Si algo hace especial al ser humano es su capacidad por contar historias. El porqué es una cuestión a debate, pero lo incuestionable es que lo lleva haciendo desde el principio de los tiempos.
Se cree que el relatar historias se originó por vía de narraciones visuales, como las propias de los dibujos rupestres o los pictogramas, y que luego pasó a formar parte de tradiciones orales, en las que las historias se transmitían de generación en generación, de boca en boca. Luego se daría el salto a las historias escritas.
Antes de la invención del cine, la televisión y una pintura sofisticadas, muchos de estos relatos contenían imágenes visuales, por lo cual, podrían parecernos hoy particularmente descriptivas e incluso tediosas. El relato verbal integraba, por entonces, muchas imágenes para ofrecer un conocimiento, pero también una riqueza visual de la que carecería el humano de tiempos anteriores. Esto ocurre, por ejemplo, con obras como La Ilíada (siglo VIII a. C), en que la especificación de detalles visuales puede llegar a ser abrumadora para un lector actual.
Tradicionalmente, se creyó que Homero era un cuentista ciego que transmitía sus historias oralmente a los que deseasen escuchar. Se creía que era nativo de Jonia (en la actual Turquía), área donde emergió, también, la filosofía griega de la mano de sabios presocráticos como Tales, Anaximandro o Anaxímenes, ya en el siglo VI a. C. Este tipo de narradores habían de contar con una gran memoria, puesto que era su obligación o función social el recordar largas sagas y crónicas, de las cuales no solían ni podían olvidar los detalles.
Este tipo de cuentistas existieron también en muy diversos lugares y épocas. Tenemos el caso de las «viejas» germanas de zonas rurales a las que entrevistaban los hermanos Grimm a principios del siglo XIX para recopilar historias populares, que supuestamente habrían de encarnar el espíritu nacional de ciertas regiones. De ahí salieron muchas de las historias que luego llegarían a la gran pantalla por vía de Disney, ya en el siglo XX; o, previamente, las óperas de Richard Wagner, como puede ser el ciclo del Anillo del Nibelungo (1848-1874).
No obstante, como ya vimos, la primera forma de relato fue el visual, por medio de pinturas en lugares como las cuevas que habitaban los pueblos prehistóricos. Dicho lo cual, nada debería impedir creer que ya entonces ciertas personas pudiesen inventar y narrar cuentos que eran comunicados verbalmente. Se cree que, por entonces, la figura del artista, literato, pintor, etc, se confundía con la del chamán o hechicero, que era quien se ocupaba de procurar esas formas de «entretenimiento», aunque en esas épocas su función no fuese solo la de entretener, sino que el relato contaba con una carga simbólica más sólida, mitológica, transformadora o educativa.
Esta necesidad humana de transmitir este tipo de relatos no se sabe con toda certeza de dónde proviene, pero hay diversas teorías al respecto. Una particularmente interesante surge de la mano del antropólogo filosófico Arnold Gehlen. Este entiende que el ser humano está «abierto al mundo» y cuenta con una mayor adaptabilidad con respecto a diferentes hábitats, a diferencia del resto de animales. Gehlen entendería que el ser humano es alguien incompleto en relación con otros animales (no cuenta con garras, colmillos, carece de pelaje, herramientas biológicas naturales) y es por ello que tiene que fabricar las suyas propias y adaptar su hábitat a sus propios intereses. Vive en la esfera de la cultura o como ser cultural que inventa necesariamente para dominar la naturaleza; propósito que ha consumado con éxito allá donde haya estado. CONTINUAR LEYENDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario