domingo, 23 de noviembre de 2025

"UNA CARTA, UNA FLOR Y UN MONTÓN DE GATITOS". Un cuento escrito por Gabriela Damián Miravete para La tierra que nos sueña (Heredad, 2025). Acompañada por Edith Herrera Martínez y Emanuela Borzacchiello.

Querida amiga:

Te escribo sin saber quién eres ni cómo te llamas ni de dónde vienes, pero con la certeza de que serás mi amiga. Te escribo porque sé que, cuando nos sentimos tristes o angustiadas, es bueno contar lo que sentimos. No quiero andar ahí, tristeando delante de mi mamá y de mis hermanos, con lo difícil que está la cosa. Y, además, necesito una amiga para pedirle un favor muy grande… ¿Será que tú puedas ayudarnos?

Bueno, pero primero voy a contarte un poco sobre mí. Me llamo Sinaí, tengo quince años. Nací en Chilpancingo, Guerrero. Mi amiga Laura decía que mi pelo era muy bonito y que eso se debía a mi signo, Leo. Yo no creo mucho en esas cosas, pero sí es cierto que soy Leo y que sí tengo un pelo bonito, aunque yo más bien diría que eso se debe a la genética. Me gusta mucho estar en la naturaleza, rodeada de árboles y animales, por eso me gusta mucho la biología. Tengo un hermano más chico que yo, de doce. Ya te imaginarás, está “en la edad de la punzada”, como decían mis tíos acerca de mi hermana cuando ella era una puberta y yo una niña. Pero la verdad yo creo que ninguno de nosotros, los hermanos, hemos “punzado” tanto. Claro que a veces, cuando nos mandan a hacer alguna cosa que no queremos, ponemos ojos de huevo cocido o decimos “Ashhh” porque nos da flojera, pero hasta mi mamá piensa que nos hemos portado muy bien, para todo lo que hemos vivido. Me da gusto que piense eso. Por otro lado, me da coraje que le vaya mal a la gente que se porta bien, como a mis tíos, y no a quienes hacen cosas malas, como la gente que mató a mis tíos. Me encantaba ir a visitarlos al pueblo donde vive toda la familia, a Toro Muerto. Aunque el pueblo no es tan grande, era divertido ir porque ahí siempre hay más familia que en Chilpancingo y convivíamos, los íbamos a visitar a todos, casa por casa. Siempre nos invitaban a comer algo rico: molito rojo, chilate de frijol, calabaza con leche… La cosa es que, precisamente como es el campo, siempre hay algo que hacer y toda la gente tiene que atender el rancho. Y tú, aunque seas visita, tienes que ayudar, porque el trabajo nunca termina. Nosotros nos quedábamos ahí también, a ayudar un poquito. Me gustaba ver los ojos de las vacas, tan de buena gente, con sus pestañotas, mirar a los colibríes volar de una flor a otra, a los colorines, los picogordos… hasta los zopilotes, con sus caras todas serias. O, si tienes suerte, ver un ocelote. Allá puedes oler el azul del cielo en el aire, puro y fresco, que hace bailar la hierba crecida.

Para mí, el asesinato de mis tíos fue lo que inició todo. Pero para mi mamá comenzó mucho antes.

El rancho de su familia, allá abajo de Toro Muerto, siempre ha sido un lugar muy verde, con mucha agua. Su familia siempre había cuidado mucho la madera, el agua. Cultivaban para comer maíz, frijol, calabacita, y del otro lado tenían su potrero, con las vacas, para que no fueran a pisar la milpa. Cuando mi mamá era niña, la gente del pueblo comenzó a sembrar amapola porque de ahí se podía sacar un dinerito para comprar ropa, útiles para la escuela de sus hijos, jabón, cosas que hacían un poco más fácil la vida, pero la familia de mi mamá nunca quiso hacerlo. Además de que no querían problemas, para qué lo hacían si el ejército en cualquier momento llegaba a fumigar los cultivos y todo ese trabajo se echaba a perder. Aun así, con el paso del tiempo empezaron a tener problemas porque las sequías hicieron que escaseara el agua. Entonces otra gente de la comunidad que sí sembraba amapola quiso sacar agua del rancho de la familia para irrigar su siembra, pero mis tíos no se dejaron. Eran pacíficos, pero corajudos. Empezaron a inventarles cosas y a crearles problemas, hasta que una mañana que salieron a comprar abono, los mataron. Incluso a un misionero que iba pasando por ahí, al que le estaban dando aventón en su camioneta, lo mataron. Iban desarmados. No es justo.

(Yo sé que las amapolas no tienen la culpa de nada, son flores. Quiero ser bióloga porque quiero mucho a todas las plantas, a los animales. Pero la verdad es que ahora odio un poco a las amapolas). CONTINUAR LEYENDO

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