El arrebato pasional, el confuso movimiento y el vocerío de la multitud fueron extinguiéndose poco a poco, y el silencio se hizo dueño de nuevo del pequeño parque municipal. Grupos de personas quedaban aún cerca de los árboles, como figuras fantasmales a la luz azulada de una casa próxima. Todos parecían cansados, y se movían sigilosos, casi de puntillas; uno a uno, los grupos se dispersaban, perdiéndose en las sombras. El césped del parque aparecía pisoteado y roto por mil sitios, como un tapiz hecho jirones.
Mike sabía que todo había terminado. También él estaba cansado. Tan cansado como si llevara varias noches sin dormir, y le parecía vivir en sueños, caminar como un sonámbulo. Echándose la gorra sobre los ojos se apartó de allí, pero antes contempló el parque por última vez.
En uno de los grupos alguien había improvisado una antorcha con un periódico. Mike pudo ver cómo se enroscaban las llamas en los pies desnudos de aquel cuerpo grisáceo que se balanceaba colgado del árbol. Siempre le sorprendía comprobar el tono gris, casi azulado, de los cadáveres de los negros. La antorcha de papel iluminaba los rostros de los que estaban cerca, callados e inmóviles, como estatuas.
Mike se enfadó sin saber por qué con el hombre que pretendía prender fuego al cadáver. Se volvió a uno que estaba junto a él en la oscuridad y dijo:
—Eso no sirve de nada.
El otro se alejó sin contestar.
El periódico en llamas se apagó, dejando a oscuras el parque. Inmediatamente se encendió otra luminaria bajo los pies del ahorcado. Mike se aproximó a uno de los curiosos.
—Eso no sirve de nada —insistió—. Ya está muerto. Por más que se empeñen no pueden hacerle más daño.
El hombre emitió un gruñido sin apartar la mirada del papel ardiendo.
—Buen trabajo —dijo—. El país se ahorra dinero y así no se entromete ningún abogado del demonio.
—Es lo que yo he dicho siempre —asintió Mike—. No hacen falta abogados. Pero no tiene ningún objeto pretender quemarlo.
El desconocido continuó mirando las llamas, como fascinado.
—Tampoco se hace daño a nadie con eso.
Mike miró atentamente la escena. Sus sentidos estaban embotados. Se daba cuenta de que no podía pensar con claridad. Y él quería absorber todos los detalles de aquel momento histórico, para poder relatarlos más tarde. Su cerebro le decía que estaba presenciando algo muy importante, pero sus ojos no querían reconocerlo. Le decían que se trataba de algo vulgar, ordinario. Media hora antes, cuando había estado gritando entre la multitud y esforzándose por tirar él también de la cuerda, se había sentido fuerte, poderoso y en plena posesión de todas sus facultades. Pero ahora todo le parecía muerto, casi irreal, y los restos de la muchedumbre no eran más que figuras de cera o muñecos de madera pintada iluminados por un papel que ardía. Haciendo un esfuerzo, Mike se volvió en redondo y salió del parque. CONTINUAR LEYENDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario