—Perdón. ¿Puedo sentarme aquí, contigo, a terminar esta cerveza?
—Sí, claro.—Mi nombre es Alejandro.
—Ah.
—Alejandro Barquero.
—Está bien. Yo soy Estela.
—Estaba en el otro extremo del café. No sé. Te vi tan sola.
—Me gusta estar sola.
—¿Siempre?
—No, siempre no. Hay días. ¿No te ocurre que de pronto te vienen ganas de hacer balance contigo mismo?
—A veces. Pero por lo general de noche. Mi problema es que padezco insomnio.
—De noche prefiero dormir.
—Yo también. Pero no siempre puedo.
—¿Mala conciencia?
—No. ¿Acaso tengo aspecto de delincuente o de violador?
—De violador, no.
—¿De delincuente?
—Vaya una a saber. No hace diez años que nos conocemos, sino cinco minutos.
—¿Siempre estás así, a la defensiva?
—Hay que cuidarse. CONTINUAR LEYENDO
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