«¿Cuánta tierra necesita un hombre?», cuento de Lev Tolstói, es un relato cautivador que explora la ambición humana y sus consecuencias. La historia sigue a Pajom, un campesino ruso que, insatisfecho con su porción de tierra, se embarca en una búsqueda insaciable por adquirir más. El diablo, siempre atento a aprovecharse de los deseos humanos, decide satisfacerlo y darle toda la tierra que Pajom cree necesitar. Considerado por James Joyce como el mejor cuento jamás escrito, a lo largo de él, Tolstói examina la esencia de la codicia y cómo esta puede cegar a los individuos, llevándolos a despreciar lo que tienen en pos de un deseo nunca saciado. (lectura.org)
¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE?
La hermana mayor, que estaba casada con un comerciante y residía en la ciudad, fue a la aldea a visitar a su hermana menor, mujer de un campesino. Mientras tomaban el té, la mayor no hacía más que elogiar la vida de la ciudad; vivía allí con sus hijos en una casa limpia y espaciosa, comía dulces, bebía lo que le gustaba y solía ir de paseo y frecuentar los teatros.
La hermana menor, sintiéndose dolorida, comenzó a despreciar la vida de los comerciantes, realzando la de los campesinos.
—No cambiaría mi vida por la tuya. Nuestra existencia es gris, pero no conocemos el miedo. Bien es verdad que vosotros vivís mejor; sin embargo, si unas veces vendéis mucho, otras estáis expuestos a arruinaros. Bien dice el refrán: “Las ganancias y las pérdidas, hermanas gemelas.” A veces suele suceder que uno es rico hoy y mañana tiene que mendigar. La vida de los campesinos es más segura; nunca seremos ricos; pero siempre tendremos qué comer.
— ¡Pero cómo! ¡En compañía de cerdos y terneros! Vivís sin ninguna comodidad; y, por más que se afane tu hombre, moriréis entre el estiércol que os rodea. Y vuestros hijos tampoco verán otra cosa —replicó la hermana mayor.
— ¡Qué le vamos a hacer! Nuestro oficio lo exige. En cambio, no tenemos que doblegarnos ante nadie y a nadie tememos. En la ciudad vivís entre una serie de tentaciones. Hoy estáis bien, pero quizá mañana tiente el diablo a tu marido con las cartas, el vino o cualquiera otra cosa por el estilo. Entonces, todo irá manga por hombro. ¿Acaso no suceden estas cosas?
Pajom, el marido de la hermana menor, sentado en la estufa, escuchaba la charla de las mujeres.
—Es la purísima verdad —exclamó—. Cuando uno se acostumbra desde pequeño a trabajar la madrecita tierra, ninguna materia puede sorberle el seso. Lo único malo es que tenemos pocas tierras. Si tuviésemos todas las que queremos, no temeríamos ni al diablo.
Después de tomar el té, las mujeres hablaron de trajes, recogieron los cacharros y se fueron a acostar.
El diablo estaba tras de la estufa y había oído esa conversación. Se alegró de que la mujer del campesino indujera a éste a jactarse de que, si tuviera tierras, no temería al diablo.
“Está bien; te daré mucha tierra y así podré apoderarme de ti”, pensó. CONTINUAR LEYENDO
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