobre la calidad; es decir, puede alentar a las personas a usar el recurso del escaneo visual incluso cuando el texto contiene información con detalles imprescindibles. De este modo, si el speed reader no sabe cómo aplicar sus técnicas, podría tener consecuencias negativas en campos de conocimiento técnicos, como el derecho o las ciencias de la salud, en los que la precisión y atención son determinantes para el desempeño profesional.
En conclusión, todavía no existen estudios que demuestren la efectividad generalizada del speed reading. Los hay, eso sí, que sugieren sus ventajas en dos circunstancias concretas: si el lector solamente necesita entender el texto de forma superficial o si está obligado a terminarlo en muy poco tiempo. Si por el contrario se quiere comprender los detalles de un texto, lo más seguro es el tempo pausado, el estándar. Ese en el que una voz interior puede visitarte de vez en cuando para comentar: ¿a quién le importa que te leas 200 páginas en una hora?
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