—¿Cuántos años tienes? —le preguntaba, antes de devorarle, un viejo león a una joven hiena que le había molestado durante una cacería temprana.
—Tengo la mitad de tu edad, el doble de tu hambre y la décima parte de tu fuerza —le respondió, en medio del temor y la angustia, la joven hiena.
—Sabiendo de todas esas desventajas, ¿por qué te atreves entonces a importunarme cuando estoy de caza? —le decía con voz fuerte el viejo rey de la selva a la muy preocupada víctima.
—Precisamente por lo que le digo señor león; por mi falta de experiencia, pues aún soy joven y atrevido, por el hambre que me embarga y por el deseo de compararme con aquellos que reconozco más fuertes. Le suplico por favor me perdone y me otorgue una nueva oportunidad de vida.
—¡Hummmm! ¡Hummmm!, está bien —dijo el viejo león—. Te permitiré marcharte en paz, la única condición que te impongo es que no vuelvas a molestarme cuando estoy cazando.
—Claro que sí señor león, entiendo perfectamente; le aseguro que esto no se volverá a repetir —dijo la joven hiena, mientras se marchaba lentamente y de cuando en cuando miraba hacia atrás para percatarse del cumplimiento de la promesa realizada por el rey de la selva.
—Que necia es la juventud y que benévola la edad —se decía para sus adentros el viejo león; mientras disfrutaba de ese sentimiento de magnanimidad que experimentan aquellos que se saben poderosos.
Al volver con la manada, el acto de compasión del viejo león ya era noticia entre todos sus compañeros y hubo quienes le tildaron de débil y endeble, otros le aconsejaron abandonar el liderato del grupo e incluso, varios jóvenes leones intentaron derrocarlo y destronarlo de su condición de dirigente.
Al anochecer, el viejo león buscó, cazó y dio muerte a la joven hiena a quien le había perdonado la vida tan solo unas horas antes; pensó, mientras la asesinaba, que definitivamente la generosidad, la misericordia y la bondad hablan en un lenguaje distinto al que habla el poder, la fuerza y la autoridad; también pensó en su incapacidad para mantener viva la promesa realizada a la joven hiena, recordó sus ojos repletos de gratitud y cavilar en las últimas palabras de la aterrorizada víctima; pero estos pensamientos no hicieron mella en su ego, ni le importaron por mucho tiempo, pues al siguiente amanecer, nuestro viejo león ya era de nuevo admirado, temido y respetado. Ya era de nuevo el rey de la selva.
FIN
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