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domingo, 30 de octubre de 2016

Educación de adultos. Antonio Muñoz Molina


En estos 25 años no creo haber aprendido mucho sobre el arte de hacer novelas. Esa es una tarea rara en la que la experiencia no enseña más que incertidumbres


Hace 25 años pensaba que ya sabía la mayor parte de las cosas que necesitaba saber. Imaginaba que a los treinta y tantos años la vida ya había adquirido su forma más o menos definitiva. Sabía las novelas que me gustaban y las que no me gustaban, y también sabía o creía saber que leer novelas y escribirlas eran las dos tareas principales de mi vida. Educado, por llamarlo de algún modo, en la cultura universitaria del antifranquismo, tendía a la rigidez intelectual y consideraba que el sarcasmo era un indicio de inteligencia, y el desengaño y el desencanto, los estados naturales ante la situación del mundo y ante las realidades y las expectativas de la vida inmediata.

La atmósfera de la época en la que uno vive, o de los grupos en los que se mueve, puede malograr sus mejores impulsos. Yo he tenido siempre una propensión natural hacia la admiración y el entusiasmo, pero en la cultura española esas dos actitudes no han tenido casi nunca mucho prestigio, y lo tenían aún menos en aquellos años en los que yo empezaba a asomarme al mundo, a publicar lo que escribía. Era imprescindible hacerse sarcástico, forzar un gesto de desgana o desprecio hacia cualquier cosa que no formara parte de lo aceptado literariamente, intelectualmente. Mucho más importante que lo que uno admiraba era lo que elegía denostar. Ser resabiado era más importante que ser sabio. El desdén era imprescindible, el desinterés por todo aquello que quedaba fuera de lo que debía celebrarse. Las primeras veces que viajé a Madrid llevando ya una novela con mi nombre en la portada descubrí que era imprescindible admirar a Juan Benet y desdeñar a Pérez Galdós. Que se llamara Pérez era algo que daba mucha risa. A un listo de aquella escuela, que todavía combina con talento el pijerío social y la pose del radicalismo político, también le hacía mucha gracia burlarse de que yo me llamara Muñoz. “El novelista Muñoz”, escribía. Era muy ingenioso. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: El País

lunes, 14 de diciembre de 2015

Relatos iniciales. Un artículo de Antonio Muñoz Molina (El País, Babelia)

Mucho antes que el dominio del lenguaje se ha desarrollado esa herramienta fundamental de la literatura que es el deseo y la capacidad de ponerse en el lugar de otro

Igual que un feto parece atravesar aceleradamente en nueve meses toda la duración de la vida sobre la tierra, desde los primeros organismos unicelulares hasta el Homo sapiens, hacia los siete u ocho años un niño está completando el tránsito desde las culturas orales, el pensamiento mágico y los mitos, hasta la máxima sofisticación del razonamiento abstracto y la lectura.

Hace menos de cinco mil años que empezaron a escribirse historias inventadas. Pero antes de la escritura se extiende un continente, un planeta ignorado de narraciones orales que se urdieron y se contaron a lo largo de al menos cuarenta mil años, quizás desde el tiempo de las primeras representaciones artísticas. Un niño de tres o cuatro años vive en ese mundo, que es el de los cuentos y el de los mitos, el de las primeras tentativas de explicación natural de los fenómenos visibles, y también el de los juegos, en los que aprende precozmente los mecanismos sutiles de la ficción. El juego, como la literatura, se basa en lo que Coleridge llamó "suspensión voluntaria de la incredulidad”", que es justo lo contrario de la creencia. El creyente está convencido de la existencia de seres sobrenaturales y de hechos absurdos. El niño que juega, como el lector de una novela o el espectador de una película, en vez de creer, deja en suspenso la incredulidad, de modo que disfruta cabalgando sobre un palo de escoba, aunque sabe que no es un caballo, o se conmueve hasta las lágrimas por la muerte de don Quijote o la de King Kong, teniendo plena conciencia de que los dos nunca existieron, si bien don Quijote era un hombre verosímil y King Kong una criatura fantástica.

Groucho Marx exclamó célebremente, delante del mapa desplegado de una batalla, que aquel mapa podía entenderlo un niño de cuatro años, y a continuación rogó que le trajeran a un niño de cuatro años. Los mecanismos psicológicos en los que se basa el juego de la ficción forman parte tan integralmente de nuestro patrimonio cognitivo que un niño de cuatro o cinco años los domina por completo, igual que domina con perfecta fluidez las complicaciones gramaticales de uno o dos idiomas. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 25 de octubre de 2015

Tierra quemada. Antonio Muñoz Molina

Nadie parece caer en la cuenta de la devastación que ha sufrido nuestro país en todo lo relacionado con la educación, la cultura y el conocimiento.
Que el legado de Ramón y Cajal permanezca arrumbado en un almacén es un síntoma de todo lo bajo que hemos caído.
El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España.
En las evaluaciones sobre estos últimos años nadie parece caer en la cuenta de la devastación que ha sufrido nuestro país en todo lo relacionado con la educación, la cultura y el conocimiento. En los programas electorales que van adelantándose en los simulacros de debates políticos de la televisión tampoco parece que haya sitio para reflexionar sobre esos problemas, y ni siquiera para mencionarlos. La política consiste sobre todo en hablar a gritos de política. El declive de la enseñanza pública ya no es ni siquiera noticia, a no ser que un profesor resulte gravemente agredido por un papá o una mamá que no hacen nada por educar a su hijo, pero no toleran que la criatura se lleve el más tenue sinsabor en el aula. Un ministro de Educación frívolo y chulesco se fue a París con un cargo opulento dejando a otros la tarea de poner en marcha la nueva ley inútil, confusa y no debatida ni pactada con nadie. Que la ley borrara la Filosofía de la enseñanza no quiere decir que fuera favorable al conocimiento científico. El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España. CONTINUAR LEYENDO.
Fuente: Babelia. El País

Nota: para acceder a "Los recuerdos de mi vida" (Ramón y Cajal) se puede hacer desde aquí:

martes, 20 de octubre de 2015

La llave de los sueños. Fotogalería de Grete Stern (Antonio Muñoz Molina).

Somos animales sin remedio narrativos. Después de pasarnos el día contando historias, inventándolas, mintiéndolas, recordándolas, imaginándolas, deduciéndolas, evaluando su grado de veracidad o mentira, en cuanto cerramos los ojos y nos rinde el sueño, lo primero que hacemos es seguir tramando otras historias, con pocas interrupciones, a lo largo de toda la noche; historias ahora descabaladas y chocantes, porque los mecanismos cerebrales de control de la coherencia del espacio y el sentido del tiempo se han quedado en suspenso.

Fuente: Babelia (El País)

domingo, 3 de mayo de 2015

Mozart en el Bronx (Antonio Muñoz Molina)

A la entrada de la DeWitt Clinton High School en el Bronx hay un arco detector de metales. Por los pasillos espaciosos y largos patrullan a veces policías de uniforme. La De­Witt Clinton es uno de los grandes institutos de enseñanza media de Nueva York, por su tamaño y por el número de sus alumnos, [...]
Los alumnos de esta escuela vienen de las zonas más pobres y de las vidas familiares más difíciles de la ciudad. Se ven muy pocos blancos, casi ningún rubio. Hay muchos negros, hispanos, asiáticos, unos nacidos aquí de padres emigrantes, otros llegados de niños. [...]
Creo que nunca he disfrutado tanto en una ópera. La limitación de medios del montaje acentúa la fuerza poética, la liviandad ilusionada y burlesca de una comedia de enredo en la que la música es tan exquisita que parece, como dijo Haydn, que uno estuviera escuchándola en sueños. Se nota mucho, y con alivio, la ausencia de un director estrella dedicado a llamar la atención sobre sí mismo. Los figurines están delicadamente inspirados en Chardin y en los cartones para tapices de Goya. La pura energía física y el descaro de los personajes populares están en el trabajo entregado de los cantantes y de los músicos, y su onda expansiva llega a las filas del público y sobre todo a esta esquina de la sala en la que me siento rodeado por los estudiantes del Bronx. Ríen a carcajadas y aplauden con fervor partidista a los buenos. Cuando se encienden las luces en el intermedio veo sus caras brillantes de incredulidad, de alegría, la alegría contagiada de Mozart. Recuerdan algunas de las cosas que habíamos hablado durante la clase; se preguntan qué pasará a continuación; nos apretamos para salir juntos en una foto de móvil. Suenan los timbres de llamada y hay que volver a la sala. Una chica me dice muy seria y muy feliz que no olvidará nunca este día. ACCEDER AL ARTÍCULO
Fuente: El País. Babelia

sábado, 2 de mayo de 2015

La sepultura de la gloria (Antonio Muñoz Molina)

Un escritor puede malograrse si nadie le hace ningún caso, y también si le hacen demasiado; si descuida el tono de su voz para convertirse en un portavoz de algo

"La grandilocuencia es lo contrario de la literatura. En la literatura siempre hay un antídoto contra las grandes palabras gaseosas, contra las abstracciones sonoras que suelen publicar como titulares los periódicos cuando muere un escritor muy conocido, viejo o muy viejo, canonizado y embalsamado por grandes honores de los que se le hizo entrega en medio de un fragor de discursos. Veo titulares sobre difuntos recientes: “América Latina llora a Eduardo Galeano”; “Muere Günter Grass, la conciencia de Alemania”. Otro más, que acabo de descubrir: “Todos somos Gabo”.

Se ve que las palabras son gratis. Llantos continentales, conciencias capaces de abarcar países enteros, unanimidades de entusiasmo. La literatura es precisión a una escala casi molecular: el brillo o el golpe seco de una palabra justa, la chispa como de pedernal golpeado, la reacción química cuando se combinan dos palabras bien elegidas, imantadas entre sí. La literatura es lo que no puede ser dicho de otra manera y lo que necesita ser leído despacio y en voz alta, al menos dos veces, en soledad o en pareja, en un grupo reducido, no mayor del que requiere un cantaor flamenco o una formación de cámara. La grandilocuencia es amplificación desmedida para anchuras de estadios, para estrellas geriátricas del rock o sumos pontífices o caudillos salvadores. La literatura es como esa música que empieza a perder algo en cuanto se la amplifica, porque en el fondo aspira a la atmósfera recogida que estuvo en su origen, el pequeño grupo humano congregado en torno a un narrador." CONTINUAR LEYENDO
Fuente: EL País. Babelia

sábado, 13 de diciembre de 2014

Relatos iniciales. Por Antonio Muñoz Molina

Mucho antes que el dominio del lenguaje se ha desarrollado esa herramienta fundamental de la literatura que es el deseo y la capacidad de ponerse en el lugar de otro

Igual que un feto parece atravesar aceleradamente en nueve meses toda la duración de la vida sobre la tierra, desde los primeros organismos unicelulares hasta el Homo sapiens, hacia los siete u ocho años un niño está completando el tránsito desde las culturas orales, el pensamiento mágico y los mitos, hasta la máxima sofisticación del razonamiento abstracto y la lectura. CONTINUAR LEYENDO

Fuente: cultura.elpais.com

domingo, 7 de diciembre de 2014

“La literatura intenta reflejar el desorden de la vida”. Entrevista a Antonio Muñoz Molina

munoz-molina
'Como la sombra que se va' (Seix Barral). Antonio Muñoz Molina(Úbeda, Jaen, 1956) se ha servido de un salmo bíblico para titular su obra sobre la figura de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King. Habla Muñoz Molina de su ambicioso libro pero, sin poder evitarlo, su conversación se abre a temas varios entre los que lo relacionado con los derechos humanos emerge con especial fuerza. Buen momento para el autor de La noche de lo tiempos, obra elegida por The Washington Post como uno de los diez mejores libros del año. 

Fuente: hoyesarte.com

lunes, 29 de septiembre de 2014

Ficciones convenientes, un artículo de Antonio Muñoz Molina

Las patrias, el dinero, los dioses son igualmente irreales: pero su fantasmagoría no es un obstáculo para su influencia escalofriante sobre la realidad.

"A los escritores se les suele mirar con algo de condescendencia, quizás con un desdén amable, por ocupar su tiempo en tareas superfluas, a diferencia de esos conciudadanos prácticos que se consagran enérgicamente al manejo de la realidad, a la política o al dinero, a levantar puentes, a reparar motores, a fumigar cosechas. Pero resulta, si uno se para a pensarlo, que el gran edificio de la civilización se asienta sobre un cierto número de ficciones, o más bien flota precariamente por encima de ellas, como esos personajes de los dibujos animados que seguían corriendo en línea recta al llegar a un precipicio, y solo se caían al mirar hacia abajo y descubrir que avanzaban sobre el vacío."

"Las patrias, el dinero, los dioses son igualmente irreales: pero su fantasmagoría no es un obstáculo para su influencia escalofriante sobre la realidad y sobre las vidas de todos nosotros."

"Pero, como dice el verso de T. S. Eliot, la especie humana no sobrelleva bien la realidad. Nuestro cerebro sapiens requiere dioses ante los que arrodillarse, estrellas que rijan el destino, patrias a las que sacrificar la vida, preferiblemente la vida de otros. Tal vez la literatura, que se basa no en la creencia, sino en la suspensión transitoria de la incredulidad, nació como un antídoto contra las abrumadoras ficciones colectivas, como un recordatorio de la conciencia solitaria y del mundo real que esas ficciones usurpan."