viernes, 28 de noviembre de 2025

"LA TUMBA". Un cuento de Guy de Maupassant

Sinopsis: «La tumba» (La tombe) es un cuento de Guy de Maupassant publicado el 29 de julio de 1884 en la revista Gil Blas. En las primeras horas de la madrugada, el guardián del cementerio de Béziers se ve obligado a salir con su escopeta cuando su perro detecta una presencia sospechosa entre las tumbas. Lo que descubre lo deja atónito: un joven ha desenterrado el cadáver de una mujer que fue sepultada el día anterior. Tras ser arrestado y llevado ante la justicia, el hombre renuncia a toda defensa técnica y decide explicar con voz serena el profundo y devastador sentimiento que lo llevó a cometer ese acto desesperado. (lecturia.org)

LA TUMBA

El diecisiete de julio de mil ochocientos ochenta y tres, a las dos y media de la mañana, el guardián del cementerio de Béziers, que habitaba un pequeño pabellón en el extremo del campo de los muertos, fue despertado por los aullidos de su perro, encerrado en la cocina.

Bajó enseguida y vio que el animal husmeaba bajo la puerta, ladrando con furia, como si algún vagabundo rondara alrededor de la casa. El guardián Vincent tomó entonces su fusil y salió con precaución.

El perro echó a correr en dirección a la avenida del general Bonnet y se detuvo en seco junto al monumento de la señora Tomoiseau.

El guardián, avanzando con cautela, vio muy pronto una lucecita hacia la avenida Malenvers. Se deslizó entre las tumbas y fue testigo de un acto horrible de profanación.

Un hombre había desenterrado el cadáver de una joven mujer sepultada la víspera y, en ese momento, lo sacaba de la tumba. Una pequeña linterna sorda, colocada sobre un montón de tierra, iluminaba aquella escena repugnante.

El guardián Vincent, tras lanzarse sobre aquel miserable, lo derribó, le ató las manos y lo condujo al puesto de policía.

Era un joven abogado de la ciudad, rico y bien considerado, de nombre Courbataille.

Se lo juzgó. El ministerio público recordó los actos monstruosos del sargento Bertrand y conmocionó al auditorio.

Escalofríos de indignación recorrían a la multitud. Cuando el magistrado se sentó, estallaron gritos:

—¡A muerte! ¡A muerte!

Al presidente del tribunal le costó gran trabajo restablecer el silencio. Luego pronunció con tono grave:

—Acusado, ¿qué tiene usted que decir en su defensa?

Courbataille, que no había querido abogado, se levantó. Era un joven apuesto, alto, moreno, con un rostro abierto, rasgos enérgicos y una mirada audaz.

El público lo silbó. Él no se turbó y empezó a hablar con voz un tanto velada, algo baja al principio, pero que se afirmó poco a poco:

—Señor presidente… señores jurados: tengo muy pocas cosas que decir. La mujer cuya tumba violé había sido mi amante. Yo la amaba.

»La amaba no con un amor sensual, no con una simple ternura del alma y del corazón, sino con un amor absoluto, completo, con una pasión desesperada.

»Escúchenme:

»Cuando la encontré por primera vez, al verla experimenté una sensación extraña. No fue asombro ni admiración; no fue lo que se llama un flechazo, sino un delicioso sentimiento de bienestar, como si me hubieran sumergido en un baño tibio. Sus gestos me seducían, su voz me arrebataba; toda su persona me producía un placer infinito al verla. Me parecía también que la conocía desde hacía mucho tiempo, que ya la había visto. Llevaba en ella algo de mi propio espíritu. CONTINUAR LEYENDO

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